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Palabra y escucha

Hugo Mujica

La palabra divina se deja escuchar en el silencio, y se hace vida cuando la trasmitimos a los demás, especialmente a quienes viven en el siencio, a aquellos que no tienen voz propia.


Del evangelio de Juan (6, 60-69)
Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”. Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen”. En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?”. Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”.

“Tú tienes palabras de vida eterna” confiesa Pedro en el evangelio.

Y lo eterno no es lo que le sigue a esta vida,
es lo que siempre fue y para siempre será:
lo eterno es ya, es hoy,
es este estar naciendo que no tendrá final,
es Dios que no deja de crear.

Y en liturgia, la Iglesia proclama esas palabras de Dios,
esas palabras de siempre
con la que todo fue creado y no deja de crearse,
comenzó y no deja de comenzar;
y cada proclamación, cada hoy,
abre el mismo círculo virtuoso, anuncia la misma gracia:

la gracia de recibir la fuerza para asumir las palabras
que buscan abrir en nosotros la experiencia
que ellas contienen,
que buscan nuestra carne para ser
encarnación de la vida de Jesús que late en ellas.

Las palabras que nos dicen los evangelios
son las palabras que debían ser dichas,
que deben ser trasmitidas,
para que la vida humana tenga sentido,

para que sepamos cómo y para qué vivimos,
cómo y para quién hacerlo,
palabras para que nuestra vida sea plenamente humana,
tan plenamente humana como fue la palabra de Dios
en su encarnación, en su ser humano, en Jesús.

“El padre habla engendrando, el hijo escucha naciendo”,
sintetizó el maestro Eckhart,
el místico más hondo que tuvo el cristianismo;
y, en verdad, pocas,
muy pocas palabras valen más que el silencio.
Lo nuestro, lo humano, es dejar decirse a Dios.

Cuando nacimos no hablábamos,
pero sí pudimos escuchar,
gracias a ello aprendimos un lenguaje,
pudimos hablar, ser expresión.

por esto lo nuestro, lo del hombre, lo que lo humaniza,
más que hablar es llegar a escuchar,
escuchar las palabras de Dios:

las que podemos llegar a oír en nosotros mismos
cuando callamos nuestras propias palabras,
las palabras que nos repiten,
la apología de nosotros mismos con las que nos justificamos.

Cuando llegamos a escuchar las palabras de Dios,
las palabras, la anunciación,
con las que nos está creando Dios.

Por eso en la paradoja de dios, en la lógica divina,
guardar la palabra es darla,
proclamarla es latirla y no solo repetirla.

Se trata de vivirlo a imagen de la encarnación
conjugando con nuestro latido el verbo de Dios
que sigue buscando vidas desde la cual darse,
palabras desde donde seguir siendo revelación,
diciendo su compasión.

“El que me ama guarda mis palabras”,
y una vez más el amor nos puede enseñar:
el amor que calla para que el amado se diga,

el amor que atesora las palabras de quien ama,
las repite, las saborea, las custodia, hasta que,
sin darse cuenta,
esa palabra se hace propia, se apropia de uno,

hasta que esa palabra se vuelve el propio nombre,
la propia vida, la nueva vida que el amor nos crea,
que Dios nos da, que Dios nos vive,
en la que él mismo se cuenta y revela su amor.

Esta es la identidad cristiana,
porque, en definitiva,
la palabra de Dios es Dios mismo,
porque en definitiva no son palabras, son vida,
son la vida de Jesús,

son las palabras que acompañaron su obrar,
que brotaron de sus gestos,
que expresaron y expresan su entrega;
son las palabras que siguen trasmitiéndonos
el aliento con las que las llenó Jesús,
siguen henchidas del espíritu que nos entregó.

Palabras, final y radicalmente,
a la luz de la cual una vida se salva o se pierde,
se hacen nuestra carne y nos salvamos salvando,
o mueren en nuestros oídos,
y moriremos en la soledad de nuestros ecos,

en nuestra sordera hacia ese clamor amordazado
de los que en nuestro mundo no tienen voz;
ese silencio crucificado
desde donde nos sigue llamando la palabra de Dios.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro, esloveno, rumano y hebreo.

www.hugomujica.com.ar


Reflexiones:

  1. REPLY
    Norma Hernández dice:

    WOW!!…, PRECIOSA LA PALABRA DE NUESTRO DIOS!!..Y LA HERMODA REFLEXIÓN
    GRASIAS POR COMPARTIR Y GRASIAS A DIOS!!.. QUÉ LOS ENCONTRÉ SON USTEDES DE MUCHA BENDICIÓN Y APRENDEMOS MÁS Y MEJOR!!.
    QUÉ DIOS LES SIGA BENDICIENDO GRANDEMENTE!!..

  2. REPLY
    Susana dice:

    Para pensar y repensar este evangelio tan conmovedor

  3. REPLY
    ANTONIO FAVILLA dice:

    Felicitaciones !!!

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