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Corresponsabilidad y agradecimiento ante la Creación

Jose Chamorro

¿Cuál es nuestra actitud frente a la naturaleza? Necesitamos superar un estado de conciencia que considera al mundo como un recurso infinito y puesto a nuestra disposición para una explotación egoísta.


Somos capaces de advertir el daño que estamos infringiendo al Medio Ambiente porque hemos logrado tomar conciencia de la interdependencia que mantenemos con todo cuanto existe.

Hasta hace relativamente poco tiempo el hombre ha vivido con fidelidad la tarea que Dios le asignó sobre la Creación: “para que domine sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las bestias salvajes y los reptiles de la tierra” (Gn 1, 26), pero lo ha hecho como si se tratase de un elemento ajeno a ella. Se olvidó de la corresponsabilidad que se declina de esta tarea, perdió de vista aquellas otras palabras que también se remontan al origen de todo: “Así que el Señor tomó al hombre y lo puso en el huerto de Edén para que lo cultivara y lo guardara” (Gn 2, 15).

El cuidado de la Naturaleza no tiene que ver con una mera actitud ecologista sino que está estrechamente relacionado con lo más íntimo del ser humano. El hombre cuida en la medida en que ha tenido experiencia de ello a lo largo de su vida, es decir, porque ha sido atendida su fragilidad es capaz de reconocer más fácilmente la vulnerabilidad y riqueza de cuanto le rodea y de interactuar con el Medio Ambiente desde el cuidado. Así es como el ser humano descubre un nuevo lugar desde el que relacionarse con la obra creada por Dios, pues es capaz de advertir que por ser la obra más excelsa de la Creación le corresponde responsabilizarse de ella.

Los problemas medio ambientales nos afectan, pues ninguno de los seres que habitamos el planeta somos entes aislados que podamos subsistir como si fuéramos cada uno una ínsula extraña.

Todos los problemas ecológicos que vivimos se derivan de falsas creencias por parte del ser humano, de la poca conciencia o, en muchos casos, de la conciencia egoísta que anida en el corazón del hombre. Problemas que tienen que ver con una falta de visión y con la elección de un modo de vida anclado en unos falsos presupuestos: creer que todo es infinito y que las acciones que las personas realizamos sobre la Naturaleza no tienen repercusiones que puedan ser nocivas para ella ni para nosotros. Ahora que el vaso está llegando a su colmo hemos logrado vislumbrar las consecuencias de vivir como depredadores ante el don que es toda la Creación.

No es necesario hacer un inventario con los recursos que el Planeta nos proporciona para advertir que éstos son un regalo que debemos acoger y agradecer. Son un presente para cada una de las nuevas vidas humanas que nacen en él. Ningún esfuerzo ha tenido que hacer el ser humano para merecerlas ni para disponer de ellas y, sin embargo, pareciera que a veces vivimos como si la Tierra estuviera en deuda con nosotros. Vivimos muchas veces desde una actitud muy primitiva, caníbal, que nos hace olvidar la dignidad que nos hace ser personas y desde la que debemos ejercer nuestra tarea responsable de cuidar lo que se nos da para que nosotros y otros puedan disfrutar y disponer de la misma belleza y de los mismos bienes con los que nosotros hemos recreado nuestra existencia.

El ser humano dispone de la capacidad de reconocer su humus, su ser tierra. Es esto lo que le hace ser humilde, esto es, colocarse en el lugar que le corresponde frente a toda forma de existencia que embellece la creación entera. Sólo cuando el hombre es capaz de ello puede reconocer fácilmente la interdependencia que conecta todo con todos y a todos con el Todo. Es por esto por lo que los problemas medio ambientales nos afectan, pues ninguno de los seres que habitamos el planeta somos entes aislados que podamos subsistir como si fuéramos cada uno una ínsula extraña. Desde aquí es fácil reconocer la Creación como un espejo que nos devuelve nuestra imagen, de tal suerte que lo que haga con la Naturaleza en el fondo me lo hago a mí mismo y, viceversa, lo que me haga a mí lo hago a mi naturaleza que es parte de aquella.

Vivir con una venda en los ojos no sólo no nos permite mirar, sino que nos desconecta de la verdadera vida que habita en nosotros y que late, luciéndose como belleza, en toda la Creación. Este don que somos y que es el medio natural en el que hemos nacido, y del cual formamos parte integrante, solo se entienden entre ellos desde la sinergia que descubre una especie de fraternidad espiritual, esa relación de fondo que advertimos más arriba.

Cuando salimos a caminar por la umbría de un bosque o cuando contemplamos el horizonte desde una playa, nuestro ser cae fácilmente en el asombro, pues la vida que pulsa en la belleza de lo que vemos resuena en nuestro interior. Pero para que esto acontezca se hace necesario descubrir el valor de toda existencia. Es este valor el que nos hace apreciar y cuidar, desde un agradecimiento profundo, el regalo que es todo medio natural que constituye ya no el Medio Ambiente sino el Ambiente Entero.

Jose Chamorro


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