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¡Effetá!

Ana María Díaz

¡Effetá! ¡Ábrete!, dice Jesús al sordomudo. Qué oportuno es este pasaje hoy, ante un mundo que necesita abrir los oídos para escuchar el clamor de los refugiados.


migrantes

Detalle de “Water” de Alexander Jansson

Llevamos años llenándonos los ojos con las imágenes de los miles de refugiados sirios huyendo a Líbano, Jordania y Turquía, y con los miles que se aventuran a arribar las costas de Grecia para tratar de llegar a distintos destinos de Europa, sin que nadie muestre seria disposición a acogerlos. Nos seguimos impactando con los náufragos, vencidos por esta tragedia, que encuentran la muerte en el Mar Egeo. Pero esta semana el mundo fue sacudido por el horror cuando el cuerpo del pequeño Aylan Kurdi fue arrojado por el mar a las turísticas playas del Ali Hoca Burnu en Turquía. Su pequeño cuerpo, dormido para siempre en su cuna de arena y olas, nos ha llenado de vergüenza y dolor.

El evangelio del domingo nos cuenta el momento en que le presentan a Jesús un sordomudo para que lo cure. Jesús lo toca y, a modo de súplica al cielo, exclama: “Effetá”, ábrete, y el paciente queda curado y lleno de entusiasmo. Un milagro de curación que nos abre a la esperanza.

Si bien es cierto para escuchar es necesario oír, podemos decir que una es cuestión del oído y la otra es una cuestión del corazón.

Esta semana hemos caído mucho más en cuenta de las atrocidades que provoca la incapacidad de escuchar, lo necesitados que estamos de effetá para que miles de miles no tengan que huir con lo puesto y ver como sus pequeños hijos mueren en el mar. Y no nos referimos solo a escuchar el clamor de los refugiados y atender sus necesidades de asilo y nuevas condiciones de vida. Nos referimos sobre todo a la necesidad de superar la sordera del corazón que crea las condiciones para que se produzca esta violencia. La crisis de Siria se ha prolongado y hecho crecientemente más violenta porque, una vez más, un determinado territorio geográfico se ha convertido en el escenario donde todos van a medir sus retorcidos intereses económicos, sus ideologías y su poderío bélico. En los cuatro años y medio de conflicto intensificado nadie ha estado dispuesto a sentarse en una mesa de negociaciones, demostrando una sordera homicida en la peor guerra en lo que va del siglo XXI.

Según datos de UNICEF, unos 14 millones de niños de la región sufren los efectos del cada vez más intenso conflicto que se desarrolla en Siria y gran parte de Irak. De ellos, 5,6 millones de niños sufren situaciones extremas dentro de Siria: pobreza, desplazamiento y estado de sitio. Otros 2 millones de niños viven ahora como refugiados en Líbano, Jordania, Irak, Turquía, Egipto y otros países del norte de África. 3,6 millones de niños viven en las comunidades vulnerables en las que se albergan otros refugiados. Y 2,8 millones de niños iraquíes se ven obligados a abandonar sus hogares, muchos de los cuales se encuentran atrapados en las zonas controladas por los grupos armados.

Decía W. Churchill que se necesita ser valiente para levantarse y decir lo que hay que decir, pero que es necesaria mucha más valentía para sentarse y escuchar. Levantemos los ojos al cielo y exclamemos como súplica y reclamo: ¡Effetá! Para que la muerte de Aylan y el sufrimiento de millones de niños no sean en vano. ¡Amén!

Ana María Díaz


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