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Perseverancia y oración

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Hugo Mujica

Hugo Mujica comenta la parábola de este domingo. “Cuando se ama a través del tiempo, cuando es hacia Dios, cuando no tiene ni tendrá fin, se le llama perseverancia, y esa perseverancia se manifiesta y se alimenta en la oración”.


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Del evangelio de Lucas (18, 1-8)
Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: “En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: ‘Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario’. Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: ‘Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme’”. Y el Señor dijo: “Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”.

El evangelio nos habla de perseverancia y de oración,
de la oración como una forma de la perseverancia,
una forma de la fe,
cuando se ama a través del tiempo,
cuando el tiempo es la medida del crecimiento,
no del abandono y del decaer.

A ese amor se lo llama fiel,
no fiel porque sigue igual,
fiel porque siendo el mismo no se repite,
porque siendo el mismo nunca es igual.

Fiel, en definitiva, porque crece, se renueva, se despliega:
da fruto, crea.

Ese mismo amor, cuando es hacia Dios,
cuando no tiene ni tendrá fin, se le llama perseverancia,
y esa perseverancia se manifiesta y se alimenta en la oración.

Para perseverar en la oración hace falta la fe, la fe en Dios,
obviamente, pero también, y sobre todo,
la fe en que Dios está vivo y que, un ser vivo,
es alguien con quien podemos entrar en relación, es decir, comunicarnos:
afectarnos mutuamente: transformarnos.

Fe que Dios no es un incio, un pasado que aún perdura,
sino un nacimiento que no cesa,
y que en nostoros puede seguir naciendo.

Entrar en relación implica,
como condición y manifestación de que esa relación es vital,
que ambas partes de la relación quedan transformadas por esa relación:
que algo de uno comience a ser el otro,
y que algo del otro desde ahora es uno mismo.

Comenzamos diciendo que la oración es encuentro,
el encuentro entre la libertad del hombre y la voluntad de Dios,
pero ni lo uno ni lo otro,
ni la libertad humana ni la voluntad divina son sustantivos:
ambos son verbos: es decir, acontecimiento, gestación;
se conjugan creación.

La voluntad de Dios no es un mapa sobre mí;
es mi libertad,
mi libertad para crear, mi posibilidad para la bondad,
mi capacidad para orar, es decir,
para depender y ser desde otro lugar que no soy yo,
al lugar que solo puedo llegar dejando que entre Dios en mí.

Por eso la oración es encuentro,
y por eso, por ser encuentro, es transformación,
pero lo que se transforma, no soy ni yo ni Dios; es la vida,
es la historia que se transfigura en reino de Dios.
O, en nombres menos ostentosos:
se transfigura en amor solidario, en compasión,
en bondad.

Algo de la historia, algo del mundo, comienza en cada uno de nosotros,
algo del mundo termina en cada uno de nosotros,
y, cuando rezamos,
cuando acontece el encuentro,
algo de ese mundo comienza a transformarse desde ese encuentro
algo de la historia comienza a ser salvación.

Perseverar, insistir en la oración,
es insistir en que nuestra vida se mantenga abierta a Dios,
no se cierre a los otros, no se cierre sobre nosotros mismos.

Rezar es abrirse a la inmensidad de Dios
hecha intimidad en el encuentro de la oración,
y en esa inmensidad poner nuestros proyectos,
nuestros deseos,
ponerlos, verlos y juzgarlos allí,
en la verdadera y definitiva proporción,
en la definitiva dimensión.

En este sentido toda oración es crisis, es decir,
el momento donde todo se pone a prueba,
donde nuestros actos muestran su opacidad o su trasparencia,
muestran si refractan o si transparentan a Dios,
muestran si terminan en nosotros o se extienden hacia Dios,
si se cierran en nosotros o se abren en los demás,
si oramos para decirnos a nosotros mismos en Dios
o si callamos para dejar que nos nombre él.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro y esloveno.

www.hugomujica.com.ar

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