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Egocéntrico, etnocéntrico y mundicéntrico

El filósofo estadounidense Ken Wilber describe las etapas del desarrollo de la conciencia. Una conciencia espiritual y madura es una conciencia mundicéntrica, que busca el diálogo y la unidad, sin excluir a nadie.


El fenómeno de la globalización, del que somos testigos en nuestros días, no responde únicamente al desarrollo de la tecnología o de las redes sociales. En un nivel más profundo, es expresión de un cambio de conciencia de la humanidad, lento pero progresivo. Algunos pensadores llaman a este proceso simplemente The Shift (el cambio).

Esta nueva conciencia “global” se caracteriza por el trascender las fronteras, por la apertura hacia realidades distintas a la propia, por la búsqueda de diálogo con otras identidades por encima de la defensa de la propia identidad.

Más allá de la extraordinaria diversidad individual y cultural, los seres humanos compartimos notables similitudes. Descubrir lo que nos une representa un avance al que podríamos denominar “espiritual”.

Este fenómeno puede advertirse en distintos ámbitos. En la ecología: Animales y plantas, y hasta el mismo planeta, comienzan a ser más considerados y respetados, dejando paulatinamente de ser vistos como recursos inagotables para usar a nuestro antojo. En la política: Con sus retrocesos y sus conflictos, aún así el mundo avanza hacia un encuentro entre las naciones, con la progresiva aparición de organismos y convenios multinacionales. En la religión: Hay un creciente interés por el diálogo interreligioso, y una apertura hacia otras creencias por encima de la defensa de la propia verdad.

Bien podemos decir que esta conciencia global hacia la que se dirige la humanidad es una conciencia adulta y madura. Mientras que la conciencia del niño gira en torno a sí misma y la del adolescente busca afirmar su identidad y marcar una diferencia con los demás, la conciencia del adulto es capaz de trascender las diferencias en un diálogo enriquecedor.

A estos estadios del desarrollo de la conciencia, Ken Wilber los llama egocéntrico, etnocéntrico y mundicéntrico, por estar centrados en sí mismo, en la propia etnia o grupo, y en el mundo o la totalidad. A continuación transcribimos sus palabras:

Si consideramos el desarrollo moral, veremos que, en el momento del nacimiento, el bebé todavía no se ha visto socializado por la ética y las convenciones de su cultura. Éste es el estadio preconvencional, también llamado egocéntrico porque, en él, la conciencia del niño se halla completamente absorta en sí misma. Sin embargo, a medida que el niño va incorporando las reglas y normas de su cultura, va desarrollándose hasta alcanzar el estadio moral convencional, también llamado etnocéntrico, porque gira en torno al grupo, tribu, clan o nación en que se halla inmerso, excluyendo a quienes no forman parte de él. En el siguiente gran estadio del desarrollo moral, el postconvencional, la identidad del individuo se expande nuevamente hasta alcanzar el respeto y la preocupación por todas las personas, con independencia de su raza, color, sexo y religión, razón por la cual también se le conoce como estadio mundicéntrico.

También podríamos representar estos tres estadios como cuerpo, mente y espíritu, términos que si bien tienen muchas acepciones diferentes igualmente válidas significan, cuando se aplican específicamente a los estadios mencionados anteriormente, lo siguiente: El primer estadio, que se halla dominado por la realidad física ordinaria, es el estadio del “cuerpo” (empleando el término “cuerpo” en su acepción típica de cuerpo físico). Tratándose de un estadio en el que el sujeto se halla exclusivamente identificado con el organismo físico separado y con sus impulsos de supervivencia, también se le conoce como estadio del “yo” o estadio egocéntrico.

El segundo estadio es el estadio de la “mente” en el que la identidad se expande más allá del cuerpo ordinario aislado y empieza a establecer relaciones con los demás en función de valores, intereses, ideales y sueños compartidos. Cuando puedo emplear mi mente para asumir el papel de los demás –es decir, cuando puedo meterme en su piel y sentir lo mismo que ellos sienten– mi identidad se expande desde el “yo” hasta el “nosotros” (y se produce, en consecuencia, un avance desde la postura egocéntrica hasta la etnocéntrica).

En el tercer estadio, la identidad experimenta una nueva expansión, esta vez desde el “nosotros” hasta el “todos nosotros” (que conduce desde lo etnocéntrico hasta lo mundicéntrico). Aquí es cuando empezamos a advertir que, más allá de la extraordinaria diversidad individual y cultural, los seres humanos compartimos notables similitudes. Descubrir lo que nos une representa, pues, un avance desde lo etnocéntrico hasta lo mundicéntrico al que podríamos denominar “espiritual”, en el sentido de que se refiere a cuestiones comunes a todos los seres sensibles.

Ken Wilber, La Visión Integral.

Es interesante notar que Wilber identifica al tercer estadio de conciencia, el mundicéntrico o propio del adulto, con el plano del espíritu. Según esto, una persona verdaderamente espiritual es una persona de conciencia madura, capaz de trascender las diferencias para descubrir las similitudes.

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Reflexiones:

  1. REPLY
    Mary Olmos dice:

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  2. REPLY
    Liliana zani dice:

    muy cierto ,pero la evolución de la humanidad no se da en forma pareja en todos,algunos aun están en la primera la egocéntrica,otros en la mental o etnocéntrica ( creo que la mayoría-especialmente las instituciones y centros de poder) y la tercera, que va aumentando día a día, es un camino de introspección silencioso.

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