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El arte y lo sagrado

David Steindl-Rast

¿Qué pueden tener en común el arte y lo sagrado? El punto de encuentro es la actitud reverente ante una realidad que nos asombra. De ese asombro nace un “sí” a la realidad. Ese asombro se hace adoración, se hace melodía, se hace palabras, se hace formas y colores.


El Guernika, de Pablo Picasso.

El Guernika, de Pablo Picasso.

Espero que esta pueda ser realmente una charla de apertura en el sentido de descubrir las cosas, de hacerlas accesibles. ¿Recuerdan cuando éramos niños y teníamos a veces una manzana grande, una de esas manzanas grandes, rojas y brillantes? Le decíamos a nuestra madre “Da tú el primer mordisco” porque nosotros no podíamos hincarle el diente. Una vez que ella sacaba ese pequeño bocado ya podíamos arreglarnos solos. Y aunque el bocado que yo pueda sacar de la gran manzana de este tema sea muy pequeño, puede ayudarnos a todos a empezar.

Mientras pasaba la vista a este tema imponente, el arte y lo sagrado, me di cuenta de que ya solo el arte sería demasiado grande como para hincarle el diente. Y también lo sagrado sería demasiado grande. Por lo tanto voy a concentrarme humildemente en el  “y”.  Si sacamos un pequeño bocado de este “y”, que es la conexión entre los dos, esto podría ayudarnos a hacer accesible nuestro tema.

Me gustaría usar las palabras de algunos poetas y un cuadro, el Guernica de Picasso, para ilustrar algunos puntos  acerca del vínculo entre el arte y lo sagrado. Mi propósito es llegar hasta ese lugar donde los dos se unen, no solo hablar de ello, y ayudar a cada uno de nosotros a tomar una posición una vez allí.

Hay un pasaje que Gilbert Kerr, editor del Harvard Advocate, escribió acerca de W.H. Auden que podría ser un texto útil con el cual comenzar. Auden creía, dice Kerr, que “un poeta siente el impulso de crear una obra de arte cuando el asombro pasivo, provocado por un acontecimiento, se transforma en el deseo de expresar ese asombro en una ceremonia de culto”. Ni siquiera dice “en una obra de arte”,  dice “en una ceremonia de culto”. El arte entra por la puerta de atrás, por así decirlo, porque “para ser digno de homenaje, este rito debe ser bello”. Entonces comenzamos con un acontecimiento imponente. Lo que Kerr llama el asombro pasivo de esta experiencia es transformado por el artista. Esa ceremonia de culto, en palabras es poesía, en movimiento es danza, en color y líneas es pintura. En todas estas formas  hay una ceremonia de culto. Esto sería una manera de verlo.

Un poeta siente el impulso de crear una obra de arte cuando el asombro pasivo, provocado por un acontecimiento, se transforma en el deseo de expresar ese asombro en una ceremonia de culto.

Para nuestra comprensión podríamos separar este acontecimiento o momento imponente en tres fases. La primera es quietud. Para enfrentar la realidad, en cualquier forma que se presente, debemos estar quietos. A qué clase de quietud nos referimos aquí, se hará más claro, espero, cuando lea algunos pasajes de Four Quartets  de T.S. Eliot. Pero en este momento es importante para nosotros no pensar en los ejemplos ni en artistas sino recurrir a nuestra propia experiencia. ¿Qué es necesario cuando queremos enfrentar la realidad?  Quietud. Traigamos a la mente ahora, cada uno de nosotros , la clase de quietud que es absolutamente necesaria para enfrentar la realidad. Traigamos a la mente, en una especie de arrepentimiento, cuántas veces nos precipitamos y no nos  quedamos quietos, y así no logramos enfrentar la realidad. La quietud es ciertamente una condición previa para enfrentar algo.  Cuando corremos no tenemos estabilidad para enfrentar las cosas, o la gente, o los acontecimientos, es decir para enfrentar algo cara a cara.

La próxima fase de nuestro momento de asombro es el descubrimiento. La quietud es necesaria para el descubrimiento, pero también hay algo más que es necesario: liberarnos de nuestros preconceptos. Esto es una profundización del concepto de quietud.  Pienso que merece ser mencionado específicamente. No importa cuán quietos estemos cuando miramos algo, no estamos realmente mirando a menos que nos desprendamos de nuestros preconceptos y dejemos que la realidad nos impresione. Pero en el momento en que nos abrimos a la realidad, en el momento en que le permitimos que haga algo en nosotros, descubrimos un orden que no es el nuestro. Descubrimos en las cosas un orden que existía millones y millones de años antes de que existiéramos. En las personas descubrimos ese misterioso orden del otro.

La tercera fase que quisiera señalar en este acto de enfrentar la realidad, es lo que podríamos llamar el Sí.  No es suficiente estar quietos, no es suficiente abrirnos al descubrimiento. Para enfrentar completamente la realidad debemos decir sí. Este es el sí de la bendición, no es necesario el sí de la aprobación. La aprobación puede no ser la respuesta adecuada a una situación dada, pero la bendición siempre resulta apropiada. Y la bendición en este sentido es un íntimo Sí. Es, como espero que ustedes lo vean, un sí reverente, la esencia, en efecto, de la adoración.

Voy a leer nuestro texto inicial una vez más y espero, a la luz de este primer reconocimiento del acto de  enfrentar la realidad, que llegue un poco más profundo. “El  poeta siente el impulso de crear una obra de arte cuando el asombro pasivo provocado por un acontecimiento se transforma en el deseo de expresar ese asombro en una ceremonia de culto. Para ser digno de homenaje, este acto debe ser bello”.  Varios de los términos usados en esta cita merecen ser examinados. Debemos asegurarnos de que hablamos el mismo idioma.

Quizás deberíamos considerar ciertos puntos  acerca del arte, por ejemplo, para asegurarnos de que estamos en la misma longitud de onda. Ahora lo importante es que estamos hablando de una confección.  Ya sea que hablemos de poesía o pintura o arquitectura o cocina o cualquier cosa hecha con materiales tales como movimientos o gestos, es una confección. Y sin embargo el arte se distingue de los oficios porque estos se caracterizan por hacer las cosas con un propósito. Cuando uso ahora la palabra “arte”, ella se diferencia por el énfasis en el sentido más que en el propósito, en la celebración más que en el uso del objeto realizado. Esta es una celebración, fundamentalmente, de lo superfluo. Lo superfluo es de alguna manera celebrado con la profunda intuición de que nada es más importante para nosotros los seres humanos que lo superfluo.

Cuando hablo de lo sagrado, lo que importa aquí es el asombro reverente, en el sentido de esa extraña e inexplicable fusión de temor y fascinación.  Lo notamos cuando un niño pequeño está junto al mar y las olas se acercan a él. Vemos que el niño se siente impulsado a correr hacia el mar y al mismo tiempo siente temor y se retira. Cada vez que la ola llega, el niño se asusta y cada vez que la ola se retira el niño corre y se acerca un poco más. Y luego corre hacia atrás otra vez.

En cuanto a la belleza, probablemente nunca vamos a terminar de pensar en ella. En este momento quisiera simplemente insistir en que pensemos en la belleza como un aspecto de todo lo que existe, como un aspecto de toda la realidad. Cuanto existe es bueno, cuanto existe es verdadero, cuanto existe es hermoso. Eso es justamente lo que la verdad significa: la realidad enfrentada por el intelecto. Y la belleza, a su vez, es la realidad enfrentada por los sentidos. La belleza es, como afirmaba Santo Tomás, el esplendor de la verdad, la claridad que todas las cosas tienen, si solamente pudiéramos verla. Si podemos hacer esto: permanecer quietos, abrirnos a nosotros mismos y decir ese íntimo Sí, entonces ese esplendor va a brotar sin límites. Solo nuestras propias limitaciones determinan la medida por la cual somos capaces de aceptarlo. El enfrentar la realidad con esta actitud es reverencia.  No tenemos que agregar nada más. Este enfrentar la realidad solo se puede hacer de rodillas. Nos hace caer de rodillas. De rodillas es la posición que sentimos más apropiada para este momento. Solo necesitamos llegar a ese lugar y nos encontraremos de rodillas. Eso es adoración. En este punto ni siquiera es necesario considerar  el objeto de nuestra adoración. Podríamos presentarlo, podría conformarnos, pero con lo que hemos dicho será suficiente. El arrodillarnos golpeados por ese asombro reverente es en sí mismo un acto a través del cual el sentido penetra en nuestras vidas.

Hasta este punto todo se ve agradable y fácil. Creo que ni siquiera el Reader’s Digest  tendría demasiada dificultad con todo esto. Pero ahora viene la verdadera dificultad. Y por eso he traído para mostrarles una copia del Guernica de Picasso, que es una de las grandes obras  de arte de nuestro tiempo.

Cuarenta años atrás, el 29 de abril de 1937, por primera vez en la historia un escuadrón de bombarderos hizo desaparecer a todo un pueblo. El momento para este bombardeo, como los historiadores han demostrado, fue deliberadamente programado para las horas más activas de la mañana, cuando todos estaban fuera de sus casas y en el mercado. Los bombarderos llegaron y unos minutos más tarde este  pueblo, indefenso, estratégicamente sin importancia, simplemente había sido aniquilado. Unos días después Picasso, bajo los efectos de esta tremenda experiencia, comenzó a bosquejar el Guernica. Para nosotros la pregunta que se impone por este acontecimiento es decisiva. Este es sin dudas un acontecimiento imponente, pero terrible.

Acá tenemos algo a lo que difícilmente podríamos decir sí. ¿Qué fue lo que el artista expresó acerca de este hecho?  ¿Cuál fue el gesto interior que provocó una pintura como esta? Solo cuando nos enfoquemos en este difícil punto donde el “y” que se encuentra entre el arte y lo sagrado se vuelve casi imposible de dilucidar, seremos capaces de mantener el vínculo entre los dos. Y debo admitir que no tengo una respuesta fácil en absoluto. No, estoy luchando con eso y los invito a que luchen conmigo. Que luchen con estas preguntas: ¿Cómo podemos bendecir algo en medio del desastre? ¿Cómo bendecir en medio de la apatía? ¿Cómo bendecir en medio de la destrucción? ¿Cómo bendecir en medio de la decadencia? ¿Cómo bendecir en medio de la necedad? ¿Cómo bendecir en medio del espanto que yace en la raíz de cosas tan terribles?

Y sin embargo nadie puede mirar este cuadro mucho tiempo sin darse cuenta de que es un Sí. Es un Sí que incluye y sobrepasa todo el horror del acontecimiento captado en esas imágenes. ¿Cómo pudo Picasso decir este Sí?  Ciertamente él no quiso adornar el asunto  y decir: “Bueno, en realidad no fue tan malo, hubieron algunas cosas buenas”. No, simplemente enfrentó la realidad. No hizo nada más que lo que discutimos antes, solo que lo hizo en una situación extrema. Se mantuvo quieto, pero en este contexto, que es una manera muy especial de estar quieto porque demanda un coraje extremo. Descubrió un orden, pero no un orden accesible. Tuvo la osadía de un descubridor, la certeza de que había algún orden que él todavía no había descubierto, algún orden más allá de lo que alguna vez podría llegar a descubrir.  Tuvo el coraje de bendecir algo, el coraje de decir sí en medio de todo eso. Este Sí, recordemos, no es necesariamente un Sí de aprobación, sino una afirmación de la realidad.

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