Vivimos en un mundo conectado, pero al mismo tiempo, paradójicamente, desarraigado. “La tarea espiritual propia de nuestra época es hacer que las cosas estén vivas; re-enraizarlas, ya que todo lo que pierde sus raíces, tarde o temprano muere”.
¿Qué es lo que caracteriza a nuestra época actual? ¿Cuál es la tarea espiritual que ella nos demanda? Si nos preguntamos qué caracteriza a nuestro tiempo, qué es lo típico de nuestro tiempo en comparación con otras épocas de la historia, lo describiría con una sola palabra: desarraigo. El desarraigo es un aspecto muy negativo; sin embargo, es necesario ver lo negativo para poder descubrir la tarea espiritual que nuestra época nos demanda.
Pensemos, por ejemplo, en el desarraigo que resulta de la movilidad. La movilidad en sí misma es muy positiva; es muy bueno que nos podemos mover rápida y fácilmente de un lugar a otro. Sin embargo, hay familias en los Estados Unidos que se mudan más de veinte veces mientras sus hijos están creciendo. Consideremos lo que significa estar desarraigado de la propia familia, y qué afortunados, por el contrario, quienes aún pueden conocer a sus abuelos. Actualmente son muchos los que han tenido poco o ningún contacto con sus abuelos, y casi no recuerdan sus nombres.
Pensemos, también, en nuestro desarraigo de la Tierra. ¿Conocemos el huerto de donde proviene la fruta y la verdura que consumimos? ¿Cuántos de nosotros sabemos de qué pozo proviene nuestra agua? Nunca pensamos en esto, a pesar de que en épocas pasadas, el saberlo era muy importante.
También estamos desarraigados respecto de los animales. Cuando éramos niños, casi todos teníamos actitudes hacia los animales que eran muy distintas de las que tenemos ahora. En una prueba realizada recientemente, se le preguntó a un grupo de niños cómo sería un mundo en el que no hubiera personas, sino solo animales. Los niños pequeños no entendían la pregunta: para ellos, los animales son personas; humanos y animales nos pertenecemos mutuamente. Como adultos hemos perdido esta visión.
Consideremos nuestro desarraigo respecto del propio cuerpo. Nos cuesta mucho sentirnos una unidad cuerpo-espíritu; solemos vernos como almas atrapadas en un cuerpo, o como dice Christopher Fry, “ángeles un tanto torpes amarrados a la espalda de una mula”.
¿Cuántos de nosotros podemos decir con convicción que estamos enraizados en una tradición religiosa, en el sentido de ser alimentados por ella? En el pasado, las tradiciones religiosas y sus normas sustentaban la fe. En nuestra época, aquel que tiene suficiente fe, a duras penas acepta seguir las normas de su religión. Así, actualmente la propia religión necesita arraigarse en algo más que en la fe.
Y ya que estamos hablando del tiempo actual, ¿qué tan arraigados estamos en el tiempo? La mayoría de las veces, un 48% de nuestro ser está atrapado en el pasado, un 51% está preocupado por el futuro, y solo un 1% de nuestro ser está presente aquí y ahora. De esta manera, ni siquiera el tiempo es nuestro. El tiempo pasa delante de nuestros ojos, mientras nosotros estamos ocupados con recuerdos nostálgicos o fantasías impacientes.
¿Cómo podemos arraigarnos en el tiempo? Enfrentando, primero que nada, el problema de nuestro desarraigo; enfrentando el reto que nace de él y, por lo tanto, enfrentando la tarea que el desarraigo nos exige. Nuestra tarea consiste en volver a arraigarnos; echar raíces en un lugar, en estructuras sociales, en esta Tierra, en nuestro cuerpo, en una tradición, en el tiempo.
Nuestra tarea consiste en volver a arraigarnos; echar raíces en un lugar, en estructuras sociales, en esta Tierra, en nuestro cuerpo, en una tradición, en el tiempo.
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