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¿Mi riqueza? Ser padre

Cercanos a celebrar el Día del padre, compartimos bellas reflexiones en torno a esta conmemoración.


Mis tres hijas llegaron a mi vida allá por los años setenta. Así que, cuando reflexiono sobre las alegrías, los misterios y los desafíos de ser padre, mis recuerdos abarcan décadas y, con el tiempo, han tejido un tapiz vibrante que aún hoy se sigue tejiendo. Como sabemos, el tiempo suaviza los momentos difíciles de la paternidad. Sin embargo, ya se trate de enfermedades, accidentes, heridas emocionales o esos cuarenta y cinco segundos llenos de angustia buscando a una de mis hijas desaparecida en un centro comercial, he tenido la bendición de ser padre junto a una mujer y esposa estupenda durante los últimos cuarenta y cuatro años de mi vida. Estoy convencido de que la crianza en pareja me ha hecho mejor padre de nuestras hijas.

Ser padre de hijos adultos es en sí mismo un tipo de relación peculiar y maravillosa. Por un momento me encuentro recordando a una de mis niñas jugando en el patio de casa, y acto seguido esa misma niña, que ahora tiene treinta y tantos años, me está detallando su próximo viaje al extranjero por motivos de trabajo. Hay momentos sutiles, también, en los que mi papel como padre es escuchar, apoyar, a veces sugerir, consolar o simplemente estar presente de forma no verbal para cualquiera de nuestras hijas si surge la necesidad. Y hay veces, para mi asombro, en que, como adultas hechas y derechas, me hacen saber que debería escucharlas y aceptar sus consejos. Puede que no siempre esté de acuerdo con sus consejos, pero sé que las quiero más aún por querer aconsejarme.

Aprecio especialmente tres acontecimientos importantes de la vida de mis hijas, y es algo que muy pocos padres tienen la oportunidad de experimentar. Las tres están casadas, y como soy ministro, cada una de ellas junto con sus parejas me pidieron que oficiara sus bodas. Fue su madre, y no yo, quien las acompañó al altar. Como padre, los recuerdos y sentimientos que tuve el día de la boda de cada hija, desde el honor de escuchar el peso de sus votos recitados hasta solemnizar su unión y pronunciarlos casados el uno con el otro, es un regalo que alegra mi corazón todos los días.

Luego vinieron los años en que esa bendición y ese don crecieron en dos, luego en tres y en cuatro y ahora, como un reguero de pólvora en cinco y luego en seis nuevas vidas. Seis pequeñas y gloriosas vidas llamadas nietos. Sin darme cuenta se metieron en mi vida en algún momento en que yo estaba ocupado haciendo otra cosa que creía importante.

No estoy seguro de cómo sucedió todo esto. No hay un manual de instrucciones para ser abuelo; sólo expectativas no escritas que llegan sin palabras ni reglas. Cada uno de mis nietos se ha metido en medio de lo que soy, y ha cambiado para siempre el rumbo que yo creía que llevaba mi vida.

A veces miro a cada uno de ellos y no digo nada. Simplemente miro a estos pequeños parientes, y me pregunto por las alegrías y las tormentas a las que cada uno se enfrentará a medida que sus vidas se desarrollen en el mañana. Cada uno de ellos ya es dueño de un lugar en mi corazón. Cada uno de ellos me hace reír, amar, jugar y preocuparme como nunca antes. Me hace recordar las horas en que fui papá por primera vez hace tantos años, preguntándome cómo podría estar a la altura de ser padre.

Hoy, cada vez que uno de nuestras nietos me saluda, simplemente me dice “Hola abuelo”. Para mis hijas siempre seré su papá, un título al que nunca renunciaré. Y para mí mismo, cuando observo la habitación con toda mi familia sentada alrededor, soy marido, papá y abuelo todos los días. Por eso, en este Día del Padre, estoy lleno de alegría y elevo una oración de gratitud muy profunda por esta bendición llamada familia.

Kevin Lee


Kevin Lee es ministro, fotógrafo y escritor, autor del blog blog Rise This Day. Vive en Massachusetts (Estados Unidos).
 
Artículo reproducido con permiso de Grateful.org


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