El tiempo de Adviento nos recuerda la cercanía de Dios y su presencia en las cosas ordinarias de la vida, sobre todo en la debilidad y la sencillez. El Dios que aparece en la figura débil de un niño es modelo de toda solidaridad.
El Adviento, que precede y custodia al que sigue viniendo, nos ofrece un marco que cuanto menos está lleno de ilusión, esperanza y ternura. Nos brinda un tiempo para preparar un viaje interior hacia una fiesta que, año tras año, se actualiza posibilitando el reconocimiento del Misterio en lo cotidiano, a un Dios que sigue entrañablemente ilusionado con la obra de sus manos. Así es como la Navidad se revela, no tanto como una explosión de jubilo, como una implosión de amor que se desborda de dentro hacia afuera y que contagia hasta las realidad más degastada, yerta y angosta.
Se hace del todo bueno aprovechar los días que siguen para ahondar un poco más, si cabe, en lo que el Misterio revela de sí en la Encarnación del Hijo con objeto de que, nutriéndonos y ensanchando nuestra fe, podamos tener algo que compartir con otras personas, creyentes o no, que pueden estar sedientas de respuestas que sacien sus inagotables preguntas y sus posibles incomprensiones. No hay que olvidar que el Dios Abbá, por ser Misterio, nunca harta la cognición humana, ya que siempre deviene en la realidad más profunda y espiritual de la persona.
Dios se ilusiona entrañablemente con la obra de sus manos y decide nacer para posibilitar el encuentro que salva y plenifica lo humano.
Dios se ilusiona entrañablemente con la obra de sus manos y decide nacer para posibilitar el encuentro que salva y plenifica lo humano.
La primera nota que quisiera rescatar tiene que ver con que Dios se abaja en la Encarnación, se hace humilde, no haciendo alarde de su categoría de Dios como dice la Escritura. En este sentido más que destacar la capacidad de Dios de rebajarse perdiendo cualidades, lo cual nos centra en la idea de la grandeza de Dios frente a la pequeñez del ser humano, me parece más interesante el deseo de acompañamiento que Dios mismo nos muestra. Se hace niño en Jesús para estar más cerca de las personas y acompañarlas así en cualquier circunstancia vital. Ahí será donde encontraremos más adelante la huella indeleble y genuina de Jesús que, tras asumir el oficio de José, recorre los caminos de Galilea. Jesús, que revela el rostro bondadoso de Dios, se muestra siempre cercano a la persona en todo y a pesar de todo.
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