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La rica filosofía de los niños

Seguir siendo siempre niños es no dejar de preguntarnos por el sentido de las cosas. Lamentablemente, al llegar a adultos solemos movernos por opiniones o saberes establecidos, sin cuestionarlos. El filósofo y psiquiatra Karl Jaspers nos invita a recorrer el camino del filósofo: aquel que, como un niño, nunca deja de cuestionar, de dudar, de aprender.


Fotografía de Elena Shumilova

¿Cuáles son las preguntas de los niños? No es nada raro oír de la boca infantil algo que por su sentido penetra inmediatamente en las profundidades del filosofar. He aquí unos ejemplos:

Un niño manifiesta su admiración diciendo: “Estoy tratando de pensar que soy otro, pero sigo siendo siempre yo”. Este niño toca uno de los orígenes de toda certeza: la conciencia del ser, la conciencia de sí mismo. Se asombra ante el enigma del yo, este ser que no cabe concebir por medio de ningún otro.

Otro niño oye la historia de la creación: Al principio creó Dios el cielo y la tierra… y pregunta en el acto: “¿Y qué había antes del principio?” Este niño ha hecho la experiencia de la infinitud de la serie de preguntas posibles.

Los niños poseen con frecuencia una genialidad que pierden cuando crecen. Es como si con los años cayésemos en la prisión de las convenciones y las opiniones corrientes.

Ahora una niña, que va de paseo, a la vista de un bosque pide que le cuenten de los elfos que de noche bailan en él en ronda… -“Pero ésos no los hay”. – Le hablan luego de realidades: le hacen observar el movimiento del sol, le explican la cuestión de si es que se mueve el sol o que gira la tierra, y le dicen las razones que hablan en favor de la forma esférica de la tierra y del movimiento de ésta en torno de su eje: -“Pero eso no es verdad” (dice la niña golpeando con el pie el suelo), “la tierra está quieta. Yo sólo creo lo que veo.” -“Entonces tú no crees en papá Dios, puesto que no puedes verle.”-La niña entonces se queda pasmada y luego dice muy resuelta: -“Si no existiese él, tampoco existiríamos nosotros.” Esta niña fue presa del gran pasmo de la existencia: la existencia no es obra de sí misma. Concibió incluso la diferencia que hay entre preguntar por un objeto del mundo y el preguntar por el ser y por nuestra existencia en el universo.

Otra niña, que va de visita, sube una escalera. Le hacen ver cómo va cambiando todo lo que ve, cómo todo pasa y desaparece, como si no lo hubiese habido. -“Pero tiene que haber algo fijo… Que ahora estoy aquí subiendo la escalera de la casa de la tía, siempre será una cosa segura para mí”.

Los niños poseen con frecuencia una genialidad que pierden cuando crecen. Es como si con los años cayésemos en la prisión de las convenciones y las opiniones corrientes, de las ocultaciones y de las cosas que no se cuestionan, perdiendo la ingenuidad del niño. Éste se halla aún francamente en ese estado de la vida en que ésta brota, sintiendo, viendo y preguntando cosas que pronto se le escapan para siempre. El niño olvida lo que se le reveló por un momento y se queda sorprendido cuando los adultos le refieren más tarde lo que antes había dicho y preguntado.

El filosofar original se presenta en los enfermos mentales lo mismo que en los niños. Al comienzo de varias enfermedades mentales tienen lugar revelaciones metafísicas de una índole estremecedora. A más de una persona sana le es también conocida la experiencia de revelaciones misteriosamente profundas tenidas al despertar del sueño, pero que al despertarse del todo, desaparecen. Hay una verdad profunda en la frase que afirma que los niños y los locos dicen la verdad.

La palabra griega filósofo (philósophos) se formó en oposición a sophós, sabio. Se trata del amante del conocimiento, a diferencia de aquel que se llamaba sapiente o sabio por poseer el conocimiento. La esencia de la filosofía es la búsqueda de la verdad, no la posesión de ella. Filosofía quiere decir ir de camino. Sus preguntas son más esenciales que sus respuestas, y toda respuesta se convierte en una nueva pregunta. Este ir de camino alberga en su seno la posibilidad de una honda satisfacción: una plenitud que no estriba nunca en una certeza, sino en la realización histórica del ser del hombre, al que se le abre el ser mismo.

Tomado del libro “La filosofía”, de Karl Jaspers.


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