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Nueve formas de no hablar de Dios

¿Cómo hablar de Dios? Hay quienes pretenden definirlo y encasillarlo, haciendo de él una proyección de sus propias ideas. Otros, como reacción a esta actitud, terminan no creyendo en nada. Un profundo conocedor de las culturas de Oriente y Occidente, Raimon Panikkar, nos ofrece las bases sobre las que se puede fundar el discurso sobre Dios.


Los siguientes nueve puntos son un intento de contribuir a resolver un conflicto que desgarra a muchos de nuestros contemporáneos. Parecería que mucha gente no logra solucionar el siguiente dilema: si creer en una caricatura de Dios que no es sino una proyección de nuestros deseos insatisfechos, o creer absolutamente en nada y, consecuentemente, ni aun en uno mismo.

La mayor parte de la cultura occidental ha estado centrada en la experiencia última del Ser y la Plenitud. Un gran parte de la cultura oriental, por otra parte, está centrada en la consciencia última de la Nada y el Vacío. La primera es atraída por la palabra de las cosas como ellas nos revelan la trascendencia de la Realidad. La otra está atraída por el mundo del sujeto, el cual nos revela la impermanencia de la última Realidad. Ambas están preocupadas por el problema de la “ultimidad”, a la que muchas tradiciones han llamado Dios.

Las breves nueve reflexiones que presento no dicen nada de Dios. En su lugar, simplemente esperan indicar las circunstancias en las que el discurso sobre Dios podría ser adecuado y mostrar por sí mismo ser fecundo, si tan sólo nos ayudara a vivir nuestras vidas en mayor plenitud y libertad.

Esto no es ofrecido como una excusa sino tal vez como la más profunda intuición: no podemos hablar de Dios como lo hacemos de las cosas. Es importante que tomemos en cuenta el hecho de que la mayoría de las tradiciones humanas hablan de Dios únicamente en vocativo: Dios es una invocación. Mi reflexión de nueve aspectos es un esfuerzo por formular nueve puntos que, me parece, deberían ser aceptados como las bases para un diálogo que la conversación humana no puede por más tiempo reprimir, a menos que aceptemos ser reducidos a nada más que robots completamente programados. En cada punto he agregado tan sólo unas pocas consideraciones, concluyendo con una cita cristiana que sirve como una ilustración.

1. No podemos hablar de Dios sin haber logrado antes silencio interior

Necesitamos tener una pureza de corazón que nos permita escuchar la Realidad sin ninguna interferencia de la propia búsqueda. Sin este silencio del proceso mental, no podemos elaborar ningún discurso de Dios que no sea reducible a simples extrapolaciones mentales.

Necesitamos tener una pureza de corazón que nos permita escuchar la Realidad sin ninguna interferencia de la propia búsqueda.

La pureza del corazón es equivalente a lo que en otras tradiciones se llama vacío: mantenernos abiertos a la Realidad, sin ningún interés pragmático ni expectativas en una mano, o resentimientos e ideas preconcebidas en la otra. Sin tales condiciones, solamente estamos proyectando nuestras propias preocupaciones, buenas o malas. Si estamos buscando a Dios para hacer uso de lo divino para algo, estamos trastocando el orden de la Realidad. “Cuando desees rezar”, dice el Evangelio, “retírate a la parte más silenciosa de tu casa”.

2. Hablar de Dios es un discurso que es sui generis

Es radicalmente diferente de un discurso sobre cualquier otra cosa, porque Dios no es una cosa. Hacer de Dios una cosa sería hacer de Dios un ídolo, aun cuando fuera solamente un ídolo de la mente. Si Dios fuera simplemente una cosa, oculta o superior, una proyección de nuestro pensamiento, no sería necesario usar tal nombre. “No tomarás el nombre de Dios en vano”, dice la Biblia.

Raimon Panikkar y el hermano David juntos en un encuentro intercultural.

3. El discurso sobre Dios es un discurso que nace de todo nuestro ser

No es un asunto de los sentimientos, de la razón, del cuerpo, de la ciencia, de la filosofía o de la teología. El discurso sobre Dios no le pertenece a ninguna especialidad. Dios no está a la izquierda ni la derecha, ni arriba ni abajo, en el estricto sentido de estas palabras. Querer colocar a Dios en nuestro lado, como otras cosas, es simplemente una blasfemia. “Dios no hace acepción de personas”, dice San Pedro.

4. No es un discurso sobre alguna iglesia, religión o ciencia

Dios no es el monopolio de ninguna tradición humana, aun de aquellas que se llaman a sí mismas teístas o que se consideran a sí mismas religiosas. Cada discurso que tratara de poner a Dios en alguna ideología, cualesquiera sea, simplemente sería sectarismo. Limitar el campo de Dios a la idea que un determinado grupo humano tiene de Dios, termina defendiendo una concepción sectaria de Dios. Dios es el Todo (το παν); la Biblia Hebrea lo dice, y las escrituras cristianas lo repiten.

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