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Mía Fedra, tenista trans


Mía Fedra es conocida por ser la primera tenista trans de la Argentina. En la actualidad trabaja como modelo para diseñadores independientes.


Mía Fedra es conocida por ser la primera jugadora trans de la Argentina. Ocupa el tercer puesto en la categoría de más de 35 años de la Asociación Argentina de Tenis. En la actualidad trabaja como modelo para diseñadores independientes. Le gustaría animarse a dar clases de tenis, pero por ahora no puede hacerlo. “Hay que ver si soy bien recibida por los otros profesores de tenis…” Además, cuando se lo piden, Mía colabora con agrupaciones que brindan asistencia a mujeres trans que se encuentran en situación de calle. Allí ofrece charlas en las que comparte sus experiencias.

Mía comparte que le tocó atravesar esas experiencias desde su niñez: “Desde que tengo uso de razón sufro discriminación. A partir de los 9 años ya me hacían bulling en el colegio. Fueron tantos años de tortura psíquica… Y sí, lo sufrí un montón, todo el tiempo, toda mi vida…” Y recuerda que “El tenis fue un medio de escape para mí. En el deporte no me hacían bulling y por eso empecé a ir al Club Village en Adrogué, que para mí fue como una segunda familia”.

Desde que tengo uso de razón sufro discriminación. A partir de los 9 años ya me hacían bulling en el colegio. Fueron tantos años de tortura psíquica… Y sí, lo sufrí un montón, todo el tiempo, toda mi vida… El tenis fue un medio de escape para mí.

Tal como les sucede a otras personas que deben abrirse paso en un contexto que le resulta hostil, Mía comparte: “Fui creando mecanismos de defensa ante la discriminación… que se daba de muchas maneras. Por ejemplo, en la escuela, en Educación Física me tiraban pelotazos a la cara… Eso hace que ya no te den ganas de ir. Me acuerdo que yo falsificaba los certificados para no asistir a la clase”.

Ahora, a la distancia y desde su identidad autopercibida reflexiona: “Cuando te discriminan te hacen sentir que una no sirve, que algo no funciona con una, que algo está mal… que algo falló con una desde la fábrica. Estaba acostumbrada a que hay que quedarse callada. Eso sentí durante mi infancia”. Y recuerda que fue en la adolescencia cuando encontró la fuerza para iniciar el cambio que necesitaba: “Me volví más combativa. Me di cuenta que era injusto tener que estar disfrazada de varón”.

Las huellas de la discriminación

“Viví situaciones de discriminación con la policía… soy de la generación del ’80, y nos paraban por la ropa que llevábamos puesta. Una vez le pegaron a una pareja mía, nos metieron en un cuarto y nos empezaron a apurar…” asegura Mía, al tiempo que considera que ese tipo de vivencias la hicieron sentir como “una expulsada de la sociedad, no una ciudadana”. Y añade: “Las consecuencias de esa discriminación es que en general terminaban en violencia”.

Su experiencia le permite reflexionar sobre la vida que les toca vivir a otras mujeres trans, para quienes la discriminación se traduce en falta de derechos y vidas con menos oportunidades: “Todo eso te va llevando a otras cuestiones, porque al ser marginada, vas buscando otros sectores de inclusión, pero esos otros sectores son marginales. Por ejemplo, te conectas con grupos de chicas de la noche, donde hay drogas… terminas integrada por subgrupos, excluidas de la sociedad. Pero tu vida no tiene futuro, y tu pasado tampoco…” Y advierte la cruda situación que atraviesan muchas compañeras: “Hay chicas echadas de su casa, que terminaron durmiendo en una plaza y quizás consiguen refugio en algún centro que les da techo y comida. Muchas contraen enfermedades de transmisión sexual”.

A la hora del balance, a Mía aún le toca lidiar con las secuelas de la discriminación, aunque a veces pase desapercibida a simple vista: “No veo mucho en mí… con la discriminación quedas golpeada, pero no te das cuenta”. Y reflexiona sobre el impacto que estas situaciones tienen para el colectivo que integra: “Todo para nosotras (las chicas trans) es más tarde. Las cosas que una chica genital se les da en forma natural, a nosotras nos lleva mucho más tiempo. Cuando se vive con otra identidad se pierden muchos años… yo empecé a vivir con mi identidad autopercibida a los 16 años”.


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