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Lo peor del cielo

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Ana María Díaz

“Los sueños cumplen la función de alimentar la esperanza, fortalecer la paciencia y despertar las energías necesarias. Sin sueños no hay realizaciones.”


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Ilustración de Alexander Jansson

Todos padecemos insatisfacciones de algún tipo, incluso quienes más satisfacciones tienen en su vida. Es que el ser humano es insaciable, dicen algunos, siempre quiere más, y esa es la principal fuente de su infelicidad. Cuando nos detenemos a pensarlo con cuidado, no podemos dejar de reconocer que algo de eso hay, pero una formulación simplificada no da bien cuenta de la situación, ni mucho menos sirve para aprender a vivirlo de otro modo.

Decía Saint Exupéry que los seres humanos, cuando quieren construir un barco, no comienzan por juntar maderas; se sientan a soñar con el mar. Es que los seres humanos no hacemos nada que antes no hayamos soñado apasionadamente. Los grandes pasos que hemos dado en la historia, los adelantos científicos y técnicos, las grandes obras de arte, las gestas deportivas, etc., siempre han comenzado con hombres y mujeres que las han deseado, imaginado y anticipado en su corazón. Por ejemplo, las gestas de independencia de los países colonizados, las gestas por el respeto a las libertades individuales o por la educación universal, etc., han sido enormes pasos de humanización individual y colectiva, y todos ellos comenzaron con hombres y mujeres que soñaron –cuando aún era impensable y muy peligroso– con poner fin al concepto colonial y segregado del mundo.

Sin embargo, los sueños nunca se cumplen del modo en que los anticipamos, pero desempeñan la indispensable función de inspirarnos, animarnos a luchar, trabajar y esforzarnos. Los sueños cumplen la función de alimentar la esperanza, fortalecer la paciencia y despertar las energías necesarias. Sin sueños no hay realizaciones.

Al mismo tiempo, los sueños son un material del alma altamente delicado de manejar. Una canción de Joaquín Sabina comienza diciendo:

“Lo peor del cielo es que está tan lejos de aquí.
Lo peor del suelo es que no acostumbra a mentir.”

Estos versos recogen de un modo muy sensible y acertado la tensión que se produce entre los sueños y las realidades. La distancia que hay entre lo que anhelamos llegar a vivir y lo que efectivamente vamos logrando suele ser una fuente de gran insatisfacción, y el motivo por el cual dejamos que los sueños se enfríen hasta desaparecer, con lo cual iniciamos el amargo camino de mirar la vida con desencanto. Entonces, ¿estamos condenados a la insatisfacción de tener que conformarnos con pobres realizaciones y resignar los sueños del alma? Algunos dan a esta pregunta una respuesta pragmática y proponen ser realistas y sensatos a la hora de anhelar. De esa postura viene el dicho: “A los veinte todos somos incendiarios, pero a los cuarenta nos hacemos bomberos”.

La fuente de nuestra energía y el origen de nuestras gestas heroicas y cotidianas consiste en superar esa distancia que existe entre sueños y realidad.

Llevaba unos años pensando y trabajando sobre este tema cuando un hombre del mundo de los negocios, un economista, terminó por aclarar las cosas para mí. Dice Fredy Kofman que los seres humanos somos ese espacio de conciencia entre el cielo y la tierra. Por eso la fuente de nuestra energía y el origen de nuestras gestas heroicas y cotidianas consiste en superar esa distancia que existe entre sueños y realidad. Pero para vivir bien esto hay que ser capaces de aguantar dentro de uno la belleza del sueño y la trivialidad de la realidad; hay que ser capaces de “bancarse” la distancia entre estos polos, sin perder nada de ninguno de los dos. Hay que cortejar los sueños que alimentan nuestra sed de infinito, sin la cual nos resecamos, manteniendo vivo el soplo divino que nos habita. Pero hay que ser rigurosamente fieles a la realidad de todos los días, sin desanimarse con sus veleidades, cumpliendo sin dudar nuestro turno en la trinchera.

Para resolver esta tensión, sigue Kofman, hay que revisar profundamente nuestro concepto de éxito. Es preciso tener la sabiduría de reconocer que, por más que nos empeñemos eficientemente, no podemos controlar el logro de las metas que nos proponemos, del modo en que las entendemos ni en los plazos que nos fijamos. Entonces, lo sabio es entender el éxito no como un parámetro de logro sino como un parámetro de fidelidad, devoción y responsabilidad. El mayor éxito que podemos alcanzar es obtener un logro que se encuentra más allá de las metas que nos proponemos, “un éxito más allá del éxito”: el de no abandonar lo que nos importa sin importar lo mucho o poco que se avanza; el de agradecer los sueños que nos dan identidad, valorando tanto los pequeños como los grandes avances; el de no dejar morir nuestros sueños, a pesar de las contundentes derrotas que a veces recibimos; el de mantener el mismo entusiasmo cuando la ola se retira que cuando baña nuestros pies.

Esto lo sabía muy bien Jesús de Nazareth cuando nos habló de lo bienaventurados que son los pacientes. No en vano agregó, “porque ellos heredarán la tierra”. Los pacientes son capaces de ver, con sus propios ojos, que lo mejor del cielo es que está cerquita de nuestro corazón, y lo mejor del suelo es que lentamente se viste de celeste.

Ana María Díaz


Reflexiones:

  1. REPLY
    Miguel dice:

    Sus escritos expresan lo complejo de manera simple… y con igual o mayor contundencia!!! Gracias Anita por ayudar a que me enamore una y otra vez de la Vida!!!

  2. REPLY
    sabina dice:

    A esta mujer Ana María Díaz la conozco y puedo asegurar que sus palabras sanan el alma, dan orientación a los pasos y fortalece la pasión por Jesús. Me da alegría que haya cada vez más personas que puedan saborear sus escritos que es un modo de aproximarse y contagiarse de su sabiduría.

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