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Echar raíces

David Steindl-Rast

Vivimos en un mundo conectado, pero al mismo tiempo, paradójicamente, desarraigado. “La tarea espiritual propia de nuestra época es hacer que las cosas estén vivas; re-enraizarlas, ya que todo lo que pierde sus raíces, tarde o temprano muere”.


¿Qué es lo que caracteriza a nuestra época actual? ¿Cuál es la tarea espiritual que ella nos demanda? Si nos preguntamos qué caracteriza a nuestro tiempo, qué es lo típico de nuestro tiempo en comparación con otras épocas de la historia, lo describiría con una sola palabra: desarraigo. El desarraigo es un aspecto muy negativo; sin embargo, es necesario ver lo negativo para poder descubrir la tarea espiritual que nuestra época nos demanda.

Pensemos, por ejemplo, en el desarraigo que resulta de la movilidad. La movilidad en sí misma es muy positiva; es muy bueno que nos podemos mover rápida y fácilmente de un lugar a otro. Sin embargo, hay familias en los Estados Unidos que se mudan más de veinte veces mientras sus hijos están creciendo. Consideremos lo que significa estar desarraigado de la propia familia, y qué afortunados, por el contrario, quienes aún pueden conocer a sus abuelos. Actualmente son muchos los que han tenido poco o ningún contacto con sus abuelos, y casi no recuerdan sus nombres.

Pensemos, también, en nuestro desarraigo de la Tierra. ¿Conocemos el huerto de donde proviene la fruta y la verdura que consumimos? ¿Cuántos de nosotros sabemos de qué pozo proviene nuestra agua? Nunca pensamos en esto, a pesar de que en épocas pasadas, el saberlo era muy importante.

También estamos desarraigados respecto de los animales. Cuando éramos niños, casi todos teníamos actitudes hacia los animales que eran muy distintas de las que tenemos ahora. En una prueba realizada recientemente, se le preguntó a un grupo de niños cómo sería un mundo en el que no hubiera personas, sino solo animales. Los niños pequeños no entendían la pregunta: para ellos, los animales son personas; humanos y animales nos pertenecemos mutuamente. Como adultos hemos perdido esta visión.

Consideremos nuestro desarraigo respecto del propio cuerpo. Nos cuesta mucho sentirnos una unidad cuerpo-espíritu; solemos vernos como almas atrapadas en un cuerpo, o como dice Christopher Fry, “ángeles un tanto torpes amarrados a la espalda de una mula”.

¿Cuántos de nosotros podemos decir con convicción que estamos enraizados en una tradición religiosa, en el sentido de ser alimentados por ella? En el pasado, las tradiciones religiosas y sus normas sustentaban la fe. En nuestra época, aquel que tiene suficiente fe, a duras penas acepta seguir las normas de su religión. Así, actualmente la propia religión necesita arraigarse en algo más que en la fe.

Y ya que estamos hablando del tiempo actual, ¿qué tan arraigados estamos en el tiempo? La mayoría de las veces, un 48% de nuestro ser está atrapado en el pasado, un 51% está preocupado por el futuro, y solo un 1% de nuestro ser está presente aquí y ahora. De esta manera, ni siquiera el tiempo es nuestro. El tiempo pasa delante de nuestros ojos, mientras nosotros estamos ocupados con recuerdos nostálgicos o fantasías impacientes.

¿Cómo podemos arraigarnos en el tiempo? Enfrentando, primero que nada, el problema de nuestro desarraigo; enfrentando el reto que nace de él y, por lo tanto, enfrentando la tarea que el desarraigo nos exige. Nuestra tarea consiste en volver a arraigarnos; echar raíces en un lugar, en estructuras sociales, en esta Tierra, en nuestro cuerpo, en una tradición, en el tiempo.

Nuestra tarea consiste en volver a arraigarnos; echar raíces en un lugar, en estructuras sociales, en esta Tierra, en nuestro cuerpo, en una tradición, en el tiempo.

Esto nos lleva a la segunda pregunta: ¿Cuál es la tarea espiritual que nos demanda nuestra época? Como decía antes, debemos volver a arraigarnos. Al decir “tarea espiritual” debemos hacer una aclaración, ya que podemos referirnos a un sinnúmero de cosas cuando hablamos de lo “espiritual”. Debido a que proviene del vocabulario bíblico, ya que se remonta a spiritus en latín, pneuma en griego y ruah en hebreo, debemos preguntarnos qué significa “espíritu” en el contexto occidental. En nuestro contexto, espíritu significa vida. Lo espiritual es lo vital; es lo “súper vital”, si se quiere.

Lo opuesto al espíritu no es la materia, de ninguna manera. Podemos elegir pensar así, pero debemos tener en claro que al interpretar así al espíritu, nos apartamos de la tradición bíblica. Podríamos poner muchos ejemplos; solo menciono uno: San Pablo habla de una “roca espiritual”. Si una roca puede ser espiritual, entonces cualquier cosa puede serlo; y él habla literalmente de una roca. Se refiere a la roca que seguía a los israelitas en el desierto. Cuando acampaban, la roca se detenía y manaba agua. Esa roca era una “roca espiritual”, y sin embargo era una roca real, tan roca como cualquier otra roca.

La oposición entre cuerpo y espíritu surge en realidad de una mala comprensión del lenguaje bíblico. La Biblia opone el espíritu a la carne; ésta es la única verdadera oposición en la Biblia. Lamentablemente, se confundió el término “carne” con “cuerpo”, cuando en realidad son dos cosas totalmente diferentes.

La razón de la oposición entre espíritu y carne se basaba en la observación de la realidad. El espíritu era el “aliento”; por lo tanto, mientras algo estuviera respirando, estaba vivo. Lo que lo hacía vivo era la respiración, por lo que el aliento era sinónimo de vida. Cuando el aliento desaparecía, lo único que quedaba era un bulto inerte. A este bulto se refiere el término “carne”. Particularmente en el Medio Oriente y antes de conocerse la refrigeración, esa carne rápidamente se descomponía y empezaba a oler mal.

La idea de “carne” no tiene nada que ver con el cuerpo o la materia, sino que se refiere a la descomposición. Espíritu significa fuente de vida, estar vivo; carne, por el contrario, indica muerte, corrupción, ausencia de vida, lo que se destruye a sí mismo. Por eso, cuando Pablo hace una lista de los pecados de la carne, pocos de ellos se refieren al cuerpo. Pablo habla de traición, envidia y divisiones; realidades todas que indican descomposición: descomposición de una sociedad, descomposición de una comunidad. Por lo tanto, cuando leamos “carne”, leamos descomposición; cuando leamos “espíritu”, leamos vida, plenitud de vida.

A esto se refiere nuestro tema. La tarea espiritual propia de nuestra época es hacer que las cosas estén vivas; re-enraizarlas, ya que todo lo que pierde sus raíces, tarde o temprano muere. Es cultivar nuestra confianza en la vida, cultivar nuestro “sí” a la pertenencia, por el que nos ponemos al servicio de los demás. De este modo, el mundo puede llegar a ser una red, una gran “casa de la Tierra” a la que todos pertenecemos juntos.

Extracto de un artículo del hermano David Steindl-Rast publicado en One Earth (Findhorn Foundation); Marzo/Abril 1986.

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