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La historia cósmica

David Steindl-Rast

Presentamos un diálogo del hermano David Steindl-Rast con el cosmólogo Brian Swimme, quien afirma: “Por vez primera en cada continente se está enseñando esta historia cósmica, la historia de la especie humana en su conjunto. Es un momento magnífico para el planeta”


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Diálogo del hermano David con Brian Swimme, profesor de Filosofía y Cosmología del Instituto de Estudios Integrales de California, autor de El Corazón Oculto del Cosmos, Manifiesto para una Civilización Global, El Universo es un Dragón Verde, y La Historia del Universo, culminación de diez años de colaboración con el historiador cultural Thomas Berry.

Brian Swimme : Mi punto de partida es la cosmología, me parece importante comenzar con el universo como un todo. Ciertamente, pienso que las dificultades de hoy están enraizadas en la forma en que estamos atrapados en un mundo humano; pareciera que no podemos librarnos del antropocentrismo. Preguntarnos “¿Cuál es la mejor historia que podemos contar?” es un buen punto de partida. En ello consiste básicamente la cosmología: es la historia fundamental en la que viven las personas. Margaret Mead dijo en cierta ocasión que cada cultura que ella había observado tenía un “sentido cósmico”, y necesitaba saber cómo se relacionaba con el cosmos como un todo, cómo se relacionaba con el sol o con el mar. Mircea Eliade señaló que para los pueblos tribales, su patrón central de organización era el mito cosmogónico, la historia de la creación. Una cosmología viviente permite al ser humano mantener estas realidades en mente. Sin una historia cósmica, se nos escapan. Nos preocupamos por la producción económica, mientras que ignoramos este vasto reino en el que nos encontramos.

Nos preocupamos por la producción económica, mientras que ignoramos este vasto reino en el que nos encontramos.

Lo que necesitamos en la actualidad es nada menos que una reinvención de lo que significa ser humano. No me refiero a hacer un ajuste; me refiero a una reinvención completa. Como especie, hemos habitado el planeta por unos dos millones de años, y durante ese tiempo nos hemos reinventado constantemente. Hoy necesitamos reinventarnos de una nueva manera, y mi propuesta es que la forma más efectiva de reinventar al ser humano es dentro de la historia cósmica. Después de estudiar las grandes culturas del mundo durante cincuenta años, Thomas Berry llegó a una conclusión que me sorprendió. Dijo que en la historia de la humanidad, la investigación científica es la meditación más sostenida que se haya realizado en el universo. Por otra parte, sostuvo que lo que se ha descubierto en la era científica debe ser considerado tan importante como las revelaciones de las grandes religiones. Es un enfoque que bien vale la pena tener en consideración.

Thomas Berry no es la única persona que ha llegado a esta conclusión. Stephen Toulmin, filósofo de la Universidad de Chicago, autor de El Descubrimiento del Tiempo, dice que el descubrimiento por parte de la ciencia de esta evolución cósmica debe ser considerado como el logro más significativo de la mente humana. Parece una gran pretensión, pero merece ser considerada. ¿Por qué el cambio es tan vasto, porque es tan enorme? Porque recién ahora estamos comenzando a considerar lo que la historia cósmica podría significar para nosotros. Esta fascinante historia está irrumpiendo en la conciencia humana; recién ahora estamos cayendo en la cuenta de lo que ella significa.

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Detalle de “La marcha de la humanidad”, mural de David Alfaro Siqueiros (México)

¿Y por qué recién ahora estamos cayendo en la cuenta? Porque era necesario que cayéramos en una especie de trance chamánico para llegar a esa historia cósmica. Durante los últimos dos siglos, el ser humano ha tenido que cortar con una enorme cantidad de susceptibilidades y sensibilidades para obtener la historia correcta, para focalizar puramente en la evidencia empírica y la comprensión científica sin ninguna interferencia de la tradición religiosa o del pensamiento espiritual. Por lo tanto, la interpretación que yo hago del momento presente es que la ciencia está ahora saliendo de ese trance para volver a enfocarse en la cultura humana y, más importante aún, en el planeta en su conjunto. Así, hoy puede describir la historia del universo como una realidad que nace de una gran explosión hace veinte mil millones de años.

He dedicado mucho tiempo a estudiar los mitos de la creación de las distintas religiones, ¡y hay algunas cosas bastante curiosas! ¡Las historias que se cuentan unos a otros! Quien las escucha pordría pensar, “¿cómo es posible que crean tales cosas?” Sin embargo, ninguna de esas historias es tan increíble, tan fantástica como la historia que cuenta la ciencia. Lo que quiero enfatizar aquí es que la historia que cuenta la ciencia tiene todas las características del mito. ¿Por qué entonces no la consideramos un mito? Precisamente porque es empírica. Esto se volvió obvio para mí cuando enseñaba física en la universidad. Los estudiantes aprendían acerca de mitos en las clases de religión, de filosofía o de literatura; y sin embargo cuando me escuchaban a mí, ni siquiera me preguntaban si lo que les enseñaba era un mito o no. Yo les podía decir que los fotones nacieron en el principio del tiempo, hace dieciocho mil millones de años, o les podía decir “todos provenimos de las estrellas”, y los estudiantes lo absorbían sin ningún reparo.

Los científicos tienen la noción de que el lenguaje tiene una correspondencia uno a uno con el significado de las cosas. Por eso, es necesario que haya un relato más completo de la historia para que así sus dimensiones más amplias puedan ser apreciadas.

Yo diría que la historia cósmica en particular no es propiedad de la ciencia occidental. Tal consideración es errónea, ya que la ciencia en sí es un logro humano. Nunca habríamos llegado a ningún lado sin la idea del cero, y tal idea vino de la India. La ciencia necesitó además el concepto de los números, que provino del Islam, y las prácticas de ingeniería que vinieron de Egipto. El esfuerzo científico no habría comenzado de no tener la evidencia empírica de los cielos que provino de Babilonia. Creo que es importante considerar que el esfuerzo científico es el trabajo de la especie humana en su conjunto. Las guerras se libran contra las personas que viven fuera de nuestra propia historia. Decimos: “no vivimos en la historia comunista; ellos no viven en la historia capitalista”. Sin embargo, por vez primera en cada continente se está enseñando esta historia cósmica, la historia de la especie humana en su conjunto. Es un momento magnífico para el planeta.

Pero hay una dificultad. La historia siempre es relatada en un lenguaje unidimensional; en ese sentido, todos somos de algún modo fundamentalistas. Los científicos en particular son fundamentalistas; tienen la noción de que el lenguaje tiene una correspondencia uno a uno con el significado de las cosas. Por eso, es necesario que haya un relato más completo de la historia para que así sus dimensiones más amplias puedan ser apreciadas. Cuando Charles Darwin se encontraba en la cima de su carrera, se le preguntó, “¿Es necesario para un científico perder la capacidad de apreciar la belleza?” Él respondió, “De joven me gustaba la poesía. Ahora la veo simplemente como un sinsentido.” Por lo general, el rito de iniciación a la ciencia elimina gran parte de las capacidades del ser humano. Por lo tanto, mientras esta historia cósmica no sea relatada en toda su dimensión, no se producirá ningún cambio en las relaciones humanas. Por otra parte, veo lo que está ocurriendo en muchos lugares diferentes; especialmente, veo muchas mujeres en el campo de la ciencia. Lo veo como algo muy esperanzador.

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Hermano David: Si estamos atrapados en un mundo puramente humano y necesitamos entrar en la cosmología, ¿cómo podemos hacerlo? Una respuesta, que viene del contexto cristiano, podría ser que el niño que hay en nosotros es quien sale del molde antropocéntrico hacia la dimensión cósmica. Ese niño está en cada uno de nosotros; un niño para quien el cosmos está vivo, y que no piensa estrictamente en términos antropocéntricos.

Esta mañana bien temprano estaba en el baño de Esalen. Hay un gato negro que siempre está allí; lo llaman el gato del baño. Un niña pequeña se me acercó mientras yo estaba acariciándolo, y me dijo: “Yo también voy a acariciarlo, pero después de lavarme las manos, porque no quiero ensuciarle el pelo”. Esto es a lo que yo me refiero con estar en contacto con la realidad cósmica, que está en nosotros, pero no la cultivamos. Yo la interpreto como el niño en nosotros, o como lo místico en nosotros. Hasta hace poco los místicos eran considerados personas especiales; recién en esta década se ha aceptado la idea de que cada persona es una clase especial de místico. Esto implica un cambio radical, que tiene un tremendo impacto en el pensamiento humano.

Desde ese punto de partida, obtenemos un lenguaje religioso completamente nuevo. Alienación es el término contemporáneo para lo que tradicionalmente se denomina pecado. La palabra inglesa “sin” (pecado) está emparentada con “asunder” (separado), con un corte en pedazos, que abre una grieta con la realidad. Las tradiciones religiosas sostienen que el pecado es una grieta que aliena, que nos aliena de nosotros mismos, de los demás, de la realidad cósmica toda, y de la realidad divina en y alrededor nuestro. Lo opuesto a la alienación es una feliz pertenencia. En nuestros mejores momentos experimentamos esta pertenencia como universal, que lo abarca todo, e intentamos mantener vivos estos momentos, y vivir sus consecuencias lo mejor posible.

No me queda claro por qué el esfuerzo científico ha sido llamado la meditación más sostenida que se haya hecho. Si hay un elemento en meditación que es decisivo, es la entrega, es el permitir que la realidad actúe en nosotros. La ciencia está tan estrechamente relacionada con la tecnología, que uno probablemente tendría que desenredar a ambas muy cuidadosamente antes de poder decir que el esfuerzo científico es meditación.

Reproducido de “Fuentes Culturales del Nuevo paradigma del Pensamiento”, en The Journal of Consciousness and Change, 1986.


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