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Ser capaces de ver

Hugo Mujica

El rico de la parábola nunca le negó limosna a Lázaro: simplemente nunca lo tuvo en cuenta. El desafío es ser capaces de ver aquello que «solo la compasión y la misericordia tienen ojos para ver».


Del evangelio de Lucas (16, 19-31)
Jesús dijo a los fariseos: Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan”. “Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí”. El rico contestó: “Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento”. Abraham respondió: “Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen”. “No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán”. Pero Abraham respondió: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán”.

El evangelio pone en escenda a dos hombres:
uno rico, el otro pobre.
De uno, el pobre, sabemos que se llama Lázaro,
del otro ignoramos el nombre,
sabemos de su vestimenta y sus banquetes,
pero no se nos dice su nombre,
se le define como “rico”,
como si su identidad fuera lo que tiene,
como si su ser fuese su posesión.

El rico vive en la abundancia,
el pobre, obvia y quizás consecuentemente, en la miseria.
Ambos viven a unos pocos pasos el uno del otro y,
no obstante,
no parecen ni haberse visto ni encontrado.

Uno parece haber vivido mirando hacia arriba, erguido,
el otro hacia abajo,
inclinado sobre los tachos de basura buscando
las sobras de los demás,
la comida que él y los suyos no tienen.

Lázaro vivía en su puerta pero el rico no reparó en él,
no lo tuvo en cuenta.
Para la cuenta del rico el pobre no cuenta.

En realidad el rico no ha negado nada a Lázaro y, éste,
no le ha pedido nada al rico,
más bien parece que el rico ni siquiera vio jamás a Lázaro.

Lázaro vivía en su puerta, el rico no reparó en él,
no lo tuvo en cuenta, para la cuenta del rico el pobre no existía.

En justicia, es posible que el rico de esta parábola sea caricaturesco,
pero en todo expresa una realidad evidente:
la evidencia de que no queremos ver lo que tenemos frente,
y, mucho menos, debajo nuestro.

La evidencia de que no queremos ver y el juicio de que somos responsables,
que debemos responder por lo que no miramos,
que somos responsables por no ver,
culpables por no escuchar.

La evidencia de que, no viendo,
somos cómplices de la realidad, cómplices de la injusticia, injustos por omisión.

La segunda parte de la historia, su eje,
es evidente:
es la trastocación de todos los valores terrenos,
es la diferencia entre nosotros y Dios,

Un Dios que cuenta como falta nuestra lo que no dimos
y como mérito del necesitado lo que le debimos dar,
lo que le negamos por no mirar.

La última parte nos desconcierta:
el rico parece ser el bueno y Dios el malvado,
el rico se preocupa por la salvación de sus hermanos,
y Abraham, o Dios, parece el que la niega.

La negativa de Dios es clara:
ya hay suficientes signos,
la ausencia del reino de Dios es el signo de Dios:
todo Lázaro es un pobre Cristo,
todo pobre Cristo es un hijo de Dios,
y los pobres son los más.

nada extraordinario puede conmover a quien no ve
lo marginado de la vida, lo rechazado de la sociedad:
lo que Jesús eligió para manifestarse él.

El signo es claro:
no hay otro camino para ir hacia Dios que el camino por el cual Dios vino hacia nosotros:
la condición humana: la vida en su concreción,
en su encarnadura,
el dolor en su carne viva,
en el otro, en su herida abierta llamándonos a curar.

No hay otra motivación que nos lleve a Dios que el motivo
por el cual Dios vino a nosotros:
la necesidad de los demás, no la propia,
no nuestra realización.

No hay otra manera que recorrer ese camino que como lo recorrió Jesús:
mirando lo que Jesús miró:
viendo, final y definitivamente,
lo que Dios estaba viendo en la parábola de hoy:

al que no vemos ni miramos para no ver nuestra propia riqueza
–sea mucha o poca, material o cultural, social o espiritual–
dibujada en hueco en la necesidad de los demás.

La enseñanza es tan clara como radical:
en la vida no hay ninguna situación neutral,
siempre, con cada acto, por obra u omisión,
se está eligiendo,

siempre, con cada paso, se opta hacia donde se va.

No hay no ver, siempre se está mirando: no ver al otro,
no es no mirar: es mirarse a uno mismo,
es esa fijación con la propia vida que se llama perdición.

No ver, es la exigente lección de este domingo,
no nos excusa ni justifica.

Somos cristianos para ver,
ver lo que Jesús miró, lo que él eligió ver,
lo que solo la compasión y la misericordia tienen ojos para ver,
lo que la justicia del reino de dios
nos conmina a mirar.


Reflexiones:

  1. REPLY
    noemi paez dice:

    Que buena reflexión! Excelente y motivadora

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