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El perdón, nueva creación

Hugo Mujica

“Así se inicia la nueva creación, con el anuncio de que somos perdonados perdonándonos, con el anuncio que no una vez sino setenta veces siete podemos volver a comenzar”. Reflexiones de Hugo Mujica.


Del evangelio de Juan (20, 19-31)
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!” Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!” Él les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!” Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Tomas respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!” Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

Pecar es replegarse sobre sí, poseerse, cerrarse.
Negarnos a ser lo que fuimos creados para ser:
dejar de ser don para los demás.

Pecar es dejar de pertenecer,
ser uno en uno mismo, ser para sí,
no en el nosotros de la comunidad,
no en el para otros de la comunión.

Pecar es la soledad del encierro
y es la muerte de vivir sin nacerse en los otros,
sin trascender.

Juan, en su evangelio, comienza este relato de la resurrección de Jesús
aclarándonos que es el primer día de la semana,
el primer día de la recreación del mundo,
de la nueva vida reconciliada con Dios,
el desde entonces cada instante,
cada nuevo hoy.

Los discípulos reciben el Espíritu y reciben un mandato:
el mandamiento del perdón.

El perdón que, desde que el pecado implantó la separación,
significa reconciliación, reunión de lo separado,
regreso a la comunidad,
olvido de sí.

La reunión de todo en Dios que es la obra del Espíritu,
el don de Jesús: su reconciliación.
El perdón que es la forma de abrazar la debilidad del otro,
de hacer de esa debilidad el motivo de nuestro amor,
el amor que, cristianamente, se llama perdón,
se expresa compasión.

Así se inicia la nueva creación,
se proclama la buena noticia,
el anuncio de que somos perdonados perdonándonos,
de que nos podemos perdonar porque el perdón es el primer fruto de la resurrección,
el primer gesto y mensaje de la nueva creación:
el anuncio que no una vez sino setenta veces siete podemos volver a comenzar.

Si la última palabra de Jesús en la cruz fue
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”,
las mismas y no otras,
son sus primeras palabras ahora,
desde su resurrección:
el mismo perdón, el mismo Espíritu, el mismo don…

Sentirse juzgado, aun justamente juzgado, paraliza;
sentirse perdonado, gratuitamente perdonado, compromete.

Ser perdonado, sentir el perdón,
es ya sentir la resurrección,
es sentir que uno regresa a casa,
sentir que uno tiene lugar en el abrazo de Dios.

Es sentir que uno es aceptado tal cual es
y sentir la respuesta que nace de esa aceptación en nosotros mismos,
el deseo de ser tal cual como debiéramos ser,
tal como anhelamos ser,
tal como en la gracia de ese perdón podemos comenzar a ser.

Saberse perdonado
es saber que todo aquello de lo que nos apartamos sigue esperándonos.

Saberse perdonado,
perdonado más profundamente que lo que nuestra conciencia puede perdonar,
puede justificar,
más hondamente que lo que nuestra psiquis puede seguir culpándonos.

Es sentir lo más grande que un hombre puede sentir sobre la tierra:
sentirse aceptado a pesar de la propia inaceptabilidad.

Sentir el amor en su más inexplicable dimensión:
en la gratuidad, en el perdón.

Sentir este amor, este perdón,
es sentir que se vuelve a pertenecer a Dios,
a los otros, a la vida,
al propio ser.

Volver a sentir la pertenencia a todo,
volver a sentir la unidad, volver a habitar la paz.

La paz del perdón, la paz de la pascua,
la del paso del pecado al perdón,
la gratuidad del perdón que Jesús pagó en la cruz,
el perdón de la pascua que perdonando podemos extender,
que dándolo lo estaremos dando a luz.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro y esloveno.

www.hugomujica.com.ar

Reflexiones:

  1. REPLY
    Gregory Santamaría dice:

    Excelente reflexión

  2. REPLY
    Nereyda Rico dice:

    Que analisis tan nutritivo, hace reflexionar sobre lo que realmente debemos hacer sobre el perdon

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