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La sombra, un conducto hacia la luz

Fabiana Fondevila

Siguiendo los conceptos de Carl Jung, la autora invita a mirar nuestro “lado oscuro” como parte integral de nuestro ser y como camino hacia nuestra plenitud.


Ella es una exitosa coach norteamericana. Ayuda a las personas a realizar sus sueños y viaja por el mundo resolviéndole la vida a todo el mundo. Lo que sus clientes no saben es que es una gastadora compulsiva, y que vive angustiada por sus deudas.

Él es un maestro espiritual, amado y admirado por sus seguidores. Es un gran maestro, pero duda de sí mismo, e internamente compite con otros a los que percibe como más sólidos y más carismáticos que él.

Él y ella no son farsantes, ni siquiera malas personas. Son, apenas, humanos, y conviven con aspectos de sí mismos a los que les cuesta mirar a la cara: su sombra.

¿Qué es la sombra?

Es un concepto acuñado por el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung que alude a todos aquellos contenidos psíquicos, y de nuestra personalidad, que no queremos o no podemos admitir en nuestra conciencia. Cualidades que nos asustan, que nos avergüenzan, que nos resultan inadmisibles o que contrastan con nuestros valores, son relegadas a esta zona oscura de la mente, que nos habita sin que lo advirtamos.

¿Cómo se crea la sombra?

Si podemos observarlas y hacerles lugar en nuestra conciencia, sin juicio y con compasión, las cualidades rechazadas nos enseñarán acerca de nosotros mismos y perderán su cualidad oscura.

De niños nos enteramos pronto de que hay conductas que merecen aprobación y beneplácito por parte de nuestros padres, y otras que despiertan reprobación y rechazo. A medida que crecemos, las partes rechazadas de nuestra persona se convierten en una suerte de mochila que cargamos sobre nuestras espaldas. En su libro A Little Book on the Human Shadow (Un pequeño libro sobre la sombra humana), el ensayista Robert Bly explica que, cada vez que de chicos escuchamos admoniciones como “Las niñas buenas no contestan”, “Los varones no lloran”, o “Eres grande para tener miedo”, emociones como el enojo, la tristeza y el temor, además de impulsos vitales, deseos y toda clase de proclividades naturales pasan a engordar esa mochila.

Pero ahí van a parar también cualidades positivas a las que renunciamos porque “pertenecieron” a otro miembro de la familia (“mi hermana es la inteligente”, “mi hermano es el talentoso”), dones que fueron poco valorados (la vocación musical, la afición al deporte), y hasta virtudes como la ternura, la autoafirmación y la alegría, si en nuestra casa se priorizaba la firmeza, la obediencia o la seriedad. A estas cualidades positivas desheredadas se las conoce como “la sombra dorada”.

¿Cómo se expresa la sombra?

Aparece en sueños, en actos fallidos, en chistes que revelan más que lo que queremos, en el arte que producimos. Cuando no encuentra otro modo de expresión, se revela en síntomas físicos (bruxismo, gastritis, jaquecas), psicológicos (culpas, fobias, neurosis, depresión, obsesiones) o conductuales (accidentes, malas decisiones, auto-sabotajes).

Uno de los principales mecanismos que utiliza la sombra para ocultarse es la proyección. Si no puedo permitirme sentir determinada emoción, o ver cierta faceta de mi personalidad, se la “adjudico” inconscientemente a otro, y así me libero de ella. Pero al ver esa cualidad en otro, me irrito, porque me trae al recuerdo esa faceta negada.

Veamos un ejemplo: si soy autoexigente y culposa, podría ver a una mujer tomando sol en una plaza un día de semana y pensar: “¡Qué barbaridad! ¿Cómo puede ser tan haragana?” Si lo que tengo en sombra es la autoafirmación, podría ser que me indignen las personas que saben marcar sus límites. Si lo que tengo negado es mi femineidad, podría tener una aversión inconsciente por las mujeres, o por los hombres que se permiten expresar su costado tierno y vulnerable. La irritación no es señal de que en el fondo somos haraganes, autoritarios o débiles, sino de que necesitamos soltarnos un poco las riendas en todas esas áreas: permitirnos descansar, poner algunos límites, amigarnos con nuestra vulnerabilidad.

La sombra dorada, por su parte, no se manifiesta con irritación sino con admiración exagerada. Si me fascinan las personas con dotes de liderazgo, es posible que haya en mí un líder que está pidiendo pista. Si me deslumbran los artistas, puede que albergue un creador que está necesitando expresarse. Si mi admiración es para quienes se dedican a dar servicio, es posible que no esté pudiendo ver el brillo de mi propia bondad.

Cuanto más reprimimos una cualidad, con más virulencia se expresa. Un caso extremo de proyección negativa es la cacería de brujas. La cacería comienza cuando una persona o un sector de la sociedad “pierde de vista” algún rasgo oscuro de su psiquis, y se lo adjudica a algún colectivo. Los casos más resonantes de cacería fueron verdaderos agujeros negros de la historia: la persecución de “las brujas” en la Europa del siglo XVII, de los judíos en la Alemania nazi, de los negros en el Estados Unidos esclavista, de las mujeres por los femicidas, de los homosexuales por los homofóbicos.

La proyección colectiva hace que las personas dejen de ser individuos y pasen a ser representantes de algún grupo: los haraganes, los frívolos, los vulgares; los hippies, los bohemios, los ricos, los burgueses; los blancos, los negros, los orientales; los judíos, los católicos, los musulmanes.

¿Cómo podemos reconocer nuestra propia sombra, para reapropiárnosla?

  • Observar qué personas o roles o situaciones nos despiertan extrema irritación, o gran admiración. Preguntarnos en qué medida esos rasgos que nos molestan (o nos deslumbran) viven en nosotros. Tener en cuenta que los rasgos rechazados solo se han vuelto oscuros y ajenos por obra de la represión.

  • Escribirle una carta a la persona que nos irrita, detallando todo lo que su forma de ser nos provoca, en forma explícita y sincera. Al terminar, cambiar el encabezado, y dirigimos la carta a nosotros mismos.

  • Practicar la auto-aceptación radical. Es importante entender que todos albergamos un amplio espectro de emociones e impulsos, y que somos libres de elegir cuáles de ellos actuamos en el mundo. Si podemos observarlas y hacerles lugar en nuestra conciencia, sin juicio y con compasión, las cualidades rechazadas nos enseñarán acerca de nosotros mismos y perderán su cualidad oscura.

  • En el caso de la coach y el maestro del comienzo, poder reconocer la dificultad para manejar las propias finanzas, y la inseguridad, respectivamente, solo haría de ellos líderes más humanos, auténticos y compasivos. Integrar nuestra sombra es un acto de generosidad para con nosotros mismos y nuestro entorno, ya que aquello que desconocemos nos posee y actúa por nosotros, sin el beneficio de la conciencia.

“Tienes que tener tanto una sombra como una fuente de luz” -escribe el místico Rumi, siempre dado a los buenos consejos, e invita-: “Escucha, y reposa tu cabeza bajo el árbol del recogimiento”.

Fabiana Fondevila

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