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Espiritualidad ascendente y descendente

Históricamente se han dado dos corrientes: el énfasis en lo espiritual en detrimento del cuerpo y la materia, y el énfasis en lo material con olvido del espíritu. Ken Wilber analiza estas corrientes, notando que la humanidad necesita de una armonía que integre ambas posturas.


Si prestamos atención a los diferentes intentos realizados por el ser humano para comprender lo divino (intentos llevados a cabo tanto en Oriente como en Occidente, tanto en el Norte como en el Sur), llegaremos a darnos cuenta de la existencia de dos tipos diferentes de espiritualidad, a las que denomino espiritualidad ascendente y espiritualidad descendente.

El camino ascendente es un camino puramente trascendental y ultramundano. Se trata de un camino puritano, ascético y yóguico; un camino que suele despreciar (e incluso negar) el cuerpo, los sentidos, la sexualidad, la Tierra y la carne. Este camino busca la salvación en un reino que no es de este mundo, considera que el mundo manifiesto es algo malo o ilusorio, y su única aspiración consiste en escapar por completo de él. De hecho, quienes sostienen este enfoque -los ascendentes- suelen considerar a quienes sostienen la visión opuesta -los descendentes- como si estuvieran engañados o incluso como si fueran malvados. El camino ascendente glorifica la unidad, no la multiplicidad; el vacío, no la forma; los cielos, no la Tierra.

El camino descendente, por su parte, afirma exactamente lo contrario. Éste es un camino esencialmente intramundano, un camino que no glorifica la unidad sino la multiplicidad. El camino descendente enaltece la Tierra, el cuerpo, los sentidos y la sexualidad; un camino que llega incluso a identificar al Espíritu con Gaia, la Tierra, y con el mundo de lo manifiesto. Se trata de un camino puramente inmanente que rechaza toda trascendencia. Para los descendentes, de hecho, toda forma de ascenso constituye la encarnación del mal.

Entre ambos existe una guerra declarada desde hace casi dos mil años, una guerra en ocasiones cruel y encarnizada. Desde la época que va de san Agustín a Copérnico, Occidente se movió siguiendo un ideal puramente ascendente, un ideal esencialmente ultramundano, un ideal según el cual la salvación y la liberación final no pueden ser halladas en este mundo, en esta Tierra, en esta vida. Tal vez nuestra vida concreta puede estar bien pero, desde ese punto de vista, las cosas realmente importantes sólo ocurren después de la muerte.

Con el advenimiento de la modernidad y de la postmodernidad, en cambio, asistimos a una profunda subversión de este punto de vista, una transformación en la que los ascendentes desaparecen de escena y dejan su lugar a los descendentes.

No es en la confrontación mutua entre estas dos corrientes donde hallaremos la armonía, sino solamente en la integración entre ambas.

Hoy podemos advertir que el mundo moderno y el mundo postmoderno se hallan casi completamente atrapados en una concepción y una visión del mundo meramente descendente. Al mundo moderno podríamos llamarlo un “mundo chato”: la idea de que el único mundo que existe es el mundo sensorial, empírico y material; un mundo en el que no existen dimensiones superiores ni dimensiones más profundas, ni tampoco estadios superiores de evolución de la conciencia. Desde este punto de vista, lo único realmente existente es lo que podemos percibir con nuestros sentidos o asir con nuestras manos, un mundo completamente despojado de cualquier tipo de energía ascendente, un mundo ajeno a toda trascendencia. Bienvenidos, pues, al mundo chato, bienvenidos al mundo exclusivamente descendente, el mundo anodino de las superficies monótonas y carentes de valor. El dios (o la diosa) del capitalismo, del marxismo, del industrialismo, del consumismo… es el dios que puede verse con los ojos, percibirse con los sentidos… un dios que se agota en las formas.

Tanto en Oriente como en Occidente, las tradiciones no dualistas siempre han tratado de integrar los caminos ascendente y descendente, han buscado equilibrar la trascendencia con la inmanencia, la unidad con la multiplicidad, el vacío con la forma, el nirvana con el samsara, el cielo con la tierra.

Quienes toman una postura tanto exclusivamente ascendente (desprecio de la materia) como exclusivamente descendente (desprecio del espíritu) no hacen más que fomentar la violencia entre ambas posturas, tratando de convertir y someter al otro bando. Pero no es en la confrontación mutua entre las dos corrientes donde hallaremos la armonía, sino solamente en la integración entre ambas. Los ascendentes y los descendentes solo podrán salvarse, por así decirlo, uniéndose. Y quienes no contribuyan a esa integración, no solo destruirán la única Tierra de la disponemos, sino que también dificultarán el acceso al único Cielo que, de otro modo, podríamos alcanzar.

Tomado de “Breve Historia de Todas las Cosas”, de Ken Wilber.


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