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Mujeres en círculo

Fabiana Fondevila

Cada vez más mujeres se reúnen y potencian, priorizando la comunión de voluntades por encima de las ideas de una sola persona. Mujeres que impulsan los valores femeninos y la cooperación.


Ilustración de Maite Ortiz

Alrededor de un fuego sagrado

Doce mujeres admirables en su área particular de conocimiento se reunieron en torno a una causa común: volver el mundo más vivible de la mano de los valores femeninos. Scilla Elworthy y Rama Mani son fundadoras de Rising Women Rising World y en esta nota animan a otras a sumarse a un círculo que está cambiando el mundo.

Scilla Elworthy tenía 13 años y miraba las noticias en un televisor blanco y negro, en el living de su casa londinense, cuando tomó la decisión. O, más bien, la decisión la tomó a ella. En la pantalla, los tanques avanzaban sobre los jóvenes que protestaban contra el gobierno títere de Moscú, en lo que pasaría a la historia como la Revolución húngara de 1956. Chicos no mucho mayores que Scilla se lanzaban, uno tras otro, contra los tanques. La joven corrió a su cuarto y empezó a empacar. Cuando la madre le preguntó qué hacía, respondió: “Me voy a Budapest”. No tenía muy claro en qué parte del mapa quedaba ese lugar, pero tenía una certeza: “Están matando chicos ahí, ¡tengo que ir!”

Scilla Elworthy

La madre de Scilla intentó disuadirla. Ante el llanto desconsolado de la joven, dijo al fin: “Eres demasiado chica. Vas a tener que recibir entrenamiento para servirles de algo. Si aceptas desempacar la valija, me comprometo a ayudarte”. El pacto quedó sellado. La mujer cumplió su promesa. La hija también.

A los 16, Scilla fue a trabajar a un hogar para personas exiliadas. En 1962 pasó un verano trabajando en un campo de refugiados vietnamitas en Francia. El próximo destino fue Argelia, un país que emergía de años de terror y lucha armada, donde se dedicó a cuidar a niños que habían perdido a sus padres en los enfrentamientos. Los estragos que atestiguó allí terminaron de decidirla; dedicaría su vida a hacer lo imposible: salvar al mundo de la violencia.

Hoy, décadas más tarde, convertida en mediadora internacional, fundadora del Oxford Research Group (una ONG que creó para tender puentes entre los hacedores de políticas nucleares y sus críticos), tres veces nominada al Premio Nobel de la Paz, Scilla ya no piensa en términos de “imposible”. Más bien –como atestigua su libro más reciente, Pioneering the Possible. Awakened Leadership for a World That Works (Ser pioneros de lo posible. Liderazgo iluminado para un mundo que funcione)–, su meta es hacer lo posible, todo lo posible, en conjunción con personas de idéntica garra y sensibilidad. Más precisamente, trabajando con mujeres en círculo, esa antigua forma que prioriza la comunión de voluntades por encima de la autoridad de uno.

Esa forma ha sido la impronta de origen de la aventura más osada de Scilla, hoy una reconocida activista por la paz. Se llama Rising Women Rising World (Mujeres que se elevan, mundo que se eleva) y es una organización global gestada como la forma de una constelación: doce mujeres –todas sabias, potentes y versadas en su área particular de conocimiento– reunidas en torno a una causa común: volver el mundo más vivible de la mano de los valores femeninos.

“Todo lo que hacemos lo hacemos en círculo. Nuestros antepasados lo sabían bien: el poder viene del círculo, y cuando el círculo se rompe, perdemos poder. El verdadero poder –el que necesitamos– está en nuestro interior y en los lazos que nos unen”.

¿Cuáles son los valores que Rising Women Rising World aspira a llevar a los más altos estratos de decisión global? Así los resume Scilla: “El primero es la inclusividad. Promover la colaboración por encima de la competencia y asegurarnos de que hasta los más marginados sean tomados en cuenta cuando se hacen planes para el futuro, como en la decisión que tomó Alemania de dar la bienvenida a un gran número de refugiados, por ejemplo. El segundo es la compasión, o la empatía, que es la posibilidad de calzarse los zapatos de otro, hacer un esfuerzo verdadero por comprenderlo y no juzgarlo. Esta no es una cualidad dócil ni suave: puede hasta ser la llave para prevenir ataques suicidas, como lo hace Gululai Ismael en el noroeste de Paquistán. El tercero es la intuición, una forma particular de la lucidez. Y el cuarto es la escucha profunda. La mayoría de las personas piensa que es buena escuchando; lo cierto es que no lo somos. En nuestros programas entrenamos a las personas en el arte de escuchar. Esto promueve la comprensión de nuestra interconexión esencial, que es la base del concepto de ubuntu que promueve Desmond Tutu”.

Lejos de querer entronizar a las mujeres y desplazar a los hombres, Scilla explica que el objetivo último de su organización es “restaurar el equilibrio entre los principios femeninos y los masculinos para informar los procesos de decisión a un nivel nacional y global”. Un proceso del que se muestra decididamente optimista: “Está ocurriendo muy rápido en algunos ámbitos, como las empresas. Son ideas cuyo tiempo ha llegado”, asegura.

Prueba de eso es cómo se gestó esta organización global. Scilla se encontraba en Alemania compartiendo un retiro con la reconocida autora y conferencista Jean Houston y la experta en Relaciones Internacionales y también mediadora por la paz Rama Mani. En una de sus charlas, las tres repararon en lo mismo: “Nos dimos cuenta de que todas veníamos pensando sobre cómo las mujeres podíamos influir en el futuro, y, a la vez, que entre las tres conocíamos a mujeres muy hábiles y experimentadas en diversos temas”. Pusieron manos a la obra, y pergeñaron la idea: tender una red de mujeres que pudiera llevar los valores deseados a todos los estratos decisorios del futuro del planeta.

De la constelación original de doce mujeres –que integraban ellas tres más otras nueve de largo recorrido vital y profesional, provenientes de distintos puntos del globo–, surgirían otras tantas constelaciones en sus respectivos países. Se buscó, además, que cada una representara un área bien diferente del quehacer humano: empresa, salud, educación, políticas de gobierno, asuntos comunitarios y las áreas nuevas que fueran surgiendo.

No es casual que esta organización –como tantas que convocan hoy a las mujeres en torno a diversas causas– eligiera la forma del círculo. “Dios es un círculo que tiene su centro en todas partes, y cuya circunferencia no está en ninguna”, dicen que dijo el mítico Hermes Trismegisto. El círculo representa la unidad, lo absoluto, la perfección, el cielo en relación con la tierra, el espíritu en relación con la materia. Es el símbolo del oro en la alquimia y del tao en el taoísmo. Se relaciona con la protección, lo que explica que nuestros mitos estén poblados de anillos de poder, coronas mágicas y cinturones de la invisibilidad.

“Lo que se necesita para enfrentar la crisis actual es un marco para la innovación: movernos de la explotación a la integración, de la avaricia a la generosidad, de la competencia a la colaboración. Esto es posible si honramos profundamente los principios femeninos en la empresa, la política y la sociedad toda”.

En junio pasado, Rising Women Rising World organizó una cumbre en Berlín a la que llamó “FemmeQ”, jugando con el término en inglés para “coeficiente intelectual” (IQ) y aludiendo a la inteligencia femenina con la que buscan recrear el mundo. Así lo anunciaron: “Creemos que en estos tiempos desafiantes somos llamadas a asumir responsabilidades. Lo que se necesita para enfrentar la crisis actual es un marco para la innovación: movernos de la explotación a la integración, de la avaricia a la generosidad, de la competencia a la colaboración. Esto es posible si honramos profundamente los principios femeninos en la empresa, la política y la sociedad toda; a esto llamamos FemmeQ”.

¿Les preocupa a las creadoras el hecho de que los hombres se sientan dejados de lado de la iniciativa? “La idea fue siempre crear una organización de mujeres abierta a los varones; pueden venir a todos nuestros encuentros y también sumarse a las constelaciones. La clase de hombres con los que nos gusta trabajar se sienten muy cómodos participando y tomando nuestros cursos. De hecho, ya tenemos varios graduados”.

Uno de los más apasionados adalides del movimiento liderado por Rising Women Rising World es el clérigo y pacifista sudafricano Desmond Tutu, autor del prefacio del libro de Scilla. Sin apelar a eufemismos, el Premio Nobel de la Paz admite: “Los hombres hemos hecho un desastre del mundo. ¡Yo quiero un mundo gobernado por mujeres!”

El mundo es un escenario

La otra gran artífice de Rising Women Rising World es la carismática e inspiradora Rama Mani. Con más de veinticinco años de trabajo en ámbitos gubernamentales, procesos de paz y seguridad, creó una forma artística que bautizó “teatro de la transformación”. En sus actuaciones frente a la Asamblea General de las Naciones Unidas, líderes empresariales y autoridades gubernamentales de distintos países, Rama les presta su voz y su cuerpo a las historias más pequeñas: las de las mujeres oprimidas de la India, la de las refugiadas sirias, las jóvenes palestinas, las madres quechuas que luchan para sacar a sus familias de la pobreza. Los ingresos que recibe por sus actuaciones en teatros u otros ámbitos los dona a las mismas mujeres en quienes se inspira para narrar.

Rama vive en Francia desde hace décadas y desde hace menos en un pueblo diminuto en la frontera entre Francia y Suiza. “Tengo suerte; entre viaje y viaje puedo venir a ocuparme de cuidar esta naturaleza. O quizá dejar que ella cuide de mí”, dice riendo.

Rama Mani

No obstante, está claro que ella ama lo que hace y que no elegiría ni por mucho una vida más tranquila o sencilla. Explica: “El teatro de la transformación no es solamente una expresión artística. Hago mis representaciones en ámbitos académicos, políticos, o en conferencias. Mis públicos son funcionarios, jerarcas militares, altos ejecutivos, personas que toman decisiones. Me complace enormemente ver cómo se conmueven con las historias que narro y cómo el hecho de poder ser testigos de las perspectivas de las mujeres les ofrece una nueva mirada de la vida y los ayuda a reconectarse con su vocación, su deseo de ayudar a construir un mundo más humano. Se dan cuenta de que no están obligados por las leyes que ellos mismos crearon y que ciegamente siguen, cuando conocen las historias de gente humilde que usa toda su creatividad para cambiar sus vidas y la de sus comunidades. Las personas en posiciones de poder también pueden convertirse en agentes de transformación”.

Una de las historias que comparte es la de un grupo de mujeres de una villa miseria de Mumbai, que se organizaron para defenderse mutuamente y progresar. Hicieron un acuerdo con una empresa, que les provee subsidios a las jóvenes para que investiguen algún área de la vida comunitaria y propongan leyes y reglamentaciones que ayuden a transformarla. Cuando una mujer sufre un ataque por parte de su pareja, las demás van juntas a enfrentarlo y muchas veces terminan por echarlo del hogar. “Estas mujeres cambiaron el concepto de ‘poder sobre’ por el de ‘poder dentro’ y ‘poder con’. Esto está pasando en Sudáfrica, en Palestina, en el Congo, en todas partes. Estas mujeres son mis ídolas y mis maestras”, dice Rama.

En octubre de 2015 Scilla Elworthy y Rama Mani recibieron el Rudolf Steiner Dove of Peace Prize (Premio Paloma de la Paz Rudolf Steiner) por sus aportes al empoderamiento de las mujeres y la pacificación del mundo. Pero ellas se apuran a quitarse todo mérito personal. En palabras de Rama: “Todo lo que hacemos lo hacemos en círculo. Nuestros antepasados lo sabían bien: el poder viene del círculo, y cuando el círculo se rompe, perdemos poder. El verdadero poder –el que necesitamos– está en nuestro interior y en los lazos que nos unen”.

La mujer y la tierra, una alianza natural

Las amenazas más urgentes del planeta también convocan a círculos de mujeres para manifestarse. Se trata de agrupaciones que buscan fortalecer las cualidades femeninas para convertirse en agentes activos contra las injusticias y el cambio climático.

Dijo la escritora Virginia Woolf: “Como mujer, no tengo país. Como mujer, no quiero país. Como mujer, mi país es mi mundo”. Esta frase se convirtió en una suerte de bandera del “ecofeminismo”, un movimiento que cruzó la lucha por los derechos de las mujeres con las proclamas ecologistas allá por los años sesenta y setenta. El ecofeminismo se construyó, precisamente, sobre la idea de la conexión esencial entre la destrucción del medio ambiente y la opresión de la mujer, por lo que proponía la salvación del planeta solo de la mano del empoderamiento femenino.

“Las mujeres han sido siempre asociadas con la materia (etimológicamente, la palabra materia deriva de mater, que significa ‘madre’ en latín) por nuestra habilidad de dar y cultivar vida, y así hemos sido dominadas y controladas de forma similar que la tierra”.

Nadie lo sabe mejor que la inglesa Mary Reynolds Thompson, autora y facilitadora de talleres de poesía naturalista, que ayuda a las personas a derribar los cercos que separan artificialmente su naturaleza interior de la exterior. En su libro Reclaiming the Wild Soul (“Recuperar el alma salvaje”), explica que los cinco paisajes que pueblan la Tierra –el bosque, el desierto, la pradera, la montaña y los ríos y mares– constituyen arquetipos (patrones universales) que resuenan en el alma humana. El bosque suscita el misterio y lo incognoscible, la montaña despierta nuestros impulsos heroicos, la pradera nos habla de la paz y la comunión, los ríos y los mares evocan el fluir, el desierto trae noticias del infinito y la libertad.

El curso que dicta Mary por estos días se llama “Mujer de alma salvaje. Un viaje al corazón de tu yo indómito”, y guía a las participantes a través de un “viaje de la ecoheroína” a través de esos cinco arquetipos planetarios, en busca de su yo más profundo. ¿Por qué se dirige esta vez a las mujeres?

La autora explica: “Inspirada en las indagaciones de las eco-feministas Carolyn Merchant y Susan Griffin, empecé a ver cómo las mujeres y la tierra han sido tratadas de manera asombrosamente similar. Las mujeres han sido siempre asociadas con la materia (etimológicamente, la palabra materia deriva de mater, que significa ‘madre’ en latín) por nuestra habilidad de dar y cultivar vida, y así hemos sido dominadas y controladas de forma similar que la tierra. Domar a la mujer salvaje y dominar a la naturaleza salvaje: ambos provienen de la necesidad patriarcal de controlar y subyugar lo femenino salvaje”.

Por otro lado, señala: “Las mujeres también necesitamos encarnar una forma más instintiva de conocimiento, que puede ser fácilmente menoscabada debido a la preferencia masculina por la lógica y la racionalidad. Necesitamos reconquistar nuestra propia forma de conocimiento antes de poder compartir exitosamente un círculo con los hombres”.

¿Y los hombres no necesitarían, también, sanar su vínculo con el mundo natural? “Mujeres y hombres han sido dañados por el patriarcado pero de maneras distintas. Es bueno que cada uno sane sus heridas particulares antes de juntarnos. Además, las mujeres muchas veces hablan de distintas cosas o son silenciadas cuando hay hombres presentes. Estamos acostumbradas a someter nuestro poder y nuestras voces a lo masculino y luchamos por articular nuestras propias verdades en la presencia de hombres. Los círculos de mujeres nos dan el espacio y la seguridad para descubrir nuestras propias verdades antes de llevarlas al mundo”.

Otras iniciativas buscan sanar la brecha en forma directa: poniendo manos a la tierra. Es el caso de TreeSisters, una red global de mujeres que se dedica a reforestar el mundo, de un árbol por vez. Hasta la fecha han conseguido financiar mediante donaciones la siembra de 92.460 árboles de crecimiento rápido en varias partes del globo. Su plan es tan simbólico como biológico: “Recuperar y fortalecer conscientemente las capacidades más profundas de la mujer para encarnar, conectar, sentir, intuir, crear y parir vida”.

Las amenazas más urgentes del planeta también convocan a círculos de mujeres. Women’s Earth and Climate Action Network (cuya sigla en inglés es WECAN: “nosotras podemos”) es un esfuerzo multifacético y enfocado en soluciones para instar a las mujeres a ser agentes activas contra el cambio climático.

“Desde el principio el feminismo ha sido un movimiento en favor de la justicia: en su esencia está la centralidad de la praxis, la necesidad de una conexión entre el trabajo intelectual, político y activista”.

La dramaturga Eve Ensler, fundadora de la campaña One Billion Women Rising Campaign (Campaña “Mil millones de mujeres se elevan”) invitó a WECAN a dirigir una acción colectiva en 2014. En ese esfuerzo se documentaron logros y soluciones dirigidas por mujeres en el campo de la justicia ambiental en el mundo, se apoyaron proyectos de energía solar en África y se convocó a las comunidades a sembrar especies que absorben dióxido de carbono, entre otras iniciativas.

En la mirada ecofeminista es natural que las ideas se vuelquen en acciones. Ya lo anticipó Greta Gaard, una de sus teóricas más reconocidas: “Desde el principio el feminismo ha sido un movimiento en favor de la justicia: en su esencia está la centralidad de la praxis, la necesidad de una conexión entre el trabajo intelectual, político y activista”.

Por eso es también consecuente que estas acciones busquen su expresión universal. La escritora norteamericana Marianne Williamson, autora de La edad de los milagros y otros títulos, alienta a las mujeres a expandir su instinto protector frente a la violencia hacia todo el planeta. “Es cierto –dice–; estamos aquí para cuidar a los niños, pero todos los niños del planeta son nuestros niños. Estamos aquí para cuidar del hogar, pero este planeta entero es nuestro hogar (…) Debemos hacer del amor una fuerza política y social”.

Cuando las cabezas de las mujeres se juntan alrededor del fuego

Alguien me dijo que no es casual… que desde siempre las elegimos. Que las encontramos en el camino de la vida, nos reconocemos y sabemos que en algún lugar de la historia de los mundos fuimos del mismo clan. Pasan las décadas y, al volver a recorrer los ríos, esos cauces, tengo muy presentes las cualidades que las trajeron a mi tierra personal.

Valientes, reidoras y con labia. Capaces de pasar horas enteras escuchando, muriéndose de risa, consolando. Arquitectas de sueños, hacedoras de planes, ingenieras de la cocina, cantautoras de canciones de cuna.

Cuando las cabezas de las mujeres se juntan alrededor de “un fuego”, nacen fuerzas, crecen magias, arden brasas, que gozan, festejan, curan, recomponen, inventan, crean, unen, desunen, entierran, dan vida, rezongan, se conduelen.

Ese fuego puede ser la mesa de un bar, las idas para afuera en vacaciones, el patio de un colegio, el galpón donde jugábamos en la infancia, el living de una casa, el corredor de una facultad, un mate en el parque, la señal de alarma de que alguna nos necesita o ese tesoro incalculable que son las quedadas a dormir en la casa de las otras.

Las de adolescentes después de un baile, o para preparar un examen, o para cerrar una noche de cine. Las de “venite el sábado” porque no hay nada mejor que hacer en el mundo que escuchar música, y hablar, hablar y hablar hasta cansarse. Las de adultas, a veces para asilar en nuestras almas a una con de-sesperanza en los ojos, y entonces nos desdoblamos en abrazos, en mimos, en palabras, para recordarle que siempre hay un mañana. A veces para compartir, departir, construir, sin excusas, solo por las meras ganas.

El futuro en un tiempo no existía. Cualquiera mayor de 25 era de una vejez no imaginada… y sin embargo… detrás de cada una de nosotras, nuestros ojos.
Cambiamos. Crecimos. Nos dolimos. Parimos hijos. Enterramos muertos. Amamos. Fuimos y somos amadas. Dejamos y nos dejaron. Nos enojamos para toda la vida, para descubrir que toda la vida es mucho y no valía la pena. Cuidamos y, en el mejor de los casos, nos dejamos cuidar.
Nos casamos, nos juntamos, nos divorciamos. O no.

Creímos morirnos muchas veces, y encontramos en algún lugar la fuerza de seguir. Bailamos con un hombre, pero la danza más lograda la hicimos para nuestros hijos al enseñarles a caminar.

Pasamos noches en blanco, noches en negro, noches en rojo, noches de luz y de sombras. Noches de miles de estrellas y noches desangeladas. Hicimos el amor y, cuando correspondió, también la guerra. Nos entregamos. Nos protegimos. Fuimos heridas e, inevitablemente, herimos.

Entonces…los cuerpos dieron cuenta de esas lides, pero todas mantuvimos intacta la mirada. La que nos define, la que nos hace saber que ahí estamos, que seguimos estando y nunca dejamos de estar.

Porque juntas construimos nuestros propios cimientos, en tiempos donde nuestro edificio recién se empezaba a erigir.

Somos más sabias, más hermosas, más completas, más plenas, más dulces, más risueñas y por suerte, de alguna manera, más salvajes.

Y en aquel tiempo también lo éramos, solo que no lo sabíamos. Hoy somos todas espejos de las unas, y al vernos reflejadas en esta danza cotidiana, me emociono.

Porque cuando las cabezas de las mujeres se juntan alrededor “del fuego” que deciden avivar con su presencia, hay fiesta, hay aquelarre, misterio, tormenta, centellas y armonía. Como siempre. Como nunca. Como toda la vida.

Para todas las brasas de mi vida, las que arden desde hace tanto, y las que recién se suman al fogón.

Simone Seija Paseyro, escritora uruguaya.

Fabiana Fondevila

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