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Ser templanza

Así como el frío y el calor extremos sirven para templar un metal, del mismo modo una persona templada es una persona centrada, sin excesos. “Un alma bien templada es la bendición de un hogar, un oasis, un refugio de pacífica moderación”.


Pensemos, para encarar este concepto, en la idea del temple aplicado a un metal. ¿Qué significa templar un metal? Templar un metal es someterlo, en alternancia, al frío y al calor extremos, con el fin de endurecerlo, de otorgarle rigidez y resistencia. Un metal adquiere temple, precisamente, porque va incorporando esas dos dimensiones y consigue superarlas. A través de esas dos temperaturas adquiere una capacidad inherente a su esencia que lo fortalece. Y después les agradece al frío y al calor lo que le aportaron. Porque a través de esa experiencia adquirió su temple.

Un alma bien templada es siempre la bendición de un hogar, un oasis, un refugio de pacífica moderación.

Bajo el comando de esta metáfora, ser humanos en la templanza es entender que estamos caminando por la ruta de la espiritualidad, y que en ese tránsito nos vamos a encontrar, más de una vez, con la inhumanidad absoluta, con la miseria degradada, pero que también nos vamos a cruzar, a su debido tiempo, con lo más excelso, magnánimo y sublime de la expresión del hombre. Y que entre esos dos límites deberemos tratar de escoger la vía de la virtud, que es siempre la del justo medio. Es decir: ni en el cielo, ni en el abismo; en el delgado equilibrio de lo humano.

La templanza es tangencial a la moderación, ya que ambas hablan de la mesura, aunque tienen sus notorias divergencias. La última promueve los límites y las proporciones, en tanto que la primera persigue un trabajo de revisión y de aprendizaje. La moderación te dice: No te excedas…

La templanza te susurra al oído: Si te excediste, fíjate por qué te sucedió, analiza qué sentiste y procura modificar algo para que no vuelva a pasar. Incorpora a tu ser la síntesis de una experiencia que temple tu espíritu que crece.

Por último, jamás debemos olvidar que la templanza requiere siempre de una actualización y de un entrenamiento. La templanza no se afinca en nuestro ser y permanece allí inmutable e imperecedera. Hay que afilar esa templanza, como si se tratara del metal del que hablábamos recién. Un ser destemplado está fuera de eje, y tiene que volver a calibrarse. Un alma bien templada es siempre la bendición de un hogar, un oasis, un refugio de pacífica moderación en el mundo agitado y alienado por los peligrosos extremos.

Segio Bergman


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