Blog

Ver más profundamente

Hugo Mujica

Profundizar la mirada de la fe implica renunciar a la búsqueda de nosotros mismos y ponernos al servicio de los demás.


Del evangelio de Juan (12, 20-33)
Había unos griegos que habían subido a Jerusalén para adorar a Dios durante la fiesta de Pascua. Estos se acercaron a Felipe de Betsaida de Galilea, y le dijeron: “Señor, queremos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. Él les respondió: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: “Padre, líbrame de esta hora”? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!”. Entonces se oyó una voz del cielo: “Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar”. La multitud, que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: “Le ha hablado un ángel”. Jesús respondió: “Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.

El mundo hebreo, el judío, es el mundo sin imagen;
a Dios no se lo busca ver, se lo espera oír.
Es el pueblo de la palabra, y la palabra, la profética,
es siempre un llamado a escuchar.

El mundo griego, el de los gentiles, los que en el evangelio piden ver a Jesús,
es el mundo de lo que se ve,
el mundo de la mirada, de lo que se constanta.
El que no busca la fe sino la claridad, la prueba.

Por eso los gentiles, los del evangelio, los que quieren que se muestre Jesús,
después no escucharán a Dios,
escucharan tan sólo un trueno: oíran, pero no escucharán.

Jesús, en este pasaje del evangelio de Juan,
no se muestra ante los que lo buscan ver:
no se muestra sino que se revela:
revela que para verlo hay que mostrarlo, hay que encarnarlo.

Revela las condiciones para que lo podamos llegar a ver,
para que veamos más profundamente que lo que los ojos llegan a ver.

Y las condiciones son simples y abismales: parecerse a él,
seguirlo hacia dónde se dirige él,
subir a la cruz para ver el mundo desde donde lo vio él.

Las condiciones quedan resumidas, cifradas, en tres imágenes,
tres llamados, tres juicios:

La primera imagen es la misma que en otros evangelios
ilustra la parábola del reino de los cielos sobre la tierra;
es la parábola del grano de trigo.

Es la necesidad de morir, desaparecer, para dar fruto,
para aparecer más allá de nuestra estrechez,
más allá de nuestras defensas y blindajes,
más allá de nuestro mezquino yo;
morir para dar vida, así de simple, así como murió Jesús.

La segunda imagen nos habla, directa y contundentemente,
del desapego hacia la propia vida.

Nos habla de una vida vivida para sí, para la propia realización,
o una vida que no se busca a sí misma,
una vida que se olvida de sí,
que hace de los otros el lugar donde vivir, donde servir:
la trascendencia donde nacer.

Y finalmente, la imagen del seguimiento,
seguimiento que Jesús pone bajo la consigna más simple,
más cotidiana y, por eso mismo,
más insoslayable: el servicio.

El movimiento, la intencionalidad de una vida hacia los otros,
un servicio que se opone a lo inservible: a una vida no donada,
una vida para sí.
Un servicio, en definitiva, como el que encarnó Jesús,
quien vino a servir y no a ser servido

Ver a Jesús, es entonces, morir a la propia imagen,
al propio reflejo de nosotros mismos,
morir al propio nombre y a la propiedad de nuestro yo.

Ver a Jesús, seguirlo, en su radicalidad, es encarnarlo;
es comenzar a tener su mirada:
es comenzar a ver lo mismo que él vió:

Los que sólo ven los que miran hacia abajo,
los que miran como miró Jesús,
los que, como Jesús, miran desde la cruz.

Recién entonces podremos escuchar, también nosotros,
la palabra de Dios,
escuchando el silencio al que están reducidos los abandonados de esta tierra,
el silencio de los necesitados que es la palabra con la que nos juzga Dios.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro y esloveno.

www.hugomujica.com.ar

Te invitamos a compartir tus reflexiones: