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¿Dónde estás?

Hugo Mujica

La pregunta de Dios a Adán inaugura la responsabilidad humana: el hombre debe responder por sus actos. Esta pregunta rompe con una religión donde Dios es la respuesta y no la pregunta por la vida.


Del libro del Génesis (3, 9-15)
Después que Adán comió del árbol, el Señor Dios lo llamó: «¿Dónde estás?» Él contestó: «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí». El Señor le replicó: «¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer?» Adán respondió: «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí.» El Señor dijo a la mujer: «¿Qué es lo que has hecho?» Ella respondió: «La serpiente me engañó y comí.» El Señor Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho esto, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza, cuando tú la hieras en el talón»

La pregunta que Dios le dirige a Adán,
las primeras palabras que pronuncia sobre la tierra,
sobre la humanidad,
no obedece a la ignorancia divina,
sino que inaugura la responsabilidad humana:
el hombre es aquel que debe responder de sus actos.
Ahora que ha probado del árbol de la ley, que sabe del bien y del mal,
no podrá dejar de elegir y, por tanto,
de sufrir las consecuencias de su elección.

En esa elección, en cada uso de su libertad,
va configurando su vida:
la abre al amor o la cierra al egoísmo,
la expande o la contrae, la da o la guarda.

“¿Dónde estás?”, esa pregunta inaugura la ética:
el tener que comparecer ante Dios,
inaugura y revela, además,
la imposibilidad de ocultarse, de encerrarse;
ya no hay afuera o adentro:

solo hay Dios, un Dios en búsqueda del hombre,
un Dios que trata de abrirnos,
de sacarnos de nuestros escondrijos,
de nuestros miedos a salir, a amar.

Esa pregunta revela que cada acto
no es solo una acción,
es también, y al mismo tiempo, un juicio,
una opción por el bien o por el mal;

cada acto nos ennoblece o nos envilece,
no hay neutralidad, no hay indiferencia:
no hay dónde esconderse de Dios.

Esa pregunta inaugura la ética de la responsabilidad:
el tener que responder, primero de sí mismo;
después, después de que Caín asesinó a Abel,
desde que el pecado afecta a otros:
responder no sólo de sí sino también de los otros:
“¿dónde estuvo tu hermano?”, nos preguntará Dios.

No somos solo responsables de nosotros mismos;
o mejor dicho, ser responsable de uno mismo,
es responsabilizarse por los demás,
dado, simplemente, que fuimos creados para amar.

La extensión de la pregunta sobre uno mismo es la pregunta por el otro,
es a la vez pregunta y respuesta.

Soy quien debe dar cuenta del otro frente a Dios,
es decir,
algo así como si Dios nos preguntase:
“¿dónde estás que no estás donde estuve yo:
ante el que me necesitaba,
ante esos por los que abrí los brazos en la cruz?”

La pregunta de Dios,
la pregunta por la vida de cada vida,
rompe con la complacencia de una religión del consuelo y no de la responsabilidad,
la de un Dios para mí sin yo para los otros,

una religión donde Dios es la respuesta y no la pregunta por la vida.

Nosotros creemos que Dios existe,
pero no siempre nos damos cuenta de que la existencia es Dios,
que Dios es el Dios de la vida,
de la vida que nos da para darse desde nuestras vidas, para seguir siendo comunión.

Bíblicamente hablando,
y plasmado y vivido por Jesús,
no hay relación con Dios que no pase por la relación con el prójimo,
simplemente porque el otro es la vida,
desde otros también la recibimos y entre otros la vivimos.

No hay encuentro con la vida de Dios más que en la vida que vivimos,
no hay sacramento sin comunidad ni comunidad sin comunión.

La misericordia es el sentimiento más veces aplicado a Dios;
etimológica y existencialmente
significa tener corazón, cordis, por la miseria,
conmoverse por la miseria:
moverse hacia ella: acercarse, poner el cuerpo,
hacerse cargo, cargar con ella.

“¿Dónde estás”?, no al principio, a Adán,
ni a la postre: en el juicio final:
“¿dónde está tu hermano?”,

sino en cada acto, en cada instante,
es la pregunta que nos hace Dios.

Cada uno debemos responder,
pero la respuesta no es teórica, es vital:
estamos donde está nuestro cuerpo,
encerrados en la seguridad de lo familiar,
o de lo parroquial,
o estamos abiertos,
entregados a los extraños,
a los otros, a los que nos piden compasión.

Cada acto, y no cada palabra,
es la manera de responder.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro y esloveno.

www.hugomujica.com.ar


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