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Reflexiones sobre la verdad

David Steindl-Rast

Respondiendo a personas que le consultan acerca de la relación entre el Yoga y el mensaje cristiano, el hermano David reflexiona acerca de nuestra actitud frente a la verdad.


A menudo recibo cartas de personas que, curiosamente, se han encontrado con Jesús gracias al Yoga. En sus cartas me preguntan acerca de la relación que puede haber entre el Yoga y el mensaje cristiano.

Estas preguntas varían desde las cuestiones más generales hasta algunas bien específicas, y la mayoría de ellas son dignas de ser planteadas. Algunas plantean cuestiones que pueden interesarnos a todos, y por eso pensé que sería bueno trascribirlas aquí.

A continuación presento uno de los problemas básicos que varias personas me han planteado:

“Lo que quisiera esclarecer es la relación que puede haber entre mi participación en el Instituto Integral de Yoga y mi creciente interés por la persona de Jesús. Estoy tratando de unir ambos intereses, de manera que se fortalezcan mutuamente; sin embargo, constantemente me enfrento al pensamiento de que quizás tengo que elegir uno u otro”.

“Llevo un año y medio practicando Yoga. El año pasado mi gurú, Swami Satchidananda, me dio un mantra, con la que logrado una sensación de paz en este práctica espiritual que es nueva para mí. Sin embargo, he tenido serias dudas acerca del camino que estoy tomando. Hace dos meses empecé a salir con un joven, un cristiano comprometido con su fe. Tenemos mucho en común, pero a veces hemos tenido discusiones acaloradas acerca de nuestro modo de pensar. Para él, Jesús es el único camino, y no reconoce ninguna otra opción como válida”.

“Entiendo que ser cristiano implica reconocer en forma absoluta que no hay otro camino fuera de Jesús. Esto es algo que no logro aceptar, hermano David; al menos no lo he logrado hasta ahora. Reconozco a Jesús como quien me acerca personalmente a Dios, pero me parece que sería poco caritativo pretender imponer mi punto de vista a personas que sienten que pueden llegar a Dios por otro camino”.

Cuando reemplazamos la noción de “poseer la verdad” con la de “practicar la verdad en el amor”, entonces podemos evitar discusiones acaloradas que lo único que logran es herir a las personas.

El problema está muy bien planteado por estas voces. Responder a estas preguntas no es tarea fácil; responder adecuadamente a cada uno de los aspectos que el problema plantea requeriría todo un libro. Aquí trataré de encontrar la cuestión central alrededor de la cual giran todas las preguntas.

Esta cuestión central no se refiere a hechos objetivos que están “ahí afuera”, sino a una pregunta que va dirigida al corazón de cada uno de nosotros. La pregunta es: ¿Cuál es nuestra actitud frente a la verdad? Cuando buscamos la verdad, ¿la buscamos como algo a lo que nos queremos “aferrar”? ¿Pensamos que la verdad es algo que podemos “tener”, “poseer” o “sostener de la mano”? Si la respuesta es sí, he aquí de dónde surge nuestro conflicto con la verdad.

Tratemos de mirar a la verdad con una mirada nueva. Hagamos memoria de alguna experiencia profunda en nuestra vida. En esos momentos, ¿es correcto decir que hemos poseído la verdad? ¿No sería más correcto decir que la verdad nos ha poseído? Realmente entendemos la verdad cuando nos colocamos debajo de ella. (N del T: En inglés, “entender” se dice “understand”, que significa “situarse por debajo”). De todos modos, no se trata de una posición estática, pues la verdad es un movimiento dinámico. San Pablo habla de “practicar la verdad en el amor” (Efesios 4,5), lo cual dista mucho del “aferrarse” a la verdad. La verdad es algo que descubrimos al ponerla en práctica. No es una lista de creencias, sino un programa de vida.

Poseer la verdad

Lo que podemos poseer de la verdad siempre será parcial y limitado. No importa cuán grande o firme sea nuestra mano, nuestra capacidad de aferrarnos a algo será siempre limitada. La actitud correcta hacia la verdad no se expresa por la mano que se aferra, sino más bien por la mano que se abre, capaz de recibir lo que E. E. Cummings llama “la realidad ilimitable”. Si en nuestro poseer dejamos algo afuera, nuestra afirmación se hace excluyente, y por lo tanto falsa. La verdad es siempre incluyente.

En nuestro contexto, esto significa que nuestra relación con la verdad debe ser un dar y recibir. Es cierto que hay muchas cosas que son un hecho y no queda más que tomarlas como ciertas. Sin embargo, el mero aceptar hechos no nos conduce a la verdad; a lo sumo nos lleva a un acumular conocimientos. Lo que nuestro corazón realmente ansía es la sabiduría, y a la sabiduría no la encontramos cuando sólo poseemos y usamos la realidad, sino cuando dejamos que la realidad nos posea, cuando la saboreamos y dejamos que ella nos hable y nos revele su sentido más profundo.

Dar y recibir

Aquellos de ustedes que saben de alfarería entienden lo que estoy diciendo. Uno tiene que aprender a manejar la arcilla, pero al mismo tiempo tiene que dejar que ella haga su parte. Una vasija en la que uno puede ver que el alfarero no ha dejado que la arcilla trabaje, es una vasija muerta; una vasija cuya arcilla no ha sido bien moldeada por el alfarero, es meramente un bulto. Cuando una vasija resulta de la interacción entre alfarero y arcilla es una verdadera obra de arte, en la que resplandece la verdad.

Cuando reemplazamos la noción de “poseer la verdad” con la de “practicar la verdad en el amor”, entonces podemos evitar discusiones acaloradas que lo único que logran es herir a las personas. Las evitamos no porque no nos interese la verdad, sino precisamente porque nos preocupa la verdad. Nos preocupamos por el otro, no por lograr más puntos en un juego de “verdadero o falso”. Es interesándonos unos por otros cuando realmente nos interesamos por la verdad.

En la verdad hay vida, y por lo tanto, hay crecimiento. Una vez que entendemos cualquier realidad, debemos tomarla seriamente, lo cual significa no impedir su crecimiento.

En la verdad hay vida, y por lo tanto, hay crecimiento. Una vez que entendemos cualquier realidad, debemos tomarla seriamente, lo cual significa no impedir su crecimiento. En nuestro lenguaje corriente hablamos de “concebir” una idea, lo que pide una actitud maternal de nuestra parte. Debemos aprender esta actitud, viviendo en una sociedad machista como la nuestra. Aferrémonos a las ideas que hemos concebido, pero como una madre sostendría a su hijo: dejemos que nuestras ideas crezcan.

Ideas o conocimientos que nos pueden parecer contradictorios, simplemente pueden representar diferentes etapas del crecimiento de una misma verdad. Démosles tiempo. Si no lo supiéramos, ¿quién podría sospechar que una mariposa es una oruga a la que se le dio tiempo? Démonos tiempo unos a los otros, como el regalo más precioso que nos podemos dar, lo cual equivale a “practicar la verdad en el amor”.

La verdad, lo mismo que el amor verdadero, no es excluyente sino incluyente. Encontrar la verdad en la Biblia no significa encontrarla allí y en ningún otro lado. Sin embargo, el encontrar la verdad, ya sea en la Biblia o en cualquier otro lado, nos compromete: somos llamados a responder a esa forma particular en la cual la verdad nos interpela. Es cierto que la verdad es incluyente, pero esto no quiere decir que sea promiscua; de lo contrario, cuando nos damos cuenta de que la verdad puede manifestarse de diferentes formas, podemos sentirnos tentados a no comprometernos con ninguna de ellas. Esto es un gran peligro. Sin embargo, cuanto más sinceramente respondemos a una de esas manifestaciones de la verdad (por ejemplo, la Biblia), tanto más seremos capaces de abrirnos a otras manifestaciones, a una verdad universal. Siempre se puede crecer, no a una verdad diferente, sino que la misma verdad puede crecer y poseernos, revelándonos nuevas e insospechadas facetas. No se trata de aferrarse a la verdad, sino de responder a ella.

“Yo soy la Luz”

La verdad es como la luz: uno no la puede “poseer” y guardarla en un frasco. Sin embargo, podemos caminar bajo la luz. Jesús dice: “Yo soy la Luz, “Yo soy el Camino”; y Él mismo interpreta qué quieren decir estas palabras al decir “Yo soy la Verdad”. Aquí una vez más no se trata de aferrarse a la verdad, sino de responder a ella. Uno de mis lectores escribe: “Me siento atraído hacia el increíble enigma que Jesús representa, pero me encuentro en una gran confusión acerca de qué respuesta espera Él de mí a esta altura de mi vida”. El dolor que esta situación implica es ciertamente el dolor del crecimiento. Estoy convencido de que San Pablo sintió este mismo dolor al escribirles a los filipenses: “Sólo quiero conocer a Cristo y experimentar el poder de su resurrección… No creo haber conseguido ya la meta ni me considero perfecto, sino que prosigo mi carrera hasta conquistarlo, puesto que ya he sido yo conquistado por Cristo” (3,10-13).

Tomar decisiones

Sí: el encontrarnos con la verdad nos compromete a tomar decisiones. Pero ¿qué clase de decisiones? ¿Debemos elegir entre las distintas expresiones de una misma verdad? Yo diría más bien que es la decisión de abrirnos o no a la forma en que la verdad nos confronta aquí y ahora, en esta situación particular; la decisión entre pretender poseer la verdad o aceptar practicar la verdad en el amor. Lo que poseemos nos da una sensación vana de seguridad, por eso la pretensión de poseer la verdad nace de nuestras inseguridades y temores. Sin embargo, la fe y el temor son incompatibles. Se necesita la valentía de la confianza (o de la fe) para practicar la verdad en el amor.

OM Shanti,

Vuestro Hermano David

Artículo tomado de la Revista de Yoga Integral (Diciembre de 1988), reproducido con permiso del Instituto Integral de Yoga, Yogaville, Virginia, Estados Unidos.


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