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Una mirada, un llamado

Hugo Mujica

Ante la pregunta por el precio de la vida eterna, Jesús no responde con una doctrina, sino con una mirada de amor. Una mirada que es un llamado a abandonar seguridades y confiar.


Del evangelio de Marcos (10, 17-30)
Jesús se puso en camino. Un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?”. Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre”. El hombre le respondió: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud”. Jesús lo miró con amor y le dijo: “Solo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme”. Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!”. Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: “Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”. Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?”. Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible”. Pedro le dijo: “Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Jesús respondió: “Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna”.

Lo decisivo, la salvación,
nos enseña este episodio,
uno de los más bellos y tristes de los evangelios,
no es una doctrina: es una mirada.
Tampoco la respuesta es una respuesta: es una entrega.
Es la incondicionalidad del seguimiento,
es dar el paso hacia donde no se regresa a sí mismo,
el paso hacia otro nacer.

El personaje que la tradición conoce como el “joven rico” pone ante Jesús la pregunta definitiva,
la que abarca la vida entera rebasándola, superándola:
la pregunta por la salvación eterna,
la pregunta que ya no nos solemos hacer.

“¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?”
La pregunta de este rico es una pregunta de rico,
pregunta qué hacer para recibir:
habla de invertir, invertir para heredar.

El rico pregunta por el precio de la vida eterna,
el rico quiere pagar… puede pagar.
El rico no sabe que Dios es gracia, absoluta gratuidad,
no sabe que la gratuidad es lo que hace insobornable a Dios.

El rico aún es rico, y el mal de la riqueza
es creer que todo se puede comprar,
es no haber aprendido a recibir,
no aprender a depender, no saber vaciarse.

La riqueza no necesita; la riqueza compra,
como mucho da,
pero da como da la riqueza,
da con la mano extendida sobre la mano que recibe,
da desde arriba,
da sin inclinarse, da sin dar de sí.

Jesús, nos dice el evangelio, lo mira con amor,
y ese amor de Dios que engendra resurrección cuando encuentra una mirada humana,
engendra tristeza cuando encuentra la espalda
de quien se aleja de él.

Es la tristeza de no ser santo,
la tristeza de no terminar de entregarnos,
la tristeza de habernos traicionado, la tristeza del cobarde.

Un universo insospechado podría nacer
cada vez que Dios nos mira,
un abismo de ausencia eterna se abre cada vez que no correspondemos a esa mirada,
cada vez que no dejamos crear a Dios.

El rico se aleja, se va tan rico como llegó,
tan vacío de espacio para recibir como suelen tener
los que están llenos,

llenos de riqueza material o de riqueza espiritual,
de poder o de prestigio social.
Llenos, en definitiva, de nosotros mismos,
llenos de soledad.

El hombre rico se va triste,
se va con la tristeza de no haber dado el paso final,
el paso que va del cumplir al entregar,
del deber al amor:
el paso que nos saca de nosotros mismos,
el que nos pone en el seguimiento,
de Dios en la entrega a los demás, en el paso que lo encarna.

El hombre rico y triste
se va volviendo a donde nunca salió:
al encierro en sí mismo, en su mundo y su religión,
la religión de la ley y la moral, del deber y el haber,
del pagar con penitencia o con obras de caridad,
no la del seguimiento y la entrega.
Un mundo donde lo opuesto al pecado es la virtud
y no la mirada misericordiosa de Dios.

Jesús no responde con una doctrina, no pone un precio,
Jesús -dice el evangelio- lo miró con amor.

La respuesta, el llamado de Jesús al rico,
a cada uno de nosotros, no es una doctrina,
es la creación de una relación,
es una mirada, una comunión,

La relación que crea toda mirada de amor,
el llamado al seguimiento que esa mirada es,
al que esa mirada llama.

Jesús no le pidió al rico que deje sus riquezas;
le pide que deje su seguridad,
aquello en lo que se apoya,
aquello por lo que cree valer,
aquello por lo que no cree necesitar.

Jesús le pide el primer paso del camino hacia Dios:
aprender a depender.
Recién entonces,
cuando ya no pueda apoyarse en sí mismo,
sabrá que siempre estuvo sostenido por Dios.

Cada día, cada mirada de un necesitado,
es una cita, es un llamado:
“ven y sígueme”… pero el rico no lo siguió.

También nosotros,
cada vez que damos la espalda
a quien nos mira con su necesidad
estamos sumando nuestra sombra a la sombría tristeza
de un mundo sin compasión, un mundo sin hermandad.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro, esloveno, rumano y hebreo.

www.hugomujica.com.ar

Reflexiones:

  1. REPLY
    Maria dice:

    Hola Hugo, gracias !!!!!!

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