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Palabra y plenitud

Hugo Mujica

Si la palabra ilumina el sentido a las cosas, la Palabra divina ilumina el sentido de la vida: llama a la plenitud, al don de sí.


Del evangelio de Lucas (1, 1-4.14-21)
“Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido”. Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”.

El evangelio de hoy, en su última línea,
nos lo dice:
“hoy se ha cumplido este pasaje de la escritura que acaban de oír”.
Hoy la palabra nos ha reunido.
Hoy es ese mismo hoy:

ahora, aquí, esa palabra se proclama,
y el mismo espíritu de entonces está presente en ellas,
busca estarlo en nosotros.

En el momento en que era proclamada,
ustedes estaban siendo el terreno donde la palabra busca sembrarse,
arraigar, nacerse, devenir fruto.

La palabra de Dios se proclama y el reino crece;
tal es en síntesis todas las parábolas del reino,
tal la revelación del reino cumpliéndose en las palabras que lo revelan,
del reino que brota desde el decirse de Dios,
que se siembra en la escucha de cada uno,
que crece en la respuesta que se le da.

La palabra de Dios se proclama, y en esa proclamación se ofrece,
no se impone: se proclama, no se ordena.

Por esto que cada uno recibe lo que quiere recibir,
por esto que cada terreno condiciona la siembra,
lo extiende, lo fecunda o lo reseca la aridez:
oye, pero no obra.

Cada vida tiene la medida de su deseo de vivir,
la altura de su anhelo por crecer,
la trascendencia de su fe,
la seguridad de su esperanza.

Cada vida es, simple y totalmente,
la respuesta que a cada palabra,
a cada anuncio de Dios, a cada hálito del espíritu,
respondió u omitió, encarnó o no dio su carne a Dios.

La palabra, toda palabra,
es el lugar donde el sentido de las cosas se revela,
se expresa,
donde cada cosa entra en su nombre y en el nombre se humaniza.

En esta perspectiva,
la palabra de Dios es una palabra capaz de iluminar lo que cada situación significa en relación con mi salvación eterna,
con mi liberación.

O, más simple y evangélicamente hablando,
la posibilidad de amar, de donarse,
que cada situación reclama,
que cada palabra ofrece.

En este sentido, toda palabra de Dios es un anuncio:
el anuncio de mi salvación y,
a la vez, el de mi juicio:
el juicio que yo mismo realizo respondiendo o desoyendo ese anuncio,
esa y cada palabra,
esa y cada semilla que busca fecundarse en mí.

En esto, como en todo en la vida, no hay neutralidad.

En esto, como ante la vida misma,
estamos siempre situados frente a una opción,
la simple opción de cada instante:
un corazón que se abre y acoge, o un corazón que se repliega y se seca.
Protagonizamos siempre un juicio,
estamos siempre eligiendo,
apostando nuestra libertad.

Ser cristiano,
vivir pendiente y dependiente de las palabras de Dios
como lo estuvo Cristo,
es saber que la vida entera es palabra de Dios,
saber que cada hecho es su expresión,
cada hombre su interpelación, cada necesidad su juicio.

Las palabras, dijimos,
son la diferencia entre la separación y el encuentro,
las palabras son el encuentro mismo, y,
cuando el encuentro es con Dios,
son creación.

Y hoy nos hablan no ya de la creación del mundo,
de las palabras que lo dieron a luz;
hoy nos hablan de crear la comunión humana,
la fraternidad solidaria…
nos llaman a la misión.

Nos llaman, sí, ahora a nosotros,
“a llevar la buena noticia a los pobres,
a anunciar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos”
nos llaman al bien, nos piden nuestra misericordia,
nos ofrecen la salvación.

La palabra de Dios siempre es la del otro,
la del extraño,
la que nos llama a ir más lejos,
hacia lo que nos falta ser, hacia lo que aún no dimos.

Palabra del otro que llamándonos nos saca de nosotros mismos,
al que escuchando escuchamos a Dios.

Hoy, en cada uno de nosotros, busca cumplirse el pasaje de la escritura que acabamos de escuchar.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro, esloveno, rumano y hebreo.

www.hugomujica.com.ar


Reflexiones:

  1. REPLY
    Francisco Hector Sanchez dice:

    Otoño, 9 de abril del 2020

    Hugo buen dia!

    Muchas gracias por tus reflexiones!

    Tiempo de cuaresma, renacimiento.

    Palabra : semilla – arraigo – maduracion – fruto.

    Cada acto, es una eleccion, por accion o omision.

    Encontrar, en la palabra del otro, la palabra de Dios.

    Fraternalmente

    Francisco

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