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El alma de la Navidad

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Ana María Díaz

La excesiva comercialización de la navidad nos puede hacer caer en el otro extremo: el condenar todo gasto, toda celebración… En este análisis, Ana María Díaz pone en perspectiva el espíritu de estas fiestas.


navidadLa celebración de Navidad es una mezcla de sentidos y niveles que vale la pena reflexionar. Para comenzar hay que decir que muchos consideran que el mercado se tragó de tal manera el espíritu de la Navidad que es muy difícil sustraerse, e imposible ya recuperar su sentido espiritual. Por cierto, el enorme despliegue comercial –la navidad, por lejos, aporta las mayores ganancias del año– parece darles la razón y avala considerar a Papá Noel como el mayor enemigo del espíritu de la Navidad.

Sin embargo, sería ilusorio creer que ha habido épocas en que la Navidad se ha celebrado de un modo más genuino que ahora. Hay que considerar que el alma humana es polifacética, posee diversos niveles de profundidad e infinidad de rincones. Eso hace que en toda época y lugar, la humanidad haya vivido sus experiencias en medio de la multiplicidad de perspectivas y de un equilibrio inestable entre lucidez e inconsciente. No hay seres humanos que no tengan un alma polifónica, esa que busca expresar al mismo tiempo diversas necesidades, incluso contradictorias. Siempre han sido malas experiencias las que han intentado recortar, discriminar o prohibir algunas expresiones en nombre de la pureza de las verdades. Los puritanismos, los moralismos y autoritarismos son vanos intentos de controlar la versatilidad del alma.

Sin embargo, la responsabilidad que cada uno de nosotros tiene con relación a sus búsquedas y a modular la voz de sus necesidades, nos obliga a hacernos esta pregunta: ¿Qué estoy buscando celebrar esta Navidad y cómo? La respuesta, por cierto, tiene facetas, niveles, rincones…

En un primer nivel, a todo lo que vivimos, el alma individual y colectiva, busca darle un cauce expresivo. Por eso la Navidad tiene esta especie de locura de gastos, luces, adornos, regalos, comida, encuentros, brindis y risas. Porque necesitamos exteriorizar lo que vivimos, dándole una materialidad, una escenificación, una “tangibilidad”. Pero sería un error confundir lo externo con lo superficial, y creer que el alma se queda en eso. Nadie se queda en eso ni aun queriendo.

La Navidad tiene esta especie de locura de gastos, luces, adornos, regalos, comida, encuentros, brindis y risas, porque necesitamos exteriorizar lo que vivimos. Pero sería un error confundir lo externo con lo superficial, y creer que el alma se queda en eso. Nadie se queda en eso ni aun queriendo.

En segundo nivel, todo lo que vivimos tiene un nivel valórico, vale decir, nos resuena en ese rincón del alma en que atribuimos a las cosas un orden de importancia; en el que discriminamos la forma del fondo; donde lo definitivo ocupa más espacio que lo accidental. En ese lugar, la Navidad es el momento de dar alegría a los que amamos, de compartir el gozo y el encuentro, de acompañar a los que lo necesitan, de agradecer los dones de la vida, de extrañar a los ya que no están, de desear bien a otros. Más allá del modo de expresar hay un modo de pesar la vida. No seríamos humanos sin valoraciones, sin importar las diferentes maneras de valorar ni si somos conscientes de hacerlo.

En tercer nivel el alma busca, descubre y atribuye un sentido a lo que vivimos. En este nivel en la Navidad celebramos la audacia de creer que Dios habita entre los hombres; de creer que es posible un mundo mejor; que nos será dada una segunda oportunidad allí donde hemos fracasado dolorosamente; que podemos llegar a recibir abrazos de reencuentro; que los bienes pueden llegar a estar mejor repartidos en el mundo; que se nos descongelará el alma en aquellos rincones que hemos dejado enfriar; que habrá una nueva floración en las zonas yermas de nuestra vida. Podemos creer que “por la tierna misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que viene de lo alto… para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”.

¡Muy feliz Navidad para todos!

Ana María Díaz


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