Una invitación a redescubrirnos como parte del paisaje, y sabernos tan sujetos a las estaciones como cualquier otro ser vivo del planeta. Respondamos al llamado del invierno.
Ya está con nosotros, una vez más, la noche más larga del año. Se arriman los fríos, los árboles desnudos, las noches de buscar cobijo, los amaneceres en penumbras. ¿Qué emoción te suscita la llegada del invierno?
Quizás mueras por desempolvar bufandas, rescatar la bolsa de agua caliente del placard y entregarte a esa clase de contento que los dinamarqueses bautizaron hygge, en el gozoso cruce de las nociones de hogar, confort, intimidad y pertenencia.
O por ahí seas miembro del equipo contrario y estés teniendo que apelar a toda tu paciencia y ecuanimidad para esperar tres largos meses el regreso del sol y todo lo que es bueno.
El peregrinar del planeta en torno del sol nos influye tanto como al sauce y al ombú, al zorzal y al gorrión, a la tierra bajo nuestros pies.
El peregrinar del planeta en torno del sol nos influye tanto como al sauce y al ombú, al zorzal y al gorrión, a la tierra bajo nuestros pies.
Lo cierto es que, con festejo o resistencia, el cambio de ciclo nos afectará a todos. Aunque vivamos en moles de cemento, el peregrinar del planeta en torno del sol nos influye tanto como al sauce y al ombú, al zorzal y al gorrión, a la tierra bajo nuestros pies. Nosotros, también, deberemos llevar nuestra energía a las raíces, trabajar para procurarnos el cobijo y el sustento, generar de mil y un maneras, en el cuerpo y en el alma, nuestro propio calor.
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