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Sed de Ser

Compartimos un poema del escritor español Javier Melloni, en su libro “Sed de Ser”. Una maravillosa descripción de cómo nuestro Ser conjuga la realidad de la separación individual con la sed de comunión. “Desamparados al nacer, arrojados a la intemperie, necesitamos imperiosamente sabernos parte de alguien o de algo… Nos acercamos unos a otros para sentir ese roce y cercionarnos de que no estamos solos”.


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Detalle de “El árbol de la vida”, de Gustav Klimt (1862-1918)

Exhalados por el Mar,
experimentamos la separación de los Orígenes.
El útero materno es la imagen y extensión biológica
del útero divino,
vacuidad grávida de existencia que nos engendra
sin
cesar.
Para ser gestados biológicamente, necesitamos
de un tiempo y de un espacio.
Durante nueve meses habitamos ese lugar.
Paraíso de comunión
donde todo nos es dado y donde todo está amortiguado
en ese ámbito acuoso y translúcido en el que flotamos.
Pertenecemos y nos pertenece ese estanque,
ese jardín,
esa cueva,
ese palacio.
En él se alumbra nuestra primera identidad,
frágil silueta que no conoce todavía distinción
entre lo de dentro y lo de fuera,
entre lo propio y lo ajeno,
entre yo,
el otro
y lo otro.
Progresivamente, esa espaciosidad empieza a estrecharse.
Lo mismo que nos permitía crecer comienza a ser obstáculo.
Hay que partir,
des-pertenecerse.
Así se produce la primera ruptura,
la angustia primigenia
y la primera libertad.
Para nacer hay que arriesgarse
y
separarse.
El libro del Génesis relata la Creación
como una sucesión de escisiones.
Sin alejamiento y diferenciación no hay crecimiento,
no puede proseguir el proceso de individuación.
Cuando comencemos a instalarnos
habrá que partir.
Será siempre así.
Pero hay que hacerlo a su tiempo:
si nos anticipamos
no permitimos la maduración;
si nos retrasamos
obstaculizamos la transformación.
Desamparados al nacer,
arrojados a la intemperie,
necesitamos imperiosamente sabernos parte
de alguien
o de algo.
El primer gesto del recién nacido es el abrazo,
el impulso de tomar y de ser tomado.
Nos agarramos a cuanto se deja,
como el bebé coge los dedos que se le acercan.
Necesitamos ese contacto.
No podemos vivir al raso sin el calor de presencias cercanas
que constituyen nuestro primer lazo.
Así sobrevivieron nuestros ancestros.
Entre el yo y la inmensidad
está el calor de la tribu que ha visto cómo nacíamos
y dábamos los primeros pasos.
Diversas pertenencias a lo largo de la vida
–comunidad de sangre
de lengua,
de ideología,
de creencias
o incluso una afición compartida–
nos cobijan
frente al cielo abierto,
frente al páramo inmenso,
protegiéndonos del viento huracanado
que azota la indefensa membrana
de nuestra piel.
Por el contacto experimentamos la unión
y la separación.
Nos acercamos unos a otros para sentir ese roce
y cercionarnos de que no
estamos
solos.
Al mismo tiempo,
la piel que nos envuelve
nos separa de todo
lo que ella
no contiene.


Reflexiones:

  1. REPLY
    clemencia dice:

    qué hermoso describe la realidad de la existencia humana, la angustia de separación, paso previo a la liberación, la necesidad del otro, gracias

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