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Ir más despacio… y apreciar más

La enfermedad puede ser una oportunidad para aminorar el paso y apreciar todo lo que nos rodea… especialmente apreciar la presencia de los demás y responder con bondad y gratitud.


Saco a pasear a Mario, mi perro labradoodle, por mi sendero favorito bajo el sol que se derrama en abundancia a través de la fronda siempre verde… es algo glorioso. El terreno frente a mí da comienzo a una suave cuesta, tan suave que probablemente nadie lo notaría. Para mí, sin embargo, es similar a una cuesta pronunciada de gran altura, y sé que si quiero evitar quedarme sin aliento o falto de oxígeno, debo aminorar el paso a la mitad y luego otra vez a la mitad, y luego aumentar el flujo de oxígeno de mis tanques.

Al principio, y a veces aún hoy, me siento frustrado e irritado por esta traición de mi cuerpo. A veces simplemente quiero dejarlo todo… a veces me vuelvo tan impaciente…siento que ya no tengo la vida que solía llevar, apurándome para llegar a algún lado, precipitándome a hacer algo. La prisa puede resultar tan estimulante y divertida…

En la actualidad me repito un mantra mientras comenzamos nuestro camino hacia la cuesta, que es: aminora a la mitad, y otra vez a la mitad… y disfrútalo el doble. Más y más a menudo esto me ayuda a aceptar la realidad de mi físico y sus limitaciones. Me doy cuenta de que esto es así, y que moverme muy lentamente es lo que debo hacer para que llegue suficiente oxígeno de los tanques a mi torrente sanguíneo. Empiezo a ir más despacio. Con esta aceptación llego a soltarme y a relajarme…y un momento después una pequeña exhalación y un comienzo de conciencia. Es entonces cuando la “presencia” acontece.

He aprendido que, en medio del sufrimiento, una pequeña dosis de bondad puede cambiar radicalmente la experiencia de cualquier persona.

En los mejores momentos de mi nuevo y muy lento paso, empiezo a notar las maravillosas sutilezas de las cosas que me rodean… el leve movimiento del aire… la suave luz a través de los árboles y cómo ilumina todo lo que toca, los crujidos y quejidos de las ramas y los troncos en lo alto al moverse… la vida que me rodea en todas direcciones. A veces de repente tengo la sensación de que soy los árboles y la luz y la brisa y el suelo donde el tiempo parece detenerse. El vello de mis brazos se eriza, e imagino que siento la vibración de la tierra en mi vientre. En esos momentos me siento más presente y vivo que nunca, y me lleno de inmensa gratitud. Al moverme muy lentamente, todo un mundo que antes no conocía se abre ante mí.
Hay otro fenómeno que se despierta en mí al descubrir esta baja velocidad. Es el profundo impacto de la simple bondad.

Comencé a pensar acerca de la bondad y lo que significa ser bueno unos pocos meses atrás. Esto surgió al notar cuán profundamente agradecido me sentía cuando alguien se tomaba un momento para poner bondad en mi camino. He llevado una vida vergonzosamente privilegiada, y nunca antes había sabido lo que significa sufrir. En el transcurso de los últimos años, con fibrosis pulmonar idiopática, he empezado a experimentar cierto grado de sufrimiento y a veces, en medio de ese sufrimiento, me he encontrado con un simple gesto de bondad que ha transformado mi mundo: desde las personas que más amo a extraños que nunca he visto… desde grandes gestos de bondad a la simplicidad de una sonrisa o una palabra amable.

He aprendido que, en medio del sufrimiento, una pequeña dosis de bondad puede cambiar radicalmente la experiencia de cualquiera (o la mía), y quizás a través de eso cambiar el mundo. Y entonces, cuando aminoro a la mitad y otra vez a la mitad para así disfrutar el doble, lo que ocupa mi conciencia son las personas con las que me encuentro, sentadas en un banco o caminando. Los veo de la misma manera como cuando hacemos una pausa e intencionalmente miramos para involucrarnos y sentir profundamente con qué nos estamos encontrando. Y lo que sé, y también noto, es que toda esa gente lleva todos los días cargas muy pesadas sobre sus hombros. En mi status quo de avanzar a paso normal o yendo más rápido, hasta dejo de verlos.

Mi propósito en estos días es realmente reparar en la gente, reparar aún más, y luego actuar… a menudo simplemente con una sonrisa y un “hola”, y a veces con unas pocas palabras de reconocimiento o estímulo. A veces puedo sentir que hay un impacto… y a menudo también dudo si mi gesto ha marcado alguna diferencia. Pero de cualquier modo, sé que mi corazón inmediatamente se llena de amor e infinito agradecimiento. Mientras contemplo el final de mi vida, sé que aspiro a ser una persona alerta, bondadosa y comprensiva. Estoy dolorosamente consciente de los momentos en que mi ego o mi victimización se disparan y reacciono de manera desagradable. Entonces comienzo de nuevo. Hoy es siempre un nuevo día, listo para sentirme despierto, estar presente, y ser bueno.

Art Shirk


Después de dedicar su vida al coaching y liderar su propia organización, Art Shirk se retiró de la actividad tempranamente luego de ser diagnosticado con fibrosis pulmonar idiopática. Falleció en enero de 2017, a los 57 años de edad.


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