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La naturaleza y la intuición poética (continuación)

(Continúa de la pág. 1)


John Henry Newman caracterizó a la tradición benedictina como el hilo poético tejido dentro de la historia de las grandes órdenes de la iglesia. Visto bajo la luz de esta tradición, el problema mencionado en este tema requiere una solución educativa en vez de legislativa. La respuesta a nuestra pregunta deberá ser evocativa más que provocativa. ¿Cómo lograr que el conocimiento intuitivo de la sacralidad de la naturaleza sea una fuerza efectiva en el mundo? Lo podemos lograr exponiéndonos a lo sagrado de la naturaleza mediante un compromiso estable con el lugar donde vivimos, y enraizándonod en el reino del conocimiento intuitivo a través de la poesía. Las implicancias en el ámbito educativo podrían ser revolucionarias, y la fuerza liberada podría ser movilizadora.

La mejor educación es aquella que libera todo nuestro potencial para convertirnos en quienes realmente somos.

La mejor educación es aquella que libera todo nuestro potencial para convertirnos en quienes realmente somos. El prototipo bíblico que simboliza nuestra identidad como seres humanos es Adán. Adán, quien fue formado a partir de la tierra del jardín en el que vive, y donde le otorga un nombre a cada criatura. Adán, el terrícola, el humano, es jardinero y poeta. En la historia de la educación benedictina, la imagen de Adán juega un papel central. Recuerdo haber entrado a una gran sala de conferencias en la Universidad de Salzburgo, que se encuentra junto a una antigua abadía Benedictina, y allí, sobre la pared arriba del estrado, estaba la imagen que resumía el significado de toda la institución: Adán en el jardín, nombrando a los animales.

Adán en el jardín del Edén lleva la semejanza de Dios, ya que está hecho a su imagen. Pero el antiguo Adán se vuelve una especie de espejo distorsionado. El nuevo Adán, Jesucristo, restaura en sí mismo la imagen a su semejanza original. En el huerto de los olivos, el sudor de sangre de Jesús irriga la tierra. Y en la mañana de Pascua, el Cristo resucitado es por un momento confundido con un jardinero. Nunca dejamos de ser la imagen de Dios, no importa cuán desfigurada pueda volverse esta figura. A través del trabajo de la obediencia podemos retornar a Aquél de quien nos alejamos en perezosa desobediencia, y la imagen recobrará el esplendor de su semejanza. Adán significa “humano”; así, cada uno de nosotros está destinado a ser poeta y jardinero. Cuanto más humanos nos hacemos, más plenamente nos transformamos en imagen y semejanza de Dios; de Dios que es tanto Poeta como Jardinero.

Cuanto más humanos nos hacemos, más plenamente nos transformamos en imagen y semejanza de Dios; de Dios que es tanto Poeta como Jardinero.

Quizás hablar de Dios en estos términos nos resulte extraño. De hecho, por la forma en que algunas personas hablan de Él, podríamos llegar a pensar que Dios es un contador o un policía más que un poeta o un jardinero. ¿Podría ser esto una consecuencia del espejo distorsionador que llevamos adentro? A todo nuestro alrededor, la naturaleza brinda pruebas abundantes de que la creación de Dios surge de la lúdica labor de un jardinero. Dios no se esfuerza como un granjero. Dios juega. Toda la historia prueba que a Dios le gusta tejer bien los hilos, en el sentido poético. Lo que nos debería dar una clave es el sinsentido de todo. ¿Por qué pasamos por alto cuán falta de utilidad es para Dios su creación? Mal leída, la historia del Génesis nos hace pensar que Dios trabajó mucho para lograr un propósito. Pero ¿cuál pudo haber sido ese propósito? ¿Es que a Dios le faltaba algo? El entramado del ala de un jilguero debería bastar para convencer a cualquiera de que toda la creación se trata de un juego. El relato del Génesis está contado de tal manera que no deja dudas: para Dios, todo fue tan sin esfuerzo y tan gozoso como el silbido de un pastorcito echado en una ladera mientras su mirada se pierde en el cielo del verano.

Una vez que abramos los ojos y entendamos esto, ya no estaremos preocupados por descubrir el propósito de la vida humana; más bien, celebraremos su sentido.

Dios juega. El trabajo siempre tiene un propósito; no sucede así con la naturaleza y con la historia, en las que no hay propósito. Sin embargo, todo está lleno de un significado profundo. ¡Gracias a Dios, no hay un propósito para el mundo! Es por esto que verdaderamente nuestro mundo es un mundo sin una finalidad. El trabajo culmina cuando se logra un propósito: ¿Quién seguiría buscando agua una vez que su vaso está lleno hasta el borde? Pero jugar a que el agua es vino: eso es un juego divino. O hacer de cuenta que quien beba de ella jamás tendrá sed; o que si el agua es esparcida sobre nosotros nos hará más blancos que la nieve; o que uno se puede sumergir en ella, morir, y salir más vivo que antes… todos estos son juegos que se pueden seguir jugando en un mundo-sin-fin. El jugar no tiene una finalidad; solo tiene sentido, y el sentido no tiene fin. Una vez que abramos los ojos y entendamos esto, ya no estaremos preocupados por “descubrir el propósito de la vida humana”; más bien, celebraremos su sentido. Esto nos proporcionará alegría y la suficiente fortaleza como para ocuparnos de todos aquellos propósitos por los cuales somos responsables a nivel del trabajo como si se tratara de jugar. Y esto nos llevará a lograr resultados que sean duraderos.

Al decir esto, me parece escuchar una voz preguntando tímidamente “Pero, ¿cómo lograrlo?” Hagamos un listado de preguntas que nos ayuden a transformar estas reflexiones en acción. (Por favor, noten que estas preguntas son aplicables a todos, más allá del lugar de residencia, aun para quienes viven en la ciudad. Contestarlas no debería ser trabajoso, sino algo divertido, y se puede transformar en un juego si lo hacen con un amigo).

– ¿Qué lugar considerarías como tu hogar, en el sentido pleno de la palabra?
– ¿Cuánto tiempo pasas allí? ¿Cuánto tiempo al aire libre?
– ¿De cuántas de las flores, hierbas y árboles que crecen allí conoces los nombres?
– ¿Qué sabes sobre los mamíferos, aves, peces, reptiles, insectos de tu barrio? ¿Sabes los nombres? ¿Sus hábitos de vida?
– ¿A cuántos de tus vecinos conoces por su nombre? ¿Nombre de pila? ¿Apellido? ¿Los nombres de sus hijos? ¿De sus mascotas?
– ¿Cómo describirías la relación con tus vecinos? ¿Distante? ¿Cordial? ¿Cooperativa?
– ¿Hablas con tus vecinos sobre temas de protección ambiental del lugar que comparten?
– ¿Cuándo fue la última vez que te sentaste al aire libre o saliste a caminar sin un propósito en particular, sino solamente para mirar y escuchar, no haciendo nada?
– ¿Tienes alguna planta o cultivo? ¿En un jardín? ¿En una maceta?
– Nombra los tres problemas ambientales más acuciantes de tu barrio, tu país, tu provincia o región.
– ¿Quiénes son tus representantes políticos y cuáles son sus posturas sobre temas ambientales?
– ¿Cuál es tu opinión sobre el significado de la poesía en la vida humana? ¿Y en la educación?
– ¿Qué lugar ocupa la poesía en tu propia vida?
– Nombra dos de los libros de la Biblia cuya forma literaria sea la poesía. ¿Piensas que uno puede entender el sentido de las enseñanzas de Jesús (especialmente las parábolas en los evangelios) sin tener sensibilidad para la poesía?
– Nombra tres poetas cuya obra disfrutes (no la que te parece que deberías disfrutar).
– Nombra algún poeta cuya obra te guste menos o para nada. Brinda una razón de por qué no te gusta.
– ¿Quién es tu poeta preferido?
– ¿Sabes quién es el poeta preferido de tu mejor amigo/a?
– ¿Lees poesía en compañía de tus amigos? ¿De tus hijos?
– ¿Qué poeta o poesía ha tenido una influencia significativa en tu desarrollo personal?
– ¿Cuándo fue la última vez que te sentaste a leer una poesía por placer?
– A grandes rasgos, ¿cuántas poesías sabes de memoria? Recita una.

Y ahora, para recompensarlos por su paciencia, voy a compartir una poesía de Gerard Manley Hopkins. Puede no ser fácil a primera vista, pero vale la pena leerla más de una vez.

Los álamos de Binsey

Mis álamos queridos, que en aéreas prisiones subyugaban,
subyugaban o extinguían en su fronda el sol brincante,
todos talados, talados, están todos talados:
de una lozana y ondeante hilera
no ha sido respetado uno tan solo
para brizar su ensandaliada sombra,
que nadaba o se hundía
en el prado, en el río, en la ribera de retorcida hierba por la que el viento vaga.
¡Oh, si supiéramos lo que hacemos
al cavar y tajar,
acuchillar y desmembrar el arreciante verde!
Pues la campiña es tan tierna
al tacto, su ser tan delgado
que, cual esta esfera brillante y vidente
un pinchazo nomás y cesa de ser ojo,
donde, si, aun donde intentamos
enmendarla, la acabamos,
al tajar y cavar:
Los que vienen después no pueden adivinar la belleza que fue.
Diez o doce, únicamente diez o doce
golpes devastadores desintegran
la escena dulce y única,
escena rural, una escena rural,
dulce, única escena rural.

Gerard Manley Hopkins

Al releerla, especialmente cuando uno la lee en voz alta, algunos pasajes densos se vuelven claros de repente, lo cual ocurre con toda la poesía que escribió Hopkins. Él quería que sus poemas fueran leídos en voz alta. Las repeticiones en las líneas 3 y 5 y en las últimas cinco líneas me sugieren un llanto del escritor que él no pudo reprimir al lamentar el talado de esos álamos que le eran tan preciados. Recuerdo una hilera de álamos detrás de mi propia casa en las afueras de Viena. Según la leyenda local, había sido Napoleón quien ordenó plantar esa avenida de árboles. Al dueño del terreno aledaño le molestaban porque según él le robaban el sol a su viñedo. Durante las últimas semanas de la guerra aprovechó el caos reinante, y un día los mandó talar a todos. Esos golpes devastadores de hacha aún resuenan para mí en el “todos talados, talados” de este poema.

Hopkins conocía sobre la naturaleza lo que apenas estamos comenzando a entender un siglo después: “Aún donde intentamos enmendarla, la acabamos, al tajar y cavar”. Y encuentra la aguda comparación con ese “esfera brillante y vidente/ un pinchazo nomás y cesa de ser ojo”. Aquí hay más que una imagen de extrema vulnerabilidad. Estas líneas tienen connotaciones que me estremecen. Hay una alusión aquí a una visión interior poética igual de vulnerable, un ojo interno frágil, un sentido que permite ver la sacralidad de la naturaleza. Cada niño nace dotado de ese sentido. Si solo les permitiéramos a nuestros niños echar raíces en algún suelo que sea su hogar, como también echar raíces en el lugar donde el corazón contempla visiones, Adán, el poeta y jardinero, podría aún sobrevivir en “la tierra verde de Dios”.

Hermano David Steindl-Rast

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