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Una emoción que transforma

Fabiana Fondevila

El asombro, esa emoción que beneficia nuestro cuerpo y nuestro espíritu, está al alcance de la mano… Una invitación a cultivar nuestra capacidad de asombrarnos.


En el segundo que te lleva leer esta frase, y a mí escribirla, 1,5 millones de litros de agua se derraman estrepitosamente en las Cataratas de Iguazú. En el espacio estalla en gases de colores una Supernova. En el Ártico atraviesa el cielo una Aurora borealis. En miles de esquinas, se dibujan arco iris. En incontables ramas de incontables árboles, cientos de horneros dan la última pincelada de barro a sus nidos. En el mismo segundo, nacen cuatro bebés en el planeta y muere una persona. Mientras tanto, el planeta gira sin prisa y sin pausa en torno de una bola de fuego incandescente que nació hace 4.603 billones de años y morirá en unos cinco billones más.

Puede que el leer esta sucesión de hechos te provoque -como a mí, el escribirlos- cierta emoción; algo así como una sensación de abismo y sorpresa y maravilla y pavor, todo al mismo tiempo. Esa compleja y adrenalínica emoción se llama asombro, y hoy la ciencia confirma lo que los sabios han dicho de ella desde el comienzo: es la más fecunda y transformadora de nuestras vivencias, porque nos pone en contacto directo con el misterio de la existencia.

El asombro es la más fecunda y transformadora de nuestras vivencias, porque nos pone en contacto directo con el misterio de la existencia.

¿Qué es el asombro, en pocas palabras? Es la respuesta emocional a un estímulo físico o conceptual tan extraordinario que desafía nuestra comprensión del mundo y de la vida. Los fenómenos que nos producen asombro nos dejan boquiabiertos, la respiración suspendida en la inhalación, como si quisiésemos hacer lugar para algo que no cabe. El tiempo, también se detiene. Frente a ese cielo estrellado, a esa nube de tormenta de la altura del Aconcagua, a ese mar que no tiene tamaño, no logramos pensar ni por un momento en lo que tenemos que hacer al día siguiente, lo que quedó sin hacer ayer, lo que vendrá algún día. Todo es puro presente, y el placer de habitarlo sin distracciones.

¿Cuáles son las características del asombro, que hacen de esta emoción una experiencia tan especial? En su presencia nos sentimos pequeños, infinitesimales. Pero, curiosamente, a la vez enormes, infinitos, porque algo en nosotros reconoce nuestra pertenencia a eso maravilloso que estamos viendo.

Investigadores del Greater Good Science Center, de la Universidad de Berkeley, en California, descubrieron que, tras experimentar unos momentos de asombro, las personas se muestran más satisfechas con sus vidas, más generosas y proclives a ayudar, y más en paz con el tiempo del que disponen. A la vez, como explica la psicóloga Lani Shiota, a diferencia de otras emociones positivas (como el orgullo y el entusiasmo), que producen efectos benévolos en el organismo pero también una cierta distorsión cognitiva, el asombro relaja el organismo sin nublar ni un poquito la mente.

¿Qué nos produce asombro? Los fenómenos de la naturaleza (por bellos, magníficos o misteriosos), las capacidades extraordinarias de la mente o del cuerpo humano, ciertas piezas musicales, ciertas obras de arte, el registro de la infinitud en la que habitamos, los actos heroicos (de gran bondad, coraje o resiliencia), todo lo que es vasto e imponente, y que nos recuerda -en algún sentido- nuestro verdadero tamaño.

Pero fuera del asombro que nos suscita lo vasto –a veces, con un dejo de temor reverencial-, es posible también sentir asombro por lo pequeño y cotidiano, si solo lo miramos con una actitud especial: el corazón abierto, los ojos frescos, la decisión de borrarnos las telarañas de la costumbre y volver a ver, como por vez primera. “Si estás aburrido, no estás prestando atención”, dijo Fritz Perls, creador de la terapia gestáltica.

Si dejamos de correr por un momento (con los tiempos que la vida actual nos impone), y miramos a nuestro alrededor, percibiremos rápidamente que estamos rodeados de maravillas, y que cada una de ellas –la forma en que entra el sol por la ventana, la temperatura y el aroma del café que tomamos, la mesa de madera que trae la naturaleza puertas adentro, los ojos de quien nos mira- son únicos e irrepetibles, y motivos de celebración. Así es que aparece una nueva emoción, tan vinculada al asombro que parece una prima hermana: la gratitud. Si todo es milagroso, como propuso Einstein, todo merece ser mirado con el corazón abierto y receptivo a esa condición.

De los muchos caminos para llegar a esa vivencia trata mi libro, Donde vive el asombro. Pero confío en que cada uno sabrá encontrar el propio. El asombro está tan cerca como la decisión de abrir los ojos, respirar hondo y dejarnos atravesar por la vida. En este instante, donde sea que estemos, por el puro deseo de despertar.

Fabiana Fondevila

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