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La vid, el vino y el escanciador

Ana María Díaz

Por sus características, la vid, y el vino que se obtiene de ella, encierran un simbolismo muy rico y profundo. Todas las bondades que el vino nos brinda en el plano emocional y físico son imagen de la renovación espiritual.


Las evidencias arqueológicas han mostrado la presencia de viñas silvestres en Asia central desde hace 20.000 años. Sin embargo, las pruebas de cultivo intencional datan de 6.000 a 7.000 años atrás. La creencia generalizada señala que los comienzos de la elaboración del vino se ubican en una extensa zona al sur del Cáucaso, situado entre Turquía, Armenia e Irán, unos 3.000 años a.C. Sin embargo, se sabe que, debido a la capacidad natural de fermentación de la uva, el consumo de jugo fermentado comenzó mucho antes. A causa de una extraordinaria adaptabilidad, el cultivo de viñas y su elaboración se extendió rápidamente, de modo que el vino en la mesa ha acompañado la historia de la humanidad desde hace milenios. Esta antigüedad y sus efectos han rodeado al vino de mitos, leyendas y simbolismo.

La vid es un arbusto leñoso, seco y duro, que hasta parece sin vida. Sin embargo, es capaz de producir un fruto tierno, jugoso y dulce. Este extraordinario contraste siempre nos ha hablado de milagro, de esperanza, de resurrección, de confianza y de consuelo. Por eso, nos llega tan hondo que Jesús diga “Yo soy la vid y mi padre el viñador”.

Los peculiares efectos del vino también son asombrosos. Nos pone en un estado de conciencia diferente, intensifica nuestros sentimientos, nos vuelve espontáneos, comunicativos y alegres; nos hace apreciar la vida de otro modo y aligera la carga de tristezas y turbaciones. Como dice Neruda:

“El vino mueve la primavera,
crece como una planta de alegría,
caen muros, peñascos,
se cierran los abismos, nace el canto”.

Por miles de años el vino ha constituido el remedio más usado. Consumido en dosis medicinales, ha sido el principal desinfectante, germicida, somnífero y anestésico. Además, era prescrito para curar o prevenir una variadísima gama de enfermedades de diversos órganos y funciones, tales como el estómago, hígado, corazón, circulación, etc. Plinio, erudito y escritor romano del siglo I d. C., en su Historia Natural, escribió: “El vino es por sí solo un remedio, nutre de fuerzas la sangre del hombre, alegra el estómago, adormece las penas y preocupaciones”.

Entre el vino y la amistad siempre ha habido una estrecha relación. La intimidad del compartir se ve favorecida por el grato efecto del vino y los amenos encuentros con los amigos son la mejor motivación para beber, como dice la canción al amigo:

“Hay alegría en mi corazón,
con tu presencia me traes el sol,
manos sencillas, manos de amor,
tienden la mesa y le dan calor,
al pan caliente sobre el mantel.
El vino bueno y un gusto a miel,
habrá en mi casa mientras estés”.

Definitivamente el vino genera fraternidad.

El vino es la sangre de la uva, un torrente vital encerrado en el hollejo, que mantiene vivo al racimo. Por eso, no es extraño, en razón de su color y de su función, que el vino haya simbolizado la sangre en tantas culturas. Y la sangre era considerada la fuente de la vitalidad; se está vivo a causa de la sangre que nos recorre. En ese sentido, sangre, alma y vida son prácticamente lo mismo. Por eso, en la última cena fuimos invitados por Jesús a participar del cáliz de su vida, de su alma, del vino de su sangre. Nos ofreció la copa como un escanciador ofrece el mejor licor que tiene. “Beban todos de él”, nos dijo.

El vino representa la expansividad de la fiesta, la exaltación de la celebración, el encuentro, la espontánea expresividad, los gratuitos movimientos de la danza, la alegría de vivir la vida que se nos regaló.

Esta semana volvemos a contemplar el texto de las Bodas de Caná, y nos volvemos a maravillar ante esa gran cantidad de agua, seis tinajas enormes, destinadas a los rituales cotidianos de la purificación, de la limpieza, del trabajo, de los usos del diario vivir. El agua representa la rutina de la cotidianeidad, la que nos atrapa, nos limita, nos obliga, nos cansa con sus movimientos útiles y lentamente nos va robando la alegría de vivir. Nos impresiona la observación de María: “Se han quedado sin vino”. A cuántos de nosotros se nos puede aplicar este diagnóstico. Si el agua representa la inercia de la cotidianeidad, el vino representa la expansividad de la fiesta, la exaltación de la celebración, el encuentro, la espontánea expresividad, los gratuitos movimientos de la danza, la alegría de vivir la vida que se nos regaló. Pero, después de las Bodas de Caná, ya no hay peligro de quedar atrapados en la apatía de lo de siempre. Nos hemos encontrado con un atento anfitrión que nos invita a brindar en la fiesta de esponsales con la vida, y para esta celebración él se pone, como dice mi amigo Ronald Güimenez, nada menos que con 600 litros de vino.

Es una maravillosa noticia estar convocados a aceptar la invitación de Jesús, nuestra vid, el palo seco del que brotan frescos y sabrosos racimos; el vino que nos da alegría de vivir, nos sana y nos hace fraternos; el escanciador que nos tiende una copa rebosante de vida en abundancia.

Ana María Díaz


Reflexiones:

  1. REPLY
    Rosaura Cruz Obonaga dice:

    Todo un manjar espiritual para mi este bello escrito. Bendiciones para quien lo escribio y todo mi agradecimiento total total total para el SUPREMO INSPIRADOR. Amen

  2. REPLY
    Alicia dice:

    En mi ha dejado huellas tristes al ver el deterioro de las pesonas que bebian, en reuniones familiares. Y en la vida cotidiana. Recordando el episodio de la Bodas de Cana…Que pocos entienden la alegría que da el Vino .En mi , está herido.Evito concurrir a eventos y celebrar.
    Celebro en silencio y sola, la vida eremítica me da sosiego . Me da paz el silencio.

  3. REPLY
    Alicia dice:

    Bello relato.
    Me decía mientras leía que riqueza tiene el vino…a mi me recuerda a momentor tristes en las fiestas y celebraciones familiares. Bebían sin moderación y lo que debía ser un hermoso encuentro para Celebrar resultaba para mi un triste lamento.
    Tomo conciencia al leer este bello texto que el sentido de fiesta y celebración es maravilloso en mí, está muy herido en mi.
    Un abrazo!

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