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Dar gracias por las pequeñas (y grandes) cosas de la vida

David Steindl-Rast

La sorpresa es el punto de partida de la gratitud. Una vez que dejamos de darlo todo por sentado, nos sorprendemos de todo lo que nos rodea, lo cual nos lleva a ser más agradecidos.


¿Hemos notado alguna vez cómo nuestros ojos se abren un poco más cuando nos sorprendemos? Es como si hasta ese momento hubiéramos estado dormidos, soñando despiertos o caminando como sonámbulos en medio de la rutina, hasta que escuchamos nuestra canción favorita en la radio, o desde los charcos en el estacionamiento levantamos la mirada y vemos un arco iris, o suena el teléfono y escuchamos la voz de un viejo amigo, y así, de repente, nos despertamos.

Incluso una sorpresa desagradable nos saca de nuestra comodidad y nos despierta. Probablemente al principio no nos guste; sin embargo después, al mirar hacia atrás, somos capaces de reconocer esa situación como un don. Monotonía equivale a muerte; sorpresa equivale a vida. De hecho, el nombre que yo prefiero usar para Aquel a quien adoro (el único nombre que no le pone límites a Dios) es Sorpresa.

Hasta el día de hoy, al recordar a aquellos gigantes espirituales que he tenido el privilegio de conocer (la Madre Teresa, Thomas Merton, Dorothy Day, su santidad el Dalai Lama), puedo todavía sentir la energía vital que irradiaban. ¿Cómo consiguieron esa energía? No faltan sorpresas en este mundo; sin embargo tal vitalidad es poco común. Lo que pude observar es que esas personas eran todas profundamente agradecidas; ése era su secreto.

La sorpresa es una semilla: la gratitud brota cuando aceptamos el desafío que esa sorpresa nos plantea.

Una sorpresa no nos deja automáticamente llenos de vida, sino que el estar plenamente vivos es un intercambio, implica una respuesta a esa sorpresa. Si dejamos que la sorpresa sólo nos desconcierte, ella nos va a aturdir e impedir nuestro crecimiento en gratitud. Cada sorpresa debe ser para nosotros un desafío para confiar en la vida y para crecer. La sorpresa es una semilla: la gratitud brota cuando aceptamos el desafío que esa sorpresa nos plantea. Los grandes representantes de la vida espiritual tienen esa energía vital precisamente por ser profundamente agradecidos.

Nuestra gratitud puede crecer con la práctica. ¿Dónde deben comenzar los principiantes? El punto de partida obvio es la sorpresa. Podemos hacer crecer las semillas de la gratitud con sólo darle lugar a la sorpresa. Si la sorpresa es algo que se da ante lo inesperado, el secreto es entonces no tener expectativas. Sigamos el consejo de Alice Walker: “No nos hagamos expectativas de nada, vivamos frugalmente de la sorpresa”.

El no tener expectativas significa por ejemplo no dar por descontado que nuestro auto necesariamente va a arrancar al girar la llave. Probemos con esto y veremos cómo podemos sorprendernos por una maravilla de la tecnología digna de agradecer. O puede ser que no estemos encantados con el trabajo que hacemos, pero si por un momento dejamos de darlo por descontado, nos sorprenderemos con el sólo hecho de tener trabajo, siendo que tantos millones están desempleados. Si estas cosas producen en nosotros una chispa de gratitud, entonces podremos estar un poco más alegres cada día, un poco más llenos de vida.

Si estas cosas producen en nosotros una chispa de gratitud, entonces podremos estar un poco más alegres cada día, un poco más llenos de vida.

Una vez que dejamos de dar todo por sentado, nuestro propio cuerpo se nos hace una de las cosas más sorprendentes que puedan existir. Nunca dejo de maravillarme por el hecho de que, por ejemplo, mi cuerpo produce y destruye quince millones de células sanguíneas por segundo. ¡Quince millones! Esta cifra equivale a casi el doble de la población estimada de la ciudad de Nueva York. Se me dice además que mis vasos sanguíneos, alineados uno tras otro, alcanzarían una longitud suficiente como para dar la vuelta al mundo; y sin embargo, a mi corazón le basta un minuto para bombear sangre a través de todos esos vasos, lo cual ha estado haciendo minuto a minuto, día a día, durante mis setenta y cinco años, y aún continúa bombeando sangre a razón de cien mil latidos por día. Obviamente que el hecho de que esto funcione es una cuestión de vida o muerte para mí, y sin embargo no tengo idea de cómo funciona; aún así parece funcionar de maravilla a pesar de mi ignorancia.

Desconozco también cómo se adaptan mis ojos; sin embargo sé que cuando rezo a la luz de las velas tienen una sensibilidad cien mil veces mayor que cuando leo en el patio a la luz del sol. No sabría cómo darles instrucciones a los treinta y cinco millones de glándulas digestivas de mi estómago para que digieran una sola frutilla; afortunadamente ellas saben hacer su trabajo sin mis instrucciones. Cuando pienso esto al sentarme a la mesa, mi corazón rebosa de gratitud.

En esos momentos me hago eco del salmista, quien exclama fascinado: “He sido hecho de forma portentosa y maravillosa” (Salmo 139,14). Partiendo de aquí, sólo hay un paso para lograr ver a todo el universo y hasta a las cosas más insignificantes como sorprendentes. Comenzando por el modesto punto de partida de las pequeñas sorpresas de cada día, la práctica de la gratitud nos puede llevar hasta las alturas más trascendentales. Thomas Carlyle hace alusión a esas alturas cuando escribe: “La adoración es la fascinación trascendente”. Es la sorpresa trascendente.

Hermano David Steindl-Rast

Este artículo apareció por primera vez en la revista Espiritualidad y Salud, 2002.


Reflexiones:

  1. REPLY
    Wilfrido dice:

    Maravilloso y conmovedor articulo. Gracias.

  2. REPLY
    Laura dice:

    Gracias!
    Lo guardo, para acordarme de dar gracias.
    Es un impulso vital que cambia lo que miramos.
    Saludos desde Argentina

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