El hermano David Steindl-Rast ofrece otra mirada (impopular y exigente) a los atentados terroristas: reconocer nuestra propia decadencia y comprometernos a recuperar los valores humanos básicos que hemos perdido.
Poco después de los atentados terroristas en París, miles de personas colmaron las calles de muchas ciudades francesas apoyando la libertad de prensa. Ciertamente que la libertad de prensa es un asunto importante; sin embargo, no es el asunto a debatir en estos momentos.
Los ataques terroristas no tienen ninguna justificación en absoluto. Sin embargo, lo que enfureció a los terroristas no fue la libertad de prensa, sino su abuso: una desvergonzada falta de respeto hacia la sensibilidad religiosa. ¿Cómo pretendemos defender la libertad humana sin defender la dignidad humana?
Debemos preguntarnos: ¿Qué es lo que atrae a tantos jóvenes a reclutarse voluntariamente en las filas del terrorismo?
No hay peor tonto que un tonto viejo. De todos modos, a veces la edad avanzada es una ventaja. A mis 89 años, puedo recordar paralelismos con mi juventud en la Alemania nazi. En los años ’30, la ideología nazi se presentaba como un baluarte contra la decadencia. Esto confundió y descarrió a muchos jóvenes idealistas, defensores de los derechos humanos básicos.
Actualmente, los jóvenes de países islámicos poseen un agudo sentido de los valores tradicionales de su sociedad, a los que ven amenazados por la decadencia de Occidente. Es por esto que terminan en las garras de los extremistas.
La tarea que deberíamos emprender es: enfrentar la decadencia de nuestra sociedad, reconocerla, y comprometernos a recuperar los valores humanos básicos que hemos perdido.
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