Blog

Aliento de Vida

Hugo Mujica

“El Espíritu Santo es la posibilidad de que Dios siga siendo para nosotros vida y no memoria, esperanza y no nostalgia, sorpresa y no costumbre, acontecimiento y no repetición”.


aliento-de-vida

Del evangelio de Juan (20, 19-23)
Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.

La vida no es un sustantivo,
es verbo o no es vida,
es creación o no es latido;
en su esencia, en su pulsar y pujar,
la vida es deseo de más vida,
afán de despliegue, deseo de engendrar.

La vida, en verdad, no es: deviene,
ni nosotros somos simplemente por estar:
somos si seguimos naciendo.

Como un río,
con el que desde tan antiguo se la compara,
si la vida se detiene, deja de ser lo que es:
deja de tener la transparencia y el movimiento de sus aguas para enlodarse charco,
para perder su transparencia,
para no ser nunca mar.

También la vida, si no fluye, se estanca repetición,
los vínculos se cristalizan costumbre,
la pasión por lo posible se resigna con lo que llamamos realidad, con “lo que hay”,
como solemos decir.

La religión se cosifica en ritos y supersticiones:
deja de latir, de arder,
se vuelve tibieza y se acomoda en la mediocridad,
que termina siendo esa gris tristeza de un alma
cuando deja de aspirar a la grandeza,
a la magnanimidad, a la santidad.

El Espíritu Santo que hoy celebramos,
el poder fecundante de Dios
es la vitalidad de la vida,
el eros de la existencia, la pasión de la fe:

Es la diferencia entre la formalidad o la vivencia,
entre la osadía de la fe o la fe como refugio,
como temor de vivir,
como miedo a la libertad de los hijos de Dios.
El Espíritu Santo es la posibilidad de que Dios siga siendo para nosotros vida y no memoria,
esperanza y no nostalgia, sorpresa y no costumbre, acontecimiento y no repetición.

La posibilidad de que Dios siga siendo creación,
de que la vida de Cristo siga brotando vida en el puñado de tierra con el que cada uno de nosotros está hecho.

El Espíritu Santo es lo más inaprensible de Dios,
y, paradójicamente,
lo más cercano a nosotros de él;

es la transparencia que muestra al Hijo,
la transparencia sin la cual no podríamos ver en cada hombre a un hijo de Dios.

El Espíritu Santo es el silencio que hace que en las palabras de la escritura
podamos escuchar el decirse de Dios:

sin el espíritu serían palabras de sabiduría pero no de salvación,
sin el espíritu, en la misa comeríamos pan y no el cuerpo de Dios.

El Espíritu Santo es Dios rebasándose Dios,
y Dios se rebasa amando,
y amar es crear, es engendrar.

Dios se exterioriza espíritu para que ya nada quede fuera de él,
para que en él vivamos, nos movamos y existamos;
en él y a él inhalemos y en él y a él exhalemos
en el flujo y reflujo que nos hace ser.

Para que él mismo sea el continente que contiene nuestra vida,
día a día, dolor a dolor, alegría a alegría,
celebración a celebración.

El espíritu es lo más inaprehensible de Dios,
porque es su irrepetible novedad,
porque Dios es Dios por no ser nunca igual a lo que ya fue,
por ser espíritu, por ser despliegue,
por ser creación.

El espíritu es la historicidad de Dios;
su ser tiempo,
su seguir estando cuando la carne del verbo ya ascendió.

Decir espíritu es nombrar
el tiempo del desplegarse de Dios,
su venir hacia nosotros llevándonos hacia él.

El Espíritu Santo, para resumir y radicalizar,
es la libertad de Dios, y Dios es libre dándose,
y se da creando en nosotros
lo que en nosotros llega a ser él.

Si el río es la imagen de la vida,
la del espíritu, su imagen, es la del viento que sopla,
un viento que no pasa, que siempre está llegando,
un viento que entra,
puede ser por una puerta o una grieta,

pero que entra como el viento en las velas de un velero:
para desplegar, arrastrar,
para hacer de la religión una búsqueda,
una experiencia, una misión.

El Espíritu Santo es una manera de nombrar el soplo de un Dios
que entra en nuestras vidas para liberarnos de una fe que no es riesgo, de una vida que no es entrega,

librarnos de una vida sin la fecundidad que es el ser y el dar del espíritu,
el espíritu que crea y fecunda
porque el espíritu es el nombre del amor
cuando el amor es el nombre de Dios,
cuando Dios es padre, cuando fue,
está siendo y no dejará jamás de ser creación.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro y esloveno.

www.hugomujica.com.ar


Reflexiones:

  1. REPLY
    Francisco Hector Sanchez dice:

    Hola. Buen dia Hugo!

    En tiempos de Pandemia.

    Tus reflexiones, escritos, me acompañan y sostienen.

    Muchas gracias !!

    Siento, que el poder, de la busqueda perseverante de Dios, me lleva, por momentos, a vivir, El Espiritu Santo.

    Dia a dia, paso a paso, tristeza, alegria,
    Esperanza.
    Es muy bella ja imagen del Espiritu como, viento, rio, yo lo vivo como luz de luna, esa luz, que refracta la luz del sol.

    Que el Espiritu sea en mi, como el viento, que ayuda, a desplegar las poderosas alas del aguila real y mi desplegar acompañe a Ot@s.

    Fraternalmente

    Francisco

Te invitamos a compartir tus reflexiones: