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Dar al César y a Dios

hugo-100x78La aparente contradicción entre dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios se supera si miramos a nuestra condición humana: somos materia y espíritu, cuerpo y alma. “Cada ser humano, cada indigente y necesitado, es el lugar donde debemos dar a Dios lo que es de Dios”.

Evangelio según san Mateo (22, 15-21)
Los fariseos se reunieron para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?”. Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: “Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa? Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto”. Ellos le presentaron un denario. Y él les preguntó:”¿De quién es esta figura y esta inscripción?”. Le respondieron: “Del César”. Jesús les dijo: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”.

cesar

Si la realidad estuviese compuesta de opuestos,
si el trigo creciera por una lado y la cizaña por otro,
si el del César fuera un país y el de Dios fuese otro,
si la realidad fuera así de simple,
podríamos optar por la salvación
sin necesidad de ensuciarnos las manos
con el barro de la historia,
como se las ensució Dios cuando nos creó.

En cada hombre o mujer, en cada uno de nosotros,
no hay una sola célula de carne que no esté impregnada de espíritu,
no hay un átomo de espíritu que no esté encarnado,
no hay ninguna división que no esté llamada a la unidad.

El César es el poder, y el poder es la historia.
La salvación es la gracia,
pero también la salvación es historia,
y ambas son la única vida, son la vida situada en la realidad, son la única vida real;
la historia que modificamos y nos salvamos
o la que soslayamos y soslayándola la aceptamos, callamos,
nos trasformamos en cómplices,
cómplices por omisión, o por connivencia.

Vivir una cosa sin la otra,
vivir la religión sin la historia,
sin la política y lo social,
sin el compromiso y la encarnación
no es espiritualidad sino alienación,
no es fe sino cobardía de vivir.

Vivir el compromiso histórico sin la oración,
sin la conciencia que todo depende de Dios,
es simple sociología, política o economía,
no historia de la salvación:
la historia dentro de la cual nos salvamos o nos perdemos,
buscamos la justicia y la solidaridad
o la abstención y la comodidad.

“Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Pese a todo, esta frase pareciera justificar una esquizofrenia, una división,
entre lo de uno y lo del otro,
entre la historia y la eternidad.
entre el poder o el servicio,
entre ocupar el primer o el último lugar.

En los evangelios las contradicciones no se anulan:
se fecundan.

Por un lado, por ejemplo,
leemos “mi reino no es de este mundo”
y por otro, en otro pasaje,
se nos afirma que “el reino de los cielos ya está entre nosotros.”

Sin duda la paradoja es lo que más se acerca a la lógica de Dios,
a su libertad.
Pero a la vez hay un versículo, un mandamiento,
donde creo que todas las paradojas, las contradicciones, se anulan,
se reúnen radicalizándose.
Es cuando Jesús afirma que
“lo que hagáis al menor de mis hermanos me lo hacéis a mí”.

En esta afirmación se reúnen las dos dimensiones aparentemente opuestas:
la de la historia y la de la eternidad,
la de la historia que se concreta en el otro,
en el ser humano, humano y hermano,
y la otra dimensión, la divina, la eterna,
que se concretó en la persona de Jesús, en su carne,
en nuestra humanidad.

La dimensión que, vivida por Jesús,
se concretó en ese mismo lugar: en el otro,
el ser humano.
En cada hombre por el que la eternidad se hizo tiempo,
por el que la divinidad se hizo carne.

Cada ser humano, cada indigente y necesitado,
es el lugar donde debemos dar a Dios lo que es de Dios.

A cada gobierno, a cada César, debemos darle,
debemos exigirles también lo que es de ellos:
la obligación de hacer justicia,
de dar trabajo, de velar por la seguridad,
la salud y la educación.

Y debemos hacerlo para que nuestra caridad no sea limosna,
porque dar pan sin comprometerse en el exigir justicia,
sin meter las manos en la masa de la historia,
no es dar, es humillar.

Ser cristiano, para sintetizar,
no es desencarnar el espíritu;
es hacer que el espíritu se encarne, hacer que la historia sea salvación,
que nuestra solidaridad sea redención.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro y esloveno.

www.hugomujica.com.ar


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