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Saber despedir, saber “bienvenir”

Virginia Gawel

En esta época del año en que recordamos lo vivido y nos proyectamos hacia el futuro, Virginia Gawel nos invita a soltar aquello que debemos soltar, sin aferrarnos, así como también saber recibir lo que la vida nos depara.


Y sí, la tengo que escribir entre comillas. Pero les pido ayuda para que esa palabra exista. La Real Academia Española va agregando al diccionario aquellos vocablos a los que nosotros (la gente) vamos dando vida a través de nuestra comunicación cotidiana. ¿Por qué será que la palabra “despedir” sí existe, pero nuestro idioma no ha dado la bienvenida a la palabra “bienvenir”? Propongo que empecemos a usarla, hasta que la Real Academia un buen día diga: “¡Caramba! ¡Cuánta gente está bienviniendo! ¡Agreguemos ese fantástico verbo al diccionario!”.

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Captura de pantalla de la página de la Real Academia Española (www.rae.es)

Porque el asunto es así: si una palabra no existe, es que lo que esa palabra señala aún no ha cobrado vigor en esa cultura: no tiene suficiente importancia, suficiente visibilidad. Quizás nos falte porque durante tantos siglos en Occidente nos hemos constituido más para resistir, para detestar, para rechazar, para discriminar, para repeler lo “malo”, que para “bienvenir” lo bueno, lo diáfano, lo alegre, lo creativo (¡que muchas veces estaba implícito en aquello que rechazábamos!)

Si comprendemos ese sentido del des-pedir, y lo corolamos con el significado del bien-venir, el movimiento interno se direcciona hacia algo mejor que lo que había.

Me pregunto si, refiriendo esto al reino de los vínculos afectivos, esa falta de “espíritu de bienvenir” nos deje asustados, aferrándonos a lo que daña, a lo rancio, a lo que ya no tiene vida, a lo que inclusive nos expulsa… Por miedo a que, si nos despedimos de eso a lo que nos aferramos, quede la nada misma, y no tengamos ninguna cosa mejor para “bienvenir”. Así, vamos transitando con miedo, pues la confianza en la vida está acallada, como las notas de un piano sofocadas por la sordina.

¿Qué pasaría si fuésemos educados emocionalmente en todos los ámbitos para aprender a “bienvenir”? Tal vez aprenderíamos también a despedir. Pues, si de palabras se trata, en ésa hay un secreto escondido, y sin embargo muy a la vista. Des-pedir es eso: dejar de pedirle a aquello que en verdad ya no tiene nada para darnos. Si comprendemos ese sentido del des-pedir, y lo corolamos con el significado del bien-venir, el movimiento interno se direcciona hacia algo mejor que lo que había.

Creo que esto funciona así inclusive cuando “bienvenimos” a lo que es inevitablemente doloroso; hoy se sabe desde las neurociencias lo que las psicologías de Oriente expresaron hace siglos: que el dolor (emocional o físico) se incrementa si tenemos una actitud de rechazo hacia él. Cuando renegamos del dolor nos rigidizamos, y el dolor se nos incrusta ferozmente, como quien queriendo sacarse un vidrio de la planta del pie patea contra el suelo. El psiquiatra transpersonal Roberto Assagioli lo decía de un modo muy simple: que en esos casos “hay que aprender a colaborar con lo inevitable”. Porque la otra actitud sólo nos daña más.

Construimos el significado de la realidad con nuestra actitud hacia ella. La actitud de re-negar rara vez nos llevará hacia algo mejor.

También esa palabra tiene su sabiduría escondida: re-negar. “¡No quiero, no quiero y no quiero que la realidad sea así!”, podremos gritar como un niño que no acepta entrar a la escuela en su primer día de clase. Y está muy bueno que en la mayoría de los países de América “renegar” sea un vocablo popular que reemplaza a “sufrir”, “hacerse mala sangre” (“¡mala sangre”, ¡qué incomparable expresión!) Porque, por más que re-neguemos, la realidad, por un lado, es como se le da la gana ser. Y por otro, construimos el significado de la realidad con nuestra actitud hacia ella. La actitud de re-negar rara vez nos llevará hacia algo mejor.

La resultante es, entonces, que si lúcidamente damos la bienvenida a lo ineludiblemente doloroso (tomándonos el tiempo para encontrar esa sabiduría emocional dentro nuestro) podremos “bienvenir” también lo venturoso, en ese juego de tres movimientos: soltar, amigarnos con el vacío fértil y dejar que lo nuevo “venga”.

Un nuevo año comienza: ¿estamos dispuestos a “bienvenir” los aprendizajes que traiga? ¿Estamos dispuestos a soltar lo que ya caducó, pero de lo que aún estamos aferrados? Ésa es otra gran palabra: “a-ferrado” implica un gesto rígido: de hierro (“fierro”). Y el hierro se oxida, se degrada. Tal vez por eso todo lo referido al Ser fue simbolizado en distintas culturas, en cambio, con el oro: un metal que no puede corromperse. Desde ese Ser podemos “bienvenir” a la vida, a las personas, a los hechos, haciendo un nido para que se pose la felicidad. Si no nos educaron para ello, tenemos una inmensa e invaluable posibilidad: la de brindarnos a nosotros mismos esa educación afectiva. ¿Nos acompañamos unos a otros? ¡L@s bienvengo! (Así, sin comillas).

Virginia Gawel


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