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El amor

David Steindl-Rast

Lo opuesto al amor no es el odio sino la indiferencia, de la que provienen muchos de los males del mundo. El vivir agradecidos implica vivir en el amor, es decir, vivir nuestra pertenencia común con todos los seres del planeta.



Texto completo de la charla

Cuando nos detenemos y miramos, descubrimos la sorpresa; escuchamos aquella Palabra que proviene del Silencio y que es siempre sorprendente. Esta Palabra es la respuesta a nuestro qué. Es una respuesta que se nos da, no para que la comprendamos, sino para que la vivamos estando abiertos a la sorpresa. La tercer pregunta, correspondiente al actuar, es la pregunta cómo. ¿Cómo responder a esa palabra que nace del silencio? La respuesta es: por medio del amor. El amor es, una vez más, algo diferente del concepto que solemos tener de él. Usualmente pensamos que el amor es tener preferencia por esto o por aquello. Pero el amor no es preferencia, sino que el amor es un sí a la pertenencia.

Podemos aplicar esta definición a cualquier situación en la que hablamos de amor. Hay muchas clases de amor: el amor entre esposos, el amor de padres a hijos, el amor entre hermanos, el amor de los humanos a los animales y a las plantas, el amor a la patria, al hogar, a la familia… miles de amores diferentes; y sin embargo, todos ellos pueden definirse como un sí a la pertenencia. Se trata de un sí dicho no solo con los labios, sino con los hechos. Sí, pertenecemos juntos, y actuamos siendo conscientes de esa pertenencia. Expresamos nuestra pertenencia en el modo en que nos comportamos.

Amar significa danzar con todos, interactuar con todos. Nos pertenecemos, con los que nos agradan y con los que nos desagradan, y juntos formamos una gran danza. Esta danza representa la vida en plenitud, y es una danza que podemos aprender si aprendemos a detenernos, mirar y actuar.

Una vez más, lo opuesto al amor no es el odio, ya que hay veces en que incluso no sabemos si amamos u odiamos a alguien, ya que entre amor y odio hay una delgada línea… Incluso hay una frase de los Salmos que dice “odio a mis enemigos con un odio perfecto”. Ante el mandato “amen a sus enemigos”, ¿cómo podríamos cumplirlo si no tuviéramos enemigos? Si no los odiáramos con un odio perfecto, no serían nuestros enemigos. Sin embargo, dentro del odio hay lugar para el amor entendido como un sí a la pertenencia. Podemos decirle a un enemigo: “Sí, nos pertenecemos, pero buscamos cosas totalmente opuestas; por lo tanto voy a hacer todo lo posible por frustrar tus intenciones. Si lo que buscas es destruir el medio ambiente, eres mi enemigo, y te voy a tratar como tal, aunque con amor. Nos pertenecemos; yo no sería yo, un defensor del medio ambiente, si no existieras tú, y como enemigos nos pertenecemos”. Así, vemos que el odio no es incompatible con el amor.

Lo que sí es incompatible con el amor es la indiferencia, el decir “no me importa”. La indiferencia es también la causa de todos los males del mundo. Por ejemplo, ser indiferentes ante el dolor ajeno, ante tantos niños que mueren de hambre mientras nosotros tenemos tantas cosas… Esto es apatía, mientras que el amor dice “nos pertenecemos, y voy a hacer todo lo posible por ayudar, y lamento no poder hacer más”. El que alguien nos desagrade, o incluso la enemistad, son cosas inevitables en la vida; pero la apatía es algo optativo. Siempre va a haber alguien que no nos cae bien, pero podemos superarlo mediante el amor. “No me gusta esto o lo otro, pero nos pertenecemos, y por lo tanto voy a tratar de manejar la situación”. De esta forma podemos superar todos los males que son fruto de la indiferencia: la frialdad, la alienación, la soledad. Hay tanta soledad en el mundo, producto de la indiferencia…

Amar, por el contrario, significa danzar con todos, interactuar con todos. Nos pertenecemos, con los que nos agradan y con los que nos desagradan, y juntos formamos una gran danza. Esta danza representa la vida en plenitud, y es una danza que podemos aprender si aprendemos a detenernos, mirar y actuar. Podemos formar parte de esta danza preguntándonos por qué, qué y cómo, y dejando que estas preguntas nos conduzcan al gran misterio, al silencio del cual nace la palabra, y que mediante la comprensión (nuestra acción) retorna al silencio. A esto lo logramos mediante nuestra fe en el silencio, nuestra confianza existencial en el Silencio; mediante nuestra esperanza, nuestra apertura a la Palabra expresada en todo lo que existe; y mediante nuestro amor, nuestro sí a la pertenencia, nuestra interacción con todas las cosas en esta gran Danza del universo. El detenernos, mirar y actuar nos lleva a formar parte de esta gran danza.


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