Para los cristianos, Cuaresma es un tiempo para volver a nuestro verdadero Ser. Ayuno, oración y limosna restablecen nuestra unidad interior, nuestra pertenencia al universo y nuestra unión con la Fuente de la vida.
“Cuaresma” es un antiguo vocablo que equivalía a “primavera”; designa una estación en que germina la vida interior y exterior. Con demasiada frecuencia se ha malinterpretado a la Cuaresma como un tiempo de inflexible arrepentimiento; sin embargo, debemos considerarla como un tiempo de alegría, la alegría de un nuevo comienzo, la alegría que las verdes praderas y los árboles en flor proclaman cada primavera.(1)
El Miércoles de Ceniza marca el comienzo de esta época especial para el despertar en nuestra vida espiritual. Su nombre deriva de un antiguo rito en el cual a aquellos que empiezan su práctica cuaresmal se los marca con ceniza en la frente. Estas cenizas provienen de las ramas de olivo quemadas durante la celebración del Domingo de Ramos del año anterior.
Este año, recibir la cruz de cenizas fue especialmente significativo para mí, porque había leído el libro The Last Week (“La Última Semana”), de Marcus Borg y John Dominic Crossan. El libro comienza con el Domingo de Ramos. Cuando uno lo lee, comprende que la procesión de Ramos, en que llevamos ramas de olivo como hicieron aquellos que recibieron a Jesús en su entrada a Jerusalén, es la contrapartida de la entrada de Poncio Pilato a la ciudad. Pilato llegó a caballo rodeado de soldados; Jesús llegó montado en un burro como Príncipe de la Paz. Esta y sus otras demostraciones de no-violencia le costaron a Jesús la vida. Por eso, cuando somos marcados con estas cenizas, se nos recuerda “el costo del discipulado” (título de un libro de Dietrich Bonhoeffer, a quien los nazis ejecutaron a causa de su fe).
Mientras el sacerdote marca a los fieles con la ceniza, dice: “Recuerda que del polvo venimos y al polvo volveremos”. (Siempre me recuerda a un niño que notó un montón de polvo debajo de su cama, y gritó: “¡Mamá, mamá, hay alguien debajo de mi cama, pero no sé si viene o va!”) Todas las cosas vienen y van. La implicancia de esta no-permanencia es: ahora es el momento, y el momento es breve. Pero la frase no coincide con la alegría de vivir en el Ahora de la Presencia de Dios. Es por eso que prefiero la otra fórmula, la que se usa con más frecuencia en la liturgia actual: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio”. El pecado representa todo lo que nos aleja de nuestro verdadero ser, de nuestro prójimo y del fundamento divino de nuestra existencia. El Evangelio representa la buena noticia de que el Reino de Dios está cerca. El orden mundial de acuerdo al designio de Dios, simplemente nos está esperando para hacerlo realidad aquí y ahora.
Ayuno, limosna y oración son las tres formas de alinearnos a nosotros y a nuestro mundo con los designios de Dios, los tres caminos juntos confluyendo en la alegría de la Cuaresma.
Ayuno, limosna y oración son las tres formas de alinearnos a nosotros y a nuestro mundo con los designios de Dios, los tres caminos juntos confluyendo en la alegría de la Cuaresma.
¿Y cómo transformamos los designios que Dios tiene para el mundo en una realidad tangible? Venciendo al pecado en sus tres dimensiones: siendo auténticos buscando nuestra integración personal; celebrando nuestra pertenencia al universo compartiendo con los demás; y enraizándonos en Dios descendiendo a su silencio para beber de la fuente de la vida, verdadero origen de nuestra existencia.
El término tradicional para la integración personal es Ayuno (que significa por supuesto mucho más que disciplina en la comida y en la bebida). Compartir con los demás se llama Limosna (significando más que repartir dádivas), y para nuestro enraizarnos en el Ser supremo, el término es Oración (que significa mucho más que recitar plegarias). Ayuno, limosna y oración son las tres formas de alinearnos a nosotros y a nuestro mundo con los designios de Dios, los tres caminos juntos confluyendo en la alegría de la Cuaresma.
Estos tres elementos están inseparablemente entrelazados. ¿Cómo podremos llegar a ser auténticos, a menos que nos enraicemos en Dios y compartamos? ¿Cómo podremos realmente compartir, a menos que encontremos nuestro verdadero ser, que está enraizado en Dios? ¿Y cómo podremos enraizarnos en Dios, a menos que encontremos en Dios ese auténtico ser que nos pertenece y es uno con todos, y que con alegría vamos a compartir? Estas tres dimensiones entrelazadas nos ayudan a cada uno de nosotros a encontrar nuestra propia observancia de la Cuaresma.
Aquello a lo que nos comprometamos a hacer para poder llegar a ser más auténticamente nosotros mismos (“Ayuno”), se desprenderá de la expectante atención a nuestra preparación personal por medio del espíritu de Dios dentro nuestro (es decir, “Oración”); y lo que exactamente demos a los demás (“Limosna”), será el fruto de esta singular interacción personal. Puede ser dinero lo que demos a los pobres, ahorrado al privarnos del tipo de comida o bebida que es perjudicial para nuestro cuerpo. Puede ser energía extra para ayudar a alguien que lo necesite, energía que recuperamos privándonos del consumo de los medios de comunicación que no son saludables para nuestra mente. Puede consistir en dar cosas de las que podemos prescindir, librándonos del desorden que hace que la auténtica vida se nos haga más difícil. O el fruto de nuestra práctica cuaresmal puede ser el servicio a los demás, para lo cual encontramos tiempo llevando una vida más disciplinada. O… bueno, ya tienen suficientes ejemplos. Hay un íntimo aspecto personal en este compromiso de Cuaresma, que sin embargo encuentra su expresión en una acción pública; los dos son como las dos caras de una misma moneda.
Hermano David Steindl-Rast
(1) El Hermano David escribe en el hemisferio norte, en el que el comienzo de la Cuaresma es cercano al comienzo de la primavera. [Volver arriba]
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ayelen francou dice:
8 mayo, 2014a las05:32Gracias hermano David y gracias a la página por ofrecernos artículos tan bellos y sanos, es decir santos.
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