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El otro es mi hermano

Somos seres sociales, por lo tanto el otro es parte de tu realidad: “Es imprescindible tejer con tu hermano, en el vínculo fraternal, la construcción social de tu realidad, de tu sociedad”.



Caín y Abel ponen el dramatismo de la humanidad: el desconocimiento del otro como un semejante, como un hermano, y la aniquilación del vínculo fraternal. Una tragedia que degrada lo humano en el fratricidio original. El otro vínculo es el paternal. Hay un padre que impone la ley, sujeto de la cultura, y un hermano fraterno que debe ser reconocido como otro, iguales ante la ley, es decir ante el padre. Una vez que reconocemos la ley al padre, somos todos hijos; pero aún nos está faltando reconocer que, si somos todos hijos del mismo padre, somos entonces hermanos. Cuando uno asume la linealidad vertical de la obediencia –el costo de la libertad es obedecer o no obedecer–, todavía está ausente el otro costo, el fraternal, el reconocimiento del otro como hermano.

La aceptación del otro forja la dimensión de familia en el vínculo fraternal.

Cuando Caín mata a Abel, elimina al otro como otro, Di-s le pregunta: ¿Dónde está tu hermano? En respuesta a la interpelación, justamente desde la libertad irresponsable –responsabilidad significa responder –, contesta Caín: “¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?”, dando así inicio a la humanidad. La respuesta fraternal es afirmativa, debemos ser responsables por nuestros hermanos. Podríamos preguntarnos: ¿cómo puedo ser yo responsable si cada uno rendirá cuentas junto al padre y junto a la Ley por su libertad? Esa será tu propia y personal respuesta. Tu libertad es una libertad responsable, porque somos seres sociales y culturales; es imprescindible tejer con tu hermano, en el vínculo fraternal, la construcción social de tu realidad, de tu sociedad, o sea tu familia, tu comunidad.

Esa dimensión fraternal da origen al proceso sociocultural de esa humanidad, que declamamos que somos. No podemos estar de manera permanente apelando a la ley del padre, omitiendo el vínculo fraternal, donde uno sostiene que es el guardián de su hermano y, al mismo tiempo, lo mata, real o simbólicamente.

Un primer punto a debatir: el destino de la humanidad. Desde siempre tenemos razones, tenemos ideologías, tenemos naciones, tenemos poder, tenemos territorios para matar al otro, como Caín con Abel, y ante la pregunta “¿dónde está tu hermano?”, respondemos “¿acaso soy guardián de mi hermano?”. El otro es un enemigo, un adversario, y tenemos muchas ganas de aniquilarlo, de eliminarlo.

Hablamos de la libertad y la equidad, y nos olvidamos de la fraternidad; mientras no restauremos la fraternidad, no habrá ni libertad ni igualdad.

Un segundo punto es el reconocimiento del otro como un hermano. La aceptación forja la dimensión de familia en el vínculo fraternal. No la familia biológica, de origen, ni por raza o por etnia, sino la familia cultural, la de valores, donde me hermano al otro, porque comparto con él la consecuencia del reconocimiento recíproco de que no somos iguales pero somos lo mismo. ¿En qué somos lo mismo? No en identidad, que la vamos construyendo, sino en oportunidad de ser reconocidos uno como otro en la diferencia, que tiene su origen en esa unidad, el Padre y la ley, que no dio origen, pero nos hizo diferentes.

Así se halla el mayor de los problemas sobre el vínculo fraternal. De esta premisa surgirá con posterioridad la construcción de los estados modernos. La Revolución Francesa y las Declaraciones de los Derechos Humanos se basan en el principio de libertad, igualdad (que es equidad) y fraternidad. Nosotros seguimos hablando de la libertad y la equidad, y nos olvidamos de la fraternidad; mientras no restauremos la fraternidad, no habrá ni libertad ni igualdad.

Sergio Bergman

Del libro “Celebrar la Diferencia. Unidad en la Diversidad”.


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