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Pan que se entrega

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Hugo Mujica

“Dios no es Dios por estar por encima de todos; lo es porque no se separa de nadie. Como el pan cotidiano de nuestras mesas, como Cristo, el pan de vida de nuestras vidas. Hoy celebramos la cotidianidad: pan y vino, alimento y celebración”.


Del evangelio de Lucas (9, 11b-17)
Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser sanados. Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: “Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto”. Él les respondió: “Denles de comer ustedes mismos”. Pero ellos dijeron: “No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente”. Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: “Háganlos sentar en grupos de alrededor de cincuenta personas”. Y ellos hicieron sentar a todos. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.

Dios no es Dios por estar por encima de todos;
lo es porque no se separa de nadie.

Como el pan cotidiano de nuestras mesas,
como Cristo, el pan de vida de nuestras vidas.

Hoy celebramos la cotidianidad: pan y vino,
alimento y celebración.

Celebramos la cotidianidad cristiana:
celebramos a Cristo que sigue con nosotros
en un pedazo de pan,
que sigue con nosotros entregándose, alimentándonos,
viviéndonos.

Celebramos a Cristo que permanece como estuvo:
en lo inaparente,
en lo escondido, en lo cotidiano,

en lo no tenido en cuenta,
en lo que no cuenta ni como éxito ni como poder,
en lo que no llamaríamos “Dios ”.

El pan es la realidad y la imagen del alimento,
comida que jalona la vida, la ritualiza, la sostiene.

Para el pan trabajamos, para alimentar la vida
y así alejar la muerte.

Trabamos con otros y nace la amistad,
trabajamos junto a otros y es comunidad,
trabajamos para otros, y es el sostén familiar,
es sacrificio y es amor:
es el pan sobre la mesa, es familia, son amigos: es reunión.

Contar con el pan nuestro de cada día es ya una bendición,
algo que no debiéramos jamás dar por descontado,
pan cotidiano que no debiera ser comido sin gratitud,

porque si se come sin gratitud se come con arrogancia;
si se parte el pan sin compartirlo,
se come con injusticia.

El pan que no compartimos no lo come nadie:
se lo come el moho,
como todo lo que es vida sin ser vida entregada,
vida para otros,
vida que no se abrió partiéndose, como una hostia partida.

Porque todo don de Dios,
para ser reconocido como tal,
es, y debe ser, don para donarlo, don para expandirlo.

El pan no es solo comida, es, debe serlo,
alimento para el servicio,
fuerza para la entrega,
o, más aún,
privación de lo propio de ese pan para darlo a los demás,
para alimentar la solidaridad humana,
para instaurar en ese don el reino de Dios,
su símbolo de comunión y su realidad de sociedad.

El pan que celebramos hoy, el pan cristiano,
no es el pan que ganamos y comemos cada día;
es el pan que Jesús nos da, el pan que él mismo es,
el pan que él mismo ganó y pagó y entregó.

La fiesta de hoy es tan simple como esencial.
Pan y vino, entregados y derramados,
sacrificados en la donación,
donados en el sacrificio.

Por eso la vida propia, la de cada uno,
o remeda el gesto eucarístico,
el de partirse y entregarse,
el de desaparecer en quien lo hace su sustento y en eso vive,
y en eso damos vida,
o el pan y el vino,
el cuerpo y la sangre de Cristo que recibimos
es la recepción de la propia perdición,
la confirmación de nuestro egoísmo, nuestra cerrazón.

Es el juicio de Dios sobre la propia vida,
sobre la vida que al aferrarla se pierde,
que al encerrarla la asfixia,
la perdición de la vida cuando cuando no se abre,
la mezquindad de una vida en la que el pan no se reparte.

Hoy celebramos el pan de cada día
cuando el tiempo no es tiempo
sino presencia de eternidad:
hoy celebramos la Eucaristía,

la celebración del sacrificio cuando el sacrificio es amor,
cuando el pan es solidaridad,
cuando la solidaridad es comunión,

la comunión que es revelación de un Dios que se acerca reuniéndonos,
que nos reúne en la medida en que cada uno se acerca y abre a los otros,
en la medida en que cada pan que partimos lo repartimos también con los demás,

en la medida, en definitiva,
en que en cada Eucaristía nos dejamos transustanciar,
a imagen del cuerpo y la sangre de Cristo
a imagen y vivencia de su entrega y de su compasión.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro y esloveno.

www.hugomujica.com.ar


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