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Acallar la mente

Compartimos un texto esencial para la práctica de mindfulness. Podemos acallar el ruido constante de nuestros pensamientos, que por lo general se dirigen al pasado o al futuro, para así estar plenamente presentes. Texto de Eckhart Tolle en “El poder del Ahora”.


Cuando alguien va al médico y le dice: “Oigo una voz en mi cabeza”, probablemente lo remitirán a un psiquiatra. El hecho es que, de forma muy similar, prácticamente todo el mundo oye una voz o varias voces en su cabeza todo el tiempo. Son los procesos involuntarios que podemos detener; los monólogos o diálogos continuos.

Probablemente nos hemos cruzado en la calle con “locos” que hablan o murmuran para sí mismos incesantemente. Pues bien, esto no es muy diferente de lo que personas “normales” hacemos constantemente, aunque no lo digamos en voz alta. Nuestra voz interior comenta, especula, juzga, compara, se queja, acepta, rechaza, etcétera. Esa voz no es necesariamente relevante para la situación en que nos encontramos en este momento; puede estar revisando el pasado reciente o lejano, o ensayando o imaginando posibles situaciones futuras. En este caso, frecuentemente imagina resultados negativos o problemas; a esto se llama “preocuparse”. A veces, esta pista de sonido va acompañada de imágenes visuales o “películas mentales”.

Eckhart Tolle

Incluso si esa voz es relevante para la situación del momento, la interpretaremos según el pasado. Esto se debe a que esa voz pertenece a nuestra mente condicionada, que es el resultado de toda nuestra historia pasada, así como del escenario mental de la cultura colectiva heredada. De este modo, juzgamos el presente con los ojos del pasado, obteniendo así una visión totalmente distorsionada. No es raro que esta voz interior se convierta en el peor enemigo de la persona. Muchos viven con un torturador en su mente, que continuamente los ataca y los castiga, privándolos de sus energías vitales. Esto causa sufrimiento e infelicidad, y hasta puede causar enfermedades.

Lo bueno es que podemos librarnos de esa voz. Ésta es la única liberación verdadera, y podemos dar el primer paso ahora mismo. Empecemos tratando de oír esa voz tan a menudo como podamos. Prestemos atención especial a cualquier patrón de pensamiento repetitivo, esos viejos discos que han sonado en nuestra cabeza quizás durante años. A esto es lo que llamo “observar al que piensa”: escuchemos esa voz en nuestra mente, estando allí como si fuésemos un testigo.

Mientras oímos un pensamiento, sentimos una presencia consciente (nuestro ser más profundo), que está más allá de ese pensamiento. Ese pensamiento entonces pierde poder sobre nosotros y rápidamente se calma, ya que al no identificarnos con él, no le damos energías. Así comienza a disiparse el pensamiento involuntario y compulsivo.

Cuando escuchemos esta voz, hagámoslo imparcialmente; es decir, no nos juzguemos. No juzguemos ni condenemos lo que oímos, ya que hacerlo significaría que esa voz ha vuelto a entrar por la puerta trasera. Pronto notaremos esto: por un lado está esa voz, y por otro lado estoy yo escuchándola, observándola. Esta comprensión del Yo soy, esta sensación de nuestra propia presencia, no es un pensamiento propiamente dicho. Surge más allá de la mente.

Tenemos entonces que cada vez que escuchamos un pensamiento, somos conscientes no solo de ese pensamiento, sino de nosotros mismos como testigos de ese pensamiento. Así se revela una nueva dimensión de la conciencia. Mientras oímos un pensamiento, sentimos una presencia consciente (nuestro ser más profundo), que está más allá de ese pensamiento. Ese pensamiento entonces pierde poder sobre nosotros y rápidamente se calma, ya que al no identificarnos con él, no le damos energías. Así comienza a disiparse el pensamiento involuntario y compulsivo.

Cuando un pensamiento pierde fuerza, experimentamos una discontinuidad en la corriente mental, una brecha de “no mente”. Al principio las brechas serán breves, tal vez de unos segundos, pero gradualmente se harán más largas. Al producirse estas brechas, experimentamos en nuestro interior una cierta quietud y paz. Es el comienzo del estado natural de percepción de nuestra unidad con el Ser, que generalmente es oscurecido por la mente. Con la práctica, la sensación de quietud y paz se hará cada vez más profunda. De hecho, esta profundidad no tiene fondo. Al mismo tiempo, sentiremos una sutil emanación de gozo que surge de lo profundo de nuestro interior: es el gozo de Ser.

No se trata de un estado de “trance”, en absoluto. Aquí no hay pérdida de conciencia, sino todo lo contrario. Si el precio de la paz fuera una disminución de la conciencia, y el precio de la quietud una falta de vitalidad, no valdrían la pena. En este estado de unidad interior, estamos mucho más alertas y despiertos que en nuestro estado ordinario de identificación con la mente. Estamos plenamente presentes. Incluso aumenta la frecuencia de vibraciones del campo de energía que le da vida a nuestro cuerpo.

Seamos intensamente conscientes del momento presente. Esto puede ser algo profundamente gratificante. En esto consiste la esencia de la meditación.

Al profundizar en este reino de la “no mente”, como es llamado a veces en Oriente, creamos un estado de conciencia pura. Sentimos nuestra propia presencia con tal intensidad y gozo, que todos nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestro cuerpo y hasta el mundo exterior, se vuelven relativamente insignificantes comparado con ello. Y sin embargo no se trata de un estado egoísta, sino de un estado sin ego. Nos lleva más allá de lo que antes considerábamos nuestro propio ser. Esa Presencia somos nosotros en esencia, pero al mismo tiempo nos trasciende infinitamente. Lo que trato de expresar aquí puede sonar paradójico e incluso contradictorio, pero no logro expresarlo de otra manera.

En lugar de “observar al que piensa”, podemos crear también una brecha en la corriente del pensamiento simplemente dirigiendo nuestra atención al Ahora. Seamos intensamente conscientes del momento presente. Esto puede ser algo profundamente gratificante. De esta forma, apartamos la conciencia de la actividad mental, y creamos una brecha de “no mente” en la que estamos muy alertas y conscientes, pero no pensando. En esto consiste la esencia de la meditación.

En la vida diaria, podemos practicar esto tomando una actividad rutinaria que normalmente es un medio para un fin, y prestarle atención plena, de modo que se convierta en un fin en sí misma. Por ejemplo, cada vez que subimos o bajamos las escaleras en casa o en el trabajo, pongamos mucha atención a cada paso, a cada movimiento, incluso a nuestra respiración. Estemos totalmente presentes. O cuando nos lavemos las manos, prestemos atención a todas las percepciones sensoriales que la acompañan: el sonido y el tacto del agua, el movimiento de las manos, el aroma del jabón, etc. O cuando subimos a nuestro automóvil, después de cerrar la puerta, hagamos una pausa de unos segundos, y observemos el flujo de nuestra respiración. Seamos conscientes de una presencia silenciosa, pero poderosa. Un criterio por el que podemos medir el éxito de esta práctica es el grado de paz que sentimos interiormente.

Por lo tanto, el único paso vital en el camino a la iluminación es éste: aprendamos a dejar de identificarnos con nuestros pensamientos. Cada vez que creamos una brecha en el fluir de la mente, la luz de nuestra conciencia se vuelve más fuerte.

Si lo hacemos, puede que un día nos sorprendamos sonriéndole a las voces de nuestra mente como quien sonríe ante las travesuras de un niño. Esto significa que ya no tomamos tan en serio el contenido de nuestra mente, puesto que nuestra identidad personal ya no depende de nuestros pensamientos.

Eckhart Tolle, El poder del Ahora.


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