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Adivinar derroteros

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Ana María Díaz

La vida es movimiento y cambios constantes. Naturalmente deseamos la estabilidad y el tener todo previsto y bajo control. Sin embargo, vivir en plenitud significa aceptar la aventura que la vida implica.


derroteros 1Nuestra vida es cambio permanente, aunque no siempre lo percibimos y mucho menos lo deseamos. Nos ilusiona creer que podemos tener una vida estable, o que sabemos dónde vamos, cuando en verdad la mayor parte del tiempo carecemos de un mapa y vamos más bien adivinando derroteros. Sin embargo, cuando nos toca vivir cambios radicales – como les sucedes a algunos de nosotros–; cuando tenemos la experiencia de cerrar capítulos de nuestra vida y comenzar otros, en paisajes y circunstancias muy diferentes, entonces descubrimos que la vida requiere de un gran espíritu de aventura, porque a veces nada sucede como deseábamos, como suponíamos, ni como teníamos previsto.

Lo doloroso de los cambios, radicales o no, proviene del quiebre de nuestra ilusión de estabilidad, de la clausura de las proyecciones que hacíamos de nuestra vida y de la frustración de la necesidad de vivir en rumbos conocidos. Pero estas son las reglas del juego, aunque no nos lo hayan explicado ni menos consultado. Sin embargo, el alma es difícil de convencer y en sus rincones más oscuros no deja de sentir que los cambios son un doloroso fracaso. Esas energías proyectadas a la continuidad las contabilizamos al debe, y vivimos los cambios como un desolador exilio.

La vida es demasiado rica, variada y múltiple para vivirla de un solo modo, en un solo lugar, haciendo una sola actividad, conociendo un solo tipo de gente, con una única visión o un solo proyecto vital.

Decía Lao-Tsé que moldeamos bellamente la arcilla para hacer una vasija, pero es el vacío que encierra lo que hace posible su uso, lo que la hace ser una vasija. Nos aferramos ansiosamente a lo que consideramos nuestra vida, sin detenernos a pensar que muy probablemente estamos descuidando el vacío fecundo que la hace vida, porque la vida es movimiento, no estabilidad; renovación, no homeostasis; crecimiento, no regresión; espontaneidad, no previsión. La vida es un salto en la inercia de lo normal, esperable y corriente, para dar cabida a lo inédito, extraordinario y sorprendente.

Viviendo estos desgarradores exilios que son los cambios, llegamos a aprender que la vida es demasiado rica, variada y múltiple para vivirla de un solo modo, en un solo lugar, haciendo una sola actividad, conociendo un solo tipo de gente, con una única visión o un solo proyecto vital. El alma nos alienta, y nos hace trampa también, para obligarnos a explorar sus infinitas posibilidades – para permitirnos paladear otros sabores, ver otros coloridos o luchar bajo otras banderas– ampliando y completando nuestra sabiduría existencial. Solo que eso se descubre después de enfrentar las tempestades internas y externas que todo cambio significativo trae aparejadas.

El cambio es una invitación a tener el coraje de imaginar otro modo de vivir, a optar por adivinar los derroteros y encaminarse a ellos armado con nada… con nada más que la confianza en el abrazo de la vida y en las seguras manos de la fecundidad del soplo que la alienta.

Ana María Díaz


Reflexiones:

  1. REPLY
    Roxi dice:

    Comparto contigo mi experiencia, los cambios en la vida son como estaciones/paradas, en las cuales cada una de ellas nos da una serie de vivencias nuevas, códigos nuevos entre las personas (me mude de la ciudad a un pueblo) y también el darte cuenta de que la ilusión es más ilusión que la realidad en si misma. Aprendí que vivir en la inestabilidad es sentir ese movimiento del que Usted habla hasta que la brújula vuelve a estar en el norte y nos indica el camino a seguir. Gracias por el texto y bendiciones desde Uspallata-Mendoza

  2. REPLY
    Ivonne García dice:

    este artículo me encantó… me identifico con el como he vivido mi vida…gracias!!

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