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Un mundo distinto

Ana María Díaz

Hoy se cumplen 50 años de la llegada del hombre a la luna, acontecimiento que nos habla de la energía del ser humano para superar sus propios límites en pos de crear un mundo distinto.


A comienzos de la década de los años sesenta, un mismo anhelo recorría la humanidad en rincones muy diversos, expresado en sueños diferentes que, sin embargo, tenían un denominador común: eran millones los y las que querían un mundo distinto.

En 1960 aparecieron 18 nuevas naciones soberanas en África, y 16 más nacerían a lo largo de la década, poniendo fin al concepto colonial del mundo, para dar paso a uno distinto.

Ese mismo año apareció al mercado el primer anticonceptivo oral que se convirtió en el fármaco de mayor significación cultural de la historia, cambiando las pautas de la sexualidad, las relaciones de pareja, la familia y la demografía.

Ese año, EEUU estaba en campaña para elecciones presidenciales, y en noviembre fue elegido el candidato más joven de toda la historia. John Kennedy, con 43 años, ganó ampliamente a su oponente Richard Nixon, porque era todo lo opuesto a “El hombre del traje gris”, la novela de Sloan Wilson, que se convirtió en símbolo del conformismo y la uniformidad de ese mundo al que los sesenta se opuso con todo el brío de quienes buscaban un mundo distinto.

Fue el momento en que se rompieron las fronteras del planeta y comenzamos a dar los primeros pasos como ciudadanos del cosmos.

En febrero de ese año, cuatro mujeres de color, en Carolina del Norte, entraron un local de comidas y se sentaron en la barra de los blancos y se negaron a irse hasta que fueron atendidas; al día siguiente, 85 activistas se agregaron a la protesta. Estas “sentadas” se difundieron en todo el país y en todo tipo de lugares, dando inicio a una etapa distinta en la lucha por los derechos civiles, que tuvo en esa década, con el sueño Martin Luther King, sus momentos más insignes, instalando en la conciencia mundial la necesidad de acabar con la discriminación para dejar aflorar un mundo distinto. Este movimiento junto con los Hippies y la protesta contra la guerra que se libraba en el sudeste asiático, constituyeron el aporte cultural más importante de Estados Unidos a la humanidad que anhelaba un mundo distinto.

Por aquellos años, Europa se debatía entre el derrumbe de su hegemonía colonial y económica y un poderoso despertar. El bochorno del muro de Berlín, la violencia en Irlanda del Norte y la invasión de las tropas soviéticas en Checoslovaquia, contrasta con el potente movimiento que nació de un grupo de pensadores que cambiaron la mirada psico-socio-cultural con que se comprendía la sociedad, de estudiantes que gestaron el mayor movimiento de jóvenes que se conociera, y una revolución cuyos mayores exponentes contraculturales fueron los Beatles y la minifalda.

Europa también fue la sede del profundo cambio que experimentó el catolicismo con el Concilio; si bien no fue del todo un acontecimiento europeo, se realizó en donde por siglos fue el corazón de Europa: el Vaticano. Desde entonces la fe no se trata de cómo hablarle de Dios a la humanidad, sino de cómo Dios nos habla en la humanidad.

En América Latina, la agitación política se acrecentó con el triunfo de la revolución cubana, a comienzos del 59, y se mantuvo a lo largo de toda la década con los movimientos sociales, las guerrillas y el despertar de una conciencia social masiva. Sin embargo, el gran logro de la región y su mayor riqueza fue de orden cultural: el boom literario, la teología de la liberación, la música folklórica de protesta y el cine social. Y por supuesto, Mafalda. Todo ello representó el esfuerzo original de pensar el continente con categorías propias. Desde la literatura, la teología, la música y el cine, se buscó en las huellas de la identidad, las líneas rectoras para un mundo distinto.

En 1967, en Sudáfrica, un cardiólogo sorprendió al mundo al hacer el primer trasplante de corazón. Hasta ese momento se consideraba que un ser humano moría cuando su corazón dejaba de latir en su interior. Hubo que repensar las cosas; desde entonces se diagnostica la muerte como el cese de la actividad eléctrica del cerebro.

“En la escala de lo cósmico, solo lo fantástico tiene posibilidades de ser verdadero”. -Pierre Theilard de Chardin

La carrera espacial se inició en 1957, cuando la Unión Soviética puso en órbita alrededor de la tierra al primer satélite artificial, pero fue en 1961 cuando ocurrió algo notable: el mayor Yuri Gagarin fue el primer ser humano en salir de la atmósfera terrestre y observar la tierra desde el espacio. La aventura espacial culminó la noche del 20 de julio de 1969, cuando tres estadounidenses posaron una nave en la superficie de la Luna y al día siguiente caminaron por primera vez sobre ella, hazaña de la que celebramos 50 años. Hicieron un viaje de 400 mil kilómetros, y llevaban a bordo un computador que tenía menos memoria que la que hoy tiene cualquier teléfono móvil. Esto se logró apenas un siglo y cuatro años después de que el francés Julio Verne publicará su novela “De la tierra a la Luna”, poniendo palabras al sueño de generaciones.

La llegada a la Luna fue una completa aventura y aún tiene el mérito de haber sido –al final de una década en que la humanidad buscaba con ansias crear un mundo distinto– el acontecimiento que nos cambió para siempre, el momento en que se rompieron las fronteras del planeta y comenzamos a dar los primeros pasos como ciudadanos del cosmos.

Es pronto para saberlo, pero mantenemos intacta la esperanza en que, mirarnos desde afuera, nos permita por fin gestar un mundo distinto. Mantenemos esa esperanza, porque, como decía Teilhard de Chardin, “en la escala de lo cósmico, solo lo fantástico tiene posibilidades de ser verdadero”.

Ana María Díaz

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