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Entrega divina, entrega humana

Hugo Mujica

Dios es entrega al hombre, y el hombre es entrega al prójimo: “Dios no puede ser Dios si no lo es entregándose… a nosotros, y en nosotros a los demás”.


Del evangelio de Mateo (16, 21-27)
En aquel tiempo, comenzó Jesús a anunciar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para padecer allí mucho por parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que tenía que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y trató de disuadirlo, diciéndole: “No lo permita Dios, Señor. Eso no te puede sucede a ti”. Pero Jesús, volviéndose a Pedro le dijo: “¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!”. Luego Jesús dijo a sus discípulos: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si al final pierde su alma? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla? Porque el Hijo del hombre ha de venir rodeado de la gloria de su Padre, en compañía de sus ángeles, y entonces le dará a cada uno lo que merecen sus obras”.

“El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo,
que cargue con su cruz y me siga”.

Esta invitación, este llamado,
es la revelación de la vida misma
cuando la vida es salvación,
cuando se abre entrega, cuando se entrega don.

Y es salvación cuando es la negación de sí mismo,
la negación de un sujeto,
de un ego replegado sobre sí,
un ego que no resucita a la hermandad que nos salva:
a la comunión con Dios en el corazón de los demás.

Porque Dios no cabe en un corazón aislado,
un corazón cerrado,
ni puede ser Dios si no lo es entregándose
a sí mismo para ser él mismo:
para ser Trinidad,
para entregarse a nosotros
y en nosotros a los demás,
y en esa entrega nuestra seguir siendo humanidad.

Seguirlo, entonces, no es imitarlo; es vivirlo,
encarnar su don,
ser donación de nuestra propia carne,
nuestra propia vida para que la viva entregándose él.

El cristianismo es el otro, así de esencial,
así de insoslayable y radical.

Su meta no es ni mi realización ni mi espiritualidad personal,
es el paso atrás de mí en mí,
porque la otra vida, la prometida, es la vida del otro,
porque en el otro está mi salvación,
mi salvación que está en el olvido de mí.

Cuando Jesús nos habla de seguimiento,
nos llama a seguir lo mismo que él siguió: al otro,
y, sobretodo, al excluido, al olvidado:
al diferente de mí.

Si la identidad del hombre es la de ser un ser abierto al mundo,
a los otros y a la trascendencia,
la identidad cristiana,
la que nace de las aguas del bautismo,
es la de rebasarse,

Como si ser cristiano fuera no poderse contener,
como si la fuente terminara arrastrándonos a nosotros mismos,
como si ser en otros fuera nuestro más propio habitar.

Identidad cristiana o simple lógica de ser creados
a imagen de un Dios que no se regodeó con su autosuficiencia,
un Dios que se rebasó, que es rebasándose,
naciéndose.

Un Dios que se entrega en esa entrega
que es lo que cada uno de nosotros estamos siendo,
que nos creó a imagen del otro,
a imagen de su ser comunidad, de su ser trinidad.

El llamado al seguimiento es el despertar de mi responsabilidad,
es responder al que me necesita,
el que necesitándome me hace insustituible:
yo soy el que debo hacerme cargo,
yo soy el único y así soy único ante Dios.

Porque no soy sólo imagen de Dios,
soy imagen de su don,
imagen del hijo que cargó la cruz que hoy nos invita a ponerle el hombro, a cargar,
imagen del hijo que vino para entregarnos su Espíritu,
el Espíritu que nos saca de mí,
el Espíritu de un Dios que se acerca reuniéndonos.

Si existir biológicamente es depender de la vida de Dios,
existir cristianamente es depender de quien me necesita.

La necesidad del otro es mi tesoro,
es el lugar donde debe estar mi corazón,
es mi verdad frente a Dios,
un Dios cuyos rasgos están en los desgarros del necesitado,
del otro que es quien me abre las puertas del aislamiento
donde cada uno tendemos a encerrarnos,
las puertas que son las heridas del otro,
su necesidad, su llamado al seguimiento:

A responder al llamado que es el dolor del otro
aunque no tenga más voz que el dolor con que nos mira,
la mirada con que nos ruega que hagamos de él un prójimo,
el llamado que encarnamos cuando vemos en el otro
al hijo único que en cada uno ve Dios.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro y esloveno.

www.hugomujica.com.ar

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