Fabiana Fondevila nos invita a despertar a esos momentos en que nos conectamos con nuestro ser más profundo, en el que todos somos uno. “El gozo de la sonrisa interior tiene el sabor de lo compartido, de lo inmenso, de lo universal. Sus raíces van tan hondo que tocan algo de lo imperecedero: llamémosle misterio, gracia, amor”.
Todos lo hemos vivido. Momentos en que la vida se ilumina por dentro, como si el mundo y sus habitantes –el cielo y las nubes, los edificios y los semáforos, los extraños que pasan, nosotros mismos- formáramos parte de esa gran boca que se curva a los costados y hacia arriba, esos ojos que brillan, esa respiración que se aquieta, esa transparencia. Lo más parecido a una sonrisa interior.
¿Qué nos dispara este estado? Las razones son incontables. Un hijo que nos dice algo hermoso e inesperado. Un encuentro con alguien que apenas conocemos y en quien de golpe descubrimos un universo en común. Una historia que escuchamos, de esas que abren ventanitas a lo mejor de nuestra especie. Una caminata en la que los árboles cantan y los pájaros se mecen en el viento.
Curiosamente, la sonrisa interior no sobreviene en los momentos que uno pensaría: al lucirnos con un logro en el trabajo, conseguir un aumento, recibir un buen comentario sobre algo que hicimos, gozar de un reconocimiento. Hay lugar, también, para ese tipo de placeres, pero no son ni un pariente lejano de esta dimensión del júbilo. Probablemente esto se deba a que los placeres vinculados al orgullo y la posesión, por su naturaleza, nos dejan solos, en un continente aislado y momentáneamente inflado como un globo. Si ya tenemos algunos años de transitar esta aventura, sabemos que el globo volverá a desinflarse con el próximo fallido, la inevitable crítica, el eventual traspié.
El gozo de la sonrisa interior, en cambio, tiene una cualidad distinta: aunque sea una vivencia propia, tiene el sabor de lo compartido, de lo inmenso, de lo universal. ¿Cuántas madres se iluminaron de amor por la frase pronunciada por un hijo? ¿Cuántos se vieron reflejados, inesperadamente, en los ojos de un extraño? ¿Cuántos se conmovieron al atisbar en un relato la firmeza del espíritu humano? ¿Cuántos se estremecieron con una caminata en la que todo brillaba? ¿Cuántos lo hacen en este mismo momento? ¿Cuántos lo harán todavía?
Creo que podemos intentar algo: recibir a esa sonrisa interior, apenas aparece, con el corazón abierto, sabiendo que no refleja un momento sino un estado del ser que es más auténtico que cualquier contingencia… y procurar que esa intuición infunda nuestros días.
Creo que podemos intentar algo: recibir a esa sonrisa interior, apenas aparece, con el corazón abierto, sabiendo que no refleja un momento sino un estado del ser que es más auténtico que cualquier contingencia… y procurar que esa intuición infunda nuestros días.
Y aunque no tuviéramos noticia de esa compañía pasada, presente y futura, creo que la intuiríamos, porque hay otro condimento en esta variante de la alegría: sus raíces van tan hondo que tocan algo de lo imperecedero. Allí abajo, donde nuestras aguas confluyen con todos los ríos, los márgenes son anchos, el lecho profundo, y es fácil ver el norte al que todos nos dirigimos: llamémosle misterio, gracia, amor.
Reflexiones:-
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María Luisa Sordi de Matich dice:
28 septiembre, 2014a las05:08Magnífico texto al que adhiero plenamente:”la sonrisa interior son los otros…lo es todo si lo permitimos! “
silvia munton dice:
26 septiembre, 2014a las21:01Hermoso escrito Fabiana, con la sonrisa interior que aflora en los ojos al mirar
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