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Noche y amanecer

Hugo Mujica

La noche del volver atrás, del cansancio, de la falta de entrega… y el amanecer del amor: “Aún sin creer, todo hombre sabe que sólo el amor es digno de fe, que sólo el amor encarnado es ya vida, nacimiento y resurrección”.


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Del evangelio de Juan (21, 1-19)
Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”. Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen algo para comer?”. Ellos respondieron: “No”. Él les dijo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”. Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”. Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Vengan a comer”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Le volvió a decir por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le respondió: “Sí, Señor, sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras”. De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: “Sígueme”.

La liturgia, la de este tiempo pascual,
nos pone frente a una nueva imagen de la resurrección.
Ya no ilustra el miedo que encerraba a los discípulos,
tampoco la incredulidad que hacía dudar a Tomás.
Es el cansancio humano lo que nos muestra hoy,
es el paso del tiempo cuando no es esperanza,
cuando no es creación.

Es el cristianismo gris de cada día,
es la fe sin la esperanza en la resurrección,
o esperarla, pero después, en un más allá:
es la resurrección creída, no vivida.

Hoy nos muestra lo que suele ser nuestro hoy,
nuestro cumplimiento, no nuestra entrega;
nuestra repetición, no nuestra fecundidad.

Hoy encontramos a los discípulos
de regreso a lo cotidiano,
los vemos entre las cosas que habían dejado detrás,

los vemos en esas mismas playas
donde habían dejado las redes para seguir a Jesús,
las redes que ahora habían vuelto a tomar.

Desde donde un día habían sido llamados al seguimiento,
donde habían seguido al Jesús que ya no sienten vivo,
al que ya comenzaron recordar, no a vivienciar,
a mirar atrás, no a buscar adelante,
no a encarnar.

Es noche, noche y amanecer.
Es la hora, para los discípulos, de lo infructuoso,
echan las redes pero no pescan:
porque la echan desde la propia voluntad y planificación.

Ahora es trabajo, ya no misión;
ahora buscan la comida, no la salvación.

Concentrada tan solo en el trabajo
la comunidad no da frutos;

concentrados en sí mismos no levantan los ojos,
no reconocen a su Señor que los mira desde la playa,
que los sigue buscando desde todo lugar:
ahora, la de los discípulos,
es la voluntad sin la gracia,
son los sarmientos que no permanecen en la vid.

Jesús, como su padre en el paraíso buscaba a Adán,
busca ahora a los discípulos, los llama:
irrumpe su palabra, se hace luz:
“amanece”, dice significativamente Juan.

Jesús les indica dónde echar las redes;
es en el mismo lugar, el mismo lago,
pero ahora la arrojan desde las palabras de Jesús,
desde su fecundidad pascual.

Así como hay día y noche, hay también dos miradas hacia Jesús:
la del conocimiento y la del amor.
Los discípulos ven la abundancia de la pesca:
suman, comercian,
se sorprenden y admiran, pero no adoran,
no salen de sí:
es la mirada que calcula, no la visión que contempla.

Sólo el discípulo amado ve desde ese amor,
ve y anuncia su visión: ¡es el Señor!

Antes, como palabra, Jesús envía a los discípulos a la pesca,
a la misión;

ahora, como eucaristía, como comida, Jesús congrega.
Salida y misión, pero también retorno:
regreso a la comunión,
a una comida a de su propio cuerpo y sangre,
que es y alimenta la comunidad.

Jesús resucitado sigue siendo el servidor,
el que se pone a la mesa como el que sirve,
el que renuncia a todo poder:
el que una y otra vez es el que da.

Así como no se aferró a su divinidad al encarnarse,
tampoco se aferra a su resurrección para no darse.

Jesús, ya reconocido como Señor,
se dirige a Pedro, se vuelve a dirigir a él:
“Me amas más que ellos”,
le pregunta tres veces a Pedro,
al Pedro que tres veces lo negó,
a la vacilante roca sobre la que edificó la iglesia.

Jesús, en esa pregunta,
nos revela cuál es la jerarquía que va a instaurar:
la jerarquía del amor.

Jesús también nos revela en qué consiste ese amor:
se manifiesta en el servicio: “apacienta mis ovejas”,
y se realiza a través del olvido de sí, del olvido incondicional:
“te llevarán donde no quieras”.

Sólo en este amor se basa la misión, sólo en este amor da frutos,
sólo manifestando este amor el mundo podrá creer,

porque aún sin creer
todo hombre sabe que sólo el amor es digno de fe,
que sólo el amor encarnado
es ya vida,
nacimiento que no cesa de nacer,
sólo el amor encarnado es ya resurrección.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro y esloveno.

www.hugomujica.com.ar


Reflexiones:

  1. REPLY
    Francisco Hector Sanchez dice:

    Nacimiento que no cesa de nacer; como cada nuevo amanecer.
    La preeminencia, jerarquia del amor, que no es repeticion, es entrega, es creacion.

  2. REPLY
    Francisco Hector Sanchez dice:

    Otoño, 1 de abril del 2020

    Hugo buen dia!

    Muchas gracias por tus reflexiones!

    En tiempos de pandemia.

    Comparto plenamente :
    ¡ Que solo el amor es digno de fe.
    Que solo el amor encarnado, es ya vida.
    Nacimiento que no cesa de nacer, es resurreccion!

    Lo primero, es lo primero y lo primero es el Amor y alli, esta mi mision.

    Saludo fraterno

    Francisco

  3. REPLY
    Águeda dice:

    Hermosa reflexión, ayuda a levantar la mirada y buscar a Jesucristo. Gracias.

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