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¿Damos las gracias o somos agradecidos?

David Steindl-Rast

El gesto de dar las gracias tiene su origen en la experiencia vital de la gratitud. Esta experiencia nos llega en momentos de plena conciencia, en los que sentimos la gratuidad de la vida, de la existencia, del universo que nos ha sido dado. Nos sentimos uno con el todo.


¿Recordamos una noche en que estábamos afuera mirando las estrellas, innumerables en la silenciosa y alta bóveda del cielo, y las vimos como si fuera por primera vez? ¿Qué nos pasó? Eugene O’Neill lo expresa de esta manera: “Por un momento me perdí, verdaderamente entregué mi vida. ¡Me sentí liberado! ¡Sentí disolverme en ese cielo velado por las estrellas! Sentí que pertenecía, sin pasado ni futuro, dentro de una paz, unidad e impetuosa alegría, a algo más grande que mi propia vida…a la Vida misma! A Dios, si así lo queremos expresar”. (Podemos tener nuestras buenas razones para no querer expresarlo de esa manera, para no usar la palabra “Dios”, pero de algún modo hemos captado un destello de “algo más grande” que nuestro ser limitado). “Por un momento vemos, y al descubrir la clave de las cosas, nos hacemos parte de esa clave. ¡Por un segundo todo cobra sentido!”

En un momento de gratitud no discriminamos. Aceptamos completamente la totalidad de este universo que nos ha sido dado, y nos sentimos plenamente uno con el todo.

Un segundo más tarde, podemos escuchar a nuestro corazón exclamando: “¡Gracias, gracias!” a Dios, si queremos llamarlo así, o a nadie en particular. Pero enfoquémonos en el primer segundo, el segundo de gratitud antes del agradecimiento explícito. ¿Por qué llamamos “gratitud” a esa desbordante alegría de pertenecer? Porque es nuestra plena apreciación de algo totalmente inmerecido, completamente gratuito: la vida, la existencia, la pertenencia última; y éste es precisamente el significado literal de la gratitud. En un momento de gratitud no discriminamos. Aceptamos completamente la totalidad de este universo que nos ha sido dado, y nos sentimos plenamente uno con el todo.

En el momento siguiente, cuando la plenitud de la gratitud desborda en agradecimiento, la unidad que estábamos experimentando se rompe. Ahora empezamos a pensar en términos de dador, regalo y receptor. La gratitud se convierte en agradecimiento, cuya plenitud es distinta. Un momento atrás estábamos completamente conscientes, ahora estamos atentos a nuestro alrededor. La gratitud consiste en una conciencia plena, el agradecimiento consiste en una atención plena.

El pensar en términos de dador, regalo y receptor no tiene su origen bajo el cielo estrellado, sino en un entorno social. Bajo el cielo nocturno “nos perdemos” en gratitud; luego, al interactuar con los demás, cultivamos el agradecimiento. Recibimos bondad de un dador que a su vez se transforma en receptor cuando le damos las gracias. Así, lo que se intercambia es siempre la bondad; no es necesario que sea un regalo tangible. El favor en sí mismo nos hará agradecidos. Mientras que el comercio es un intercambio de bienes, el agradecimiento es un intercambio del bien.

La comunión que se manifiesta en la bondad es simplemente un momento particular de esa comunión cósmica que nos une con todos los seres humanos, animales y plantas, con el mismo polvo de estrellas del cual todo está hecho, y con su Fuente secreta.

La bondad implica pertenencia mutua; la palabra misma nos hace conscientes de ello. (1) Así como gustamos de aquellos que son como nosotros, también tendemos a querer a los que pertenecen a nuestro mismo grupo. Aún la bondad hacia un extraño implica un cierto tipo de afinidad, un reconocimiento de que todos los seres humanos nos pertenecemos mutuamente. Esta intuición es solo una leve onda comparada con la enorme ola que nos derribó en aquel momento en que nos “perdimos” y nos dimos cuenta de que pertenecíamos a algo mucho más grande que nuestro limitado ser. Sin embargo, en cada pequeña alegría provocada por la bondad, destella una chispa de esa desbordante alegría de una pertenencia sin límites. Después de todo, la comunión que se manifiesta en la bondad, es simplemente un momento particular de esa comunión cósmica que nos une con todos los seres humanos, animales y plantas, con el mismo polvo de estrellas del cual todo está hecho, y con su Fuente secreta.

Siendo que toda gratitud celebra la pertenencia, podemos comprender la inclinación del corazón humano a proyectar el agradecimiento desde la pertenencia social hacia la pertenencia cósmica. Pero cuando superponemos el agradecimiento con nuestra gratitud primordial, tenemos que ser extremadamente cuidadosos para no imponerle forzadamente el marco conceptual de “dador-regalo-receptor” a nuestra pertenencia última. Si lo hacemos, terminamos concibiendo un dios que es sino otra persona, y cuya bondad se mide por los dones que recibimos de él. Esto ha llevado a no pocos creyentes a la trampa del dualismo, por el que se preguntan continuamente: “¿Cómo puede ser que Dios sea bueno si nos da cosas imposibles de reconocer como muestras de bondad?”

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Abraham Maslow

En aquel momento de gratitud bajo el cielo estrellado, no nos sentimos separados de un dador que puede o no ser bueno, sino que “al descubrir la clave de las cosas, nos hacemos parte de esa clave”. En ese momento en que todo cobra sentido; “aceptamos el mundo”, como lo expresa Abraham Maslow. Habiendo citado a un poeta hablando de esos “puntos relevantes en nuestra memoria”, permítaseme ahora citar a este psicólogo pionero que acuñó el término “experiencias cumbre”:

“La cognición que nos llega en las experiencias cumbre se puede describir como un conocimiento no evaluador, no comparador, no juzgante… El mal mismo es aceptado, comprendido y visto en el lugar apropiado en un todo, como perteneciendo allí, como inevitable, como necesario, y por lo tanto como correcto. Tal comprensión universal nunca culparía o condenaría, ni podría estar desilusionada o conmocionada. Nuestras únicas emociones posibles son de pena, caridad, benevolencia, tal vez tristeza o gozo. Ésta es precisamente la manera en que las personas autorrealizadas reaccionan a veces hacia el mundo, y la manera en que todos reaccionamos en nuestros momentos cumbre”.

Nuestro marco intelectual inevitablemente moldeará la experiencia, pero debemos hacer todo el esfuerzo que podamos para corregir a su vez nuestros conceptos, estando siempre atentos a la experiencia misma. Dentro de una religión dada, los místicos juegan este papel mediante su énfasis en la experiencia. En la gratitud, la experiencia de pertenencia es la dimensión mística, y el agradecimiento es la dimensión teológica. El gesto de dar gracias puede, ciertamente, ser referido a la experiencia de la gratitud; allí prosperará y dará abundantes frutos. La historia de la espiritualidad comprueba este hecho. La mística debe continuamente corregir a la teología.

Algo similar ocurre en nuestra vida personal: la experiencia de la gratitud debe fluir continuamente hacia el agradecimiento para hacerlo pleno. El recuerdo de nuestros momentos de pertenencia última determina hasta qué punto le encontramos un sentido a las cosas. ¿Por qué son pocas las veces en que cruzamos el umbral de los recuerdos hacia una alegre vivencia? ¿Podría ser que la mística de la gratitud canta con “una apacible y suave voz” en lo profundo de cada corazón humano, pero es ahogada fácilmente por el ruido que toleramos y el ruido que hacemos? Quizás necesitamos más silencio. Quizás simplemente necesitamos de vez en cuando mirar las estrellas silenciosas, y perdernos en esa visión para ser libres.

Hermano David Steindl-Rast

Artículo publicado originalmente en Beliefnet en el Día de Acción de Gracias de 2000.

(1) El autor relaciona a kindness (bondad) con kind (clase o especie). Da la idea de que la bondad es una actitud hacia quienes pertenecen a la misma especie. Volver arriba


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