Blog

Nuestro lugar

Hugo Mujica

Al ponernos en el lugar del otro, el poder se transforma en solidaridad. Esta solidaridad nos redime, nos salva del egoísmo, nos libera: “Quizás sobre esta base podamos edificar una nueva comunidad: la de la debilidad que nos hermana”.


lugar-mujica

Del evangelio de Marcos (9, 30-37)
Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará”. Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: “¿De qué hablaban en el camino?”. Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”. Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: “El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado”.

En el evangelio, Jesús nos pone ante un contraste:
por un lado, la imagen de un niño,
su debilidad, su dependencia;

por otro lado, el cálculo del poder,
el poder a repartir, el puesto a ocupar,
la jerarquía a establecer.
Y en este lado, el sombrío, nos pone a nosotros,
pone nada menos que a sus discípulos,
a su iglesia.

Jesús no deja un tratado sobre la jerarquía,
sobre arriba o abajo, derecha o izquierda,
laico u obispo, mujer o varón;

revela, eso sí, encarnándolo, el lugar del cristiano,
de todo y cada cristiano:
el del servidor de todos: el último lugar.

Es ahí, en el último lugar, al margen,
orillando ya el vacío,
donde nos muestra el lugar a ocupar,
el lugar de los desocupados, los marginados,
los sin techo…
al lado de quienes no solemos estar,
no nos solemos detener.

Y no obstante es allí, en esa intemperie
donde nos espera Jesús:
cercanos a los que sí ocupan el último lugar
los que la injusticia social los empujó allí,
a los que tenemos que cuidar, tenemos que ayudar,
tenemos que estar allí,
porque es allí que estuvo Jesús.

Son los “pequeños”, es el niño,
pero el niño sin juego, el niño sin escuela,
el que nos vende algo o a veces nos roba algo,
pero los niños a los que antes les robamos la niñez.
El niño de la calle
es ese cachetazo que nos da Dios,
ese cachetazo con que nos quiere despertar…

Es la debilidad encarnada en el que me reclama,
y en ese clamar
me revela y enjuicia sobre lo que debo ser,
sobre el lugar que debo elegir.

No es el lugar de la pérdida de nuestro poder social;
es la del encuentro de nuestra propia debilidad,
es la posibilidad de la hermandad.

Quizás nunca como en nuestros tiempos el hombre
haya experimentado su fragilidad,
quizá por eso nunca como ahora la intenta ocultar,

la suya y la de este mundo donde Caín nunca dejó de matar a Abel,
donde la tierra misma ya se parte,
y, por eso mismo,
quizás nunca tuvimos tan cerca la gracia más humana,
la de la verdadera humanidad:
la de reconocernos débiles y necesitados,
la de saber que es la debilidad la que nos hermana,
que es la necesidad la que nos reúne.

Estamos expuestos, a la intemperie,
pero también, y por eso mismo, expuestos a la verdad:
humanamente porque la debilidad nos iguala,
cristianamente porque la igualdad nos hermana.

Todos necesitamos lo mismo:
cada uno necesita al otro.

La iglesia, lo vemos y deberíamos celebrarlo,
va perdiendo poder,
pierde poder sobre el poder de los poderosos,
pero esa pérdida es ganancia,
como lo es el todo despojo del poder humano,
como es la gracia de depender solo de Dios,
como esos niños a los que llama hacia sí Jesús.

Esa es la gracia de la debilidad,
la del poder cuando es servicio y no dominación;
la debilidad cuando es flexibilidad,
cuando es a semejanza de un Dios que al encarnarse
se despojó de todo poder,
buscó el último lugar, murió como un desclasado más.

Perdiendo poder, perdiendo privilegios,
la iglesia vuelve a su liviandad,
vuelve a ser una barca sobre el oleaje del mundo,
hermana del mundo,
mecida en la historia de la humanidad,
libre de anclarse es sí misma,
libre de la inmutabilidad que es la tentación del poder,
la tentación de apoyarse sobre sí misma
en vez de dejarse sostener por Dios.

Esa es la gracia de nuestra época,
la de volver a estar entre los que estuvo Jesús,
entre los que no tienen más oración que cargar con su dolor.

Pidamos ser débiles como niños,
desarmados de todo poder
para poder tener las manos vacías,
para dejar que ese vacío se llene con la misericordia de Dios,
para extenderlas hacia los demás
vacías de nosotros mismos
y llenas del amor de Dios hacia los demás.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro, esloveno, rumano y hebreo.

www.hugomujica.com.ar

Reflexiones:

  1. REPLY
    Silvia Allegretto dice:

    Gracias Hugo por regalarnos tu arte!

Te invitamos a compartir tus reflexiones: