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El monasterio más arduo

Virginia Gawel

Para muchos, el monasterio más arduo… es la vida cotidiana. Quizás sin identificarse con un credo en particular, buscan una vida plena (aún en medio del trajín diario), y buscan dar lo mejor de sí a los demás.


Existen en el mundo distintos monasterios que implican, para el monje (cualquiera sea su religión) un difícil y austero trabajo sobre sí: ayunos, rezos, privaciones, silencio, soledad… Y existen también personas en todo el mundo que internamente son –por decirlo de algún modo– monjes laicos: no necesariamente adeptos a religión alguna (es más, a veces autodeclarados como ateos), se distinguen porque apuestan a convertir su tránsito en este mundo en un camino de autoconocimiento. Ellos (quizás quienes lean estas líneas) se ejercitan en uno de los monasterios más exigentes: la vida cotidiana. (Probablemente no se definirían a sí mismos como monjes seglares… ¡porque no saben que lo son!)

Afortunadamente, la psicología se ha ocupado de personas así, sin mirarlas como “enfermos”, sino como el camino hacia el cual la humanidad necesita ir para salvar lo que queda de este querido planeta.

Tienen una insistente sed de comprensión, y procuran convertirlo todo en un proceso para la ampliación de su conciencia. Nadie les sostiene, ninguna orden les procura solución a su techo, su comida… y conseguirla es parte de su voto de estar en el mundo. No tienen autoridad alguna a quien consultarles sobre qué hacer. Y en medio del trajín que implica el día a día, procuran practicar lo que conocen, para no perder su propio centro: leen sobre yoga en la fila del banco, o de pie viajando en el subterráneo; practican meditación en la sala de espera del dentista, observan el alineamiento de su cuerpo en un ascensor lleno de gente… Tienen en su oficina frases que les ayuden a estar más en calma. Tratan de transmitir como pueden lo que han descubierto, para ayudar a otros. Sabiéndolo o no, practican lo que los sufis definen como estar en el mundo, sin ser del mundo.

Intentan no salirse de sí mismos cuando deben ponerle límites a su hijo adolescente o tenerle paciencia a su padre que ya está muy anciano. Practican la compasión con los animales y las personas, y con frecuencia sufren enormemente penas que no son propias: su monasterio no está aislado de lo que sucede en el planeta. Les duelen las matanzas del Tíbet, las inundaciones de Argentina o el terremoto del Perú. Se angustian ante las especies amenazadas, el ecosistema quebrado, los incendios que acaban con bosques insustituibles…

A veces hacen voto de silencio y se retiran, solitarios, pues necesitan “digerir” lo que su sensibilidad percibe. Se esfuerzan en ser rectos y veraces, en ámbitos donde la mentira y la transgresión se constituyen en ley. Y algunos tienen la posibilidad de ejercer todo lo que saben y de aprender lo que no en una de las pruebas humanas más difíciles de atravesar conscientemente: la pareja. Allí investigan lo que tienen adentro: dependencia, celos, abnegación, posesividad, capacidad de dar… Practican el hacerse cargo frente al otro, el no proyectar, el abrir su interioridad… ¡Todo un entrenamiento para iniciados!

Luego del trabajo, antes de realizar las compras y después de ocuparse de sus hijos, se toman retazos de tiempo para no dejar nunca de aprender: sobre los sueños, sobre las emociones, sobre el Eneagrama o la Eutonía… Se levantan temprano o se acuestan tarde, pero siempre tienen algún minuto para meditar, para contemplar su entorno, para trabajar su cuerpo, para escribir lo que sienten…

Practican la solidaridad como pueden: en campañas por internet, en la ayuda a un vecino, o en el brindarse a cualquier hora a un amigo que les necesite. Es posible que transiten por su entorno siendo vistos como “raros”. Lo padecen. Y a la vez, profundamente, tal vez sientan que en verdad es un honor: que su “rareza” los dignifica. No encajan en el mundo. A este rasgo le hemos llamado “inadecuación esencial”.

Afortunadamente, desde los años ‘60 la psicología se ocupó de personas así, sin mirarlas como “enfermos”, sino, por el contrario, como el camino hacia el cual la humanidad necesita ir para salvar lo que queda de este querido planeta. Nació como psicología humanista, y derivó en lo transpersonal, centrándose en el desarrollo de la conciencia, en la persona que busca. ¿Son ellos “normales”? ¡No! Por suerte que no. Bendito sea que sean… así como son.

Virginia Gawel

Publicado en la revista “Uno Mismo”, año 2008.


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